"Necesito trabajo urgente, quiero ayudar a mi vieja y no tengo con qué. Cada día se me hace más difícil. Puedo hacer cualquier cosa, aprendo rápido y tengo experiencia con atención al cliente", dice un tuit publicado el 7 de enero por una joven que en la foto de su cuenta tiene un grafiti con una mujer con pañuelo verde al cuello, que representa la campaña por el aborto legal en Argentina.
Acto seguido, recibe las primeras respuestas:
"La paradoja de la vida, si tu vieja hubiese abortado, hoy no contaba con tu ayuda, pero decidió tenerte y tú optas por la muerte. Suerte".
"Estaría bueno ofrecerte un trabajo, pero la verdad no quiero mujeres con tu pensamiento trabajando en mis negocios".
"Pídeles a las del pañuelo verde…"
"¿Qué tiene que ver el pañuelo verde con una simple búsqueda de trabajo?"
"Solo que las ofertas laborales para mujeres cayeron un 30% gracias a las aborteras. Y se viene peor".
Para redes sociales existe la teoría 90-9-1, también llamada teoría de la Desigualdad Participativa, que plantea que el 90% de las personas solo observan lo que ocurre, pero no aportan contenido; el 9% interactúa ocasionalmente y el 1% son quienes generan contenido. Esta tesis fue formulada por Jakob Nielsen en 2006, pero aún está vigente. Uno de los motores, y la promesa de las redes sociales, es que serían puentes que permitirían acercar a las personas. Sin embargo, la experiencia y el flujo de interacción da cuenta que el diálogo es mínimo, Y que, cuando ocurre, puede tender a ser negativo e infructuoso.
Twitter es la red social más pública, con cerca de 320 millones de usuarios en el mundo. Y, con el tiempo, se ha constituido, sin quererlo, como la cuna de los haters. En un principio los trolls se paseaban por ahí con libertad cobijados en el anonimato. Hoy están y no se esconden, impulsados por un ánimo de trascendencia e impacto social. El dardo de tuiteros contra mujeres, hombres, autoridades, civiles, se da las 24 horas del día los 365 días al año.
Los pasos para crear una cuenta de Twitter son simples y rápidos y, hasta hace unos años, no requería de mayor verificación para saber quién estaba detrás de la pantalla. Pero esto ha empezado a cambiar. En marzo del año pasado, el fundador y CEO de Twitter, Jack Dorsey, reconoció por primera vez que no fueron capaces de prever las consecuencias negativas de su red social, y se comprometió a ayudar a aumentar la salud colectiva y la civilidad de la conversación pública.
La violencia entre los seres humanos siempre ha existido, pero hoy se ha vuelto más visible y se ha apoderado de plataformas virtuales que permiten una distancia, un anonimato, una impunidad. Estás online y, en pocos segundos, te conviertes en testigo de acoso, amenazas, incitación de violencia, acusaciones de un lado a otro, falsedades, difamación y opiniones odiosas. El tuit del 7 de enero fue elegido al azar, el primero de la pantalla, y solo dos clics bastaron para entrar al espiral de crítica destructiva. En este caso, quien genera el contenido no habla de aborto y, a simple vista, no hay cómo prever que la discusión desembocará en eso. Sin embargo, la intromisión en el perfil, en sus imágenes, en sus preferencias, en su historia, deriva en el pañuelo verde. Y este símbolo es, para algunos, lo que gatilla el ataque. Así, un tuit mediante el cual se busca trabajo, pasa a ser un vehículo para llevar la discusión donde quieren los haters: voy por ti por pensar distinto a mí.
En septiembre, Dorsey volvió con mayor énfasis sobre la preocupación de la red de haber dado paso para un ambiente destructivo, y escribió en Twitter:
"No estamos orgullosos de cómo la libertad y el libre intercambio se ha vuelto un arma y ha sido utilizada para distraer y dividir a las personas. No estábamos preparados ni equipados para la inmensa cantidad de problemas que nos hemos encontrado. Abuso, hostigamiento, ejércitos de trolls, propaganda a través de bots, campañas de desinformación y burbujas de filtro divisorias. Eso no es un espacio público saludable". (@jack)
Esta disconformidad sobre el rumbo que estaba tomando el uso de la red, llevó a la empresa a preguntarse si podían medir la salud de los diálogos en Twitter. Cortico, una organización sin fines de lucro que incentiva el diálogo público saludable, intentó visualizar la toxicidad de las interacciones. Analizaron una serie de conversaciones, las transformaron en una especie de árbol y le dieron color a las ramificaciones. Las verdes eran sanas y las naranjas, eran tóxicas. El resultado: un árbol oscuro con ramas secas.
A septiembre del 2018, Dorsey aseguró que se habían eliminado más del 200% de cuentas por violación a sus políticas de uso, y que cada semana se someten a revisión entre 8 y 10 millones de cuentas sospechosas. Precisó, además, que cada día están impidiendo que más de medio millón de cuentas se conecten a Twitter. "Se ha pasado del hater anónimo, al hater público, que no tiene miedo a dar su opinión dura sobre lo que quiera. ¿Por qué partidos de ultraderecha están consiguiendo votaciones? Porque han utilizado plataformas como las redes sociales para dar su opinión descarnada y han encontrado adeptos", explica Erasmo López, profesor de Reputación Online en La Salle de Barcelona, quien ha investigado hace una década las comunidades online y social Media. "En redes sociales tienes 'éxito' en función de la visibilidad que logras, de la gente que te sigue, de la que habla de ti, de los likes que generas. Eso puedes conseguirlo con buenos contenidos, pero con polémicas llegará más rápido. El odio es un contenido polémico".
Existen al menos cuatro estrategias que utilizan aquellos que son foco de haters: decisión de apagar sus redes, como lo han hecho varios famosos en el último tiempo; estar en las redes pero sólo publicando y no respondiendo, es decir, una comunicación unidireccional; estar y gestionar la conversación, denunciar el acoso, bloquear, elegir qué responder; y estar e ir a la pelea, lo que te puede llevar incluso a responder con la misma moneda y entrar en un círculo sin salida.
Un "me gusta" de Facebook, Instagram y Twitter -solo por nombrar las más populares- puede producir en sus usuarios liberación de dopamina, un neurotransmisor que nos moviliza, que nos estimula y que se genera también con el consumo de drogas adictivas. Considerando esto, no sorprende que Twitter anunciara a fines de octubre pasado que está evaluando sacar el botón me gusta de su plataforma. "Estamos repensando todo respecto al servicio para asegurar que estamos incentivando una conversación saludable, eso incluye el botón me gusta". (@TwitterComms)
La inteligencia colectiva que aplica la comunidad de tuiteros a los contenidos vía retuit o likes es la fórmula para visibilizar el contenido más relevante. La propia comunidad permite que este vaya saliendo a flote, como una burbuja que le gana al lodo. El rol de los usuarios es fundamental, por eso vale la pena cuestionarse qué estamos haciendo como comunidad si hacemos que salga a flote contenido de haters. Qué estamos haciendo con ese rol.