Hace algunos días fue la presentación del libro Pantalla viva: teleseries 40 años. En esa oportunidad, les preguntaron a todos los miembros del panel conformado por las autoras del libro, Soledad Gutiérrez y Carmen Rodríguez, y el invitado especial, el guionista Pablo Illanes, ¿cuál ha sido su personaje favorito en la historia de las teleseries? Todos nombraron a una mujer. “Illanes se me adelantó y mencionó a la villana de Los Títeres Adriana Godan, interpretada por Paulina García y Gloria Münchmeyer; así que yo me fui por otro lado, por uno más luminoso y elegí a Jovanka Antich, la gitana de Romané interpretada por Claudia di Girolamo. Aquí, por ejemplo, hay dos extremos de personajes, una muy muy mala, y la otra que es casi como una pluma, que va flotando y que tiene una liviandad y a la vez una manera de enfrentar con mucha profundidad lo que va viviendo. Creo que en ambos casos lo que ocurre es que los sentimientos, las emociones de esos personajes, son muy humanos. Las actrices y su manera de construir a los personajes femeninos han aportado mucho a eso, se han situado como protagonistas en distintas historias desde un lado profundo, que hacen que las televidentes se sientan representadas con sus vivencias”, explica Soledad Gutiérrez.
“Nice de Ángel Malo, interpretada por Carolina Arregui es otro ejemplo, porque uno sabía que hacía maldades para poder quedarse con su galán, sin embargo tenía un componente muy humano; uno de cierta manera la comprendía y eso se ha ido traspasando en distintas teleseries. Es lo que ocurre los personajes femeninos, que tienen matices y una cuota de humanidad y sensibilidad muy grande que las acerca al público”, agrega. Y es justamente lo que explica Arregui en el libro cuando le preguntan por ese personaje: “La gracia de esa teleserie es que por primera vez se mostraba un personaje tan humano. No era ni buena buena, ni mala mala. Tenía sentimientos, se equivocaba, cometía errores. Tenía una gran ambición de salir de donde venía, no porque no quisiera asumir y amar a su familia, sino que porque ella quería que sus padres y hermanos se sintieran orgullosos de ella y ser alguien mejor. Y claro, llegó a esa casa –de una familia acomodada– y se encontró con un castillo que la embaucó y dijo: ‘Este es mi lugar. Aquí es donde tengo que estar’”.
Otra de las escenas emblemáticas de esta actriz –cuenta Gutiérrez– fue el final de Te conté, cuando su pareja Leo, un joven ciego interpretado por Bastián Bodenhöfer, se opera para recuperar la vista, pero las cosas no transcurren como el público espera. “Fue un final maravilloso porque hicimos escenas tan lindas. Bastián se la jugó haciendo un personaje precioso. Anduvimos a caballo, nos metimos al mar, me acuerdo de que chapoteábamos en el agua en pleno invierno, estábamos cagados de frío. Finalmente se dio una gran lección a través de eso: a veces no se consiguen las cosas que uno quiere y no por eso la vida va a ser peor, hay que darse una oportunidad, siempre. Y eso fue lo que ocurrió con esta pareja”, cuenta Arregui en el libro.
Sin embargo, debido a la crisis de la industria, cada vez es más difícil ver personajes con ese nivel de profundidad. “El último personaje protagónico femenino fuerte que recuerdo es María Elsa, de Perdona nuestros pecados, interpretado por Mariana Di Girólamo. Su rol era aportillar el imperio que tenía su papá en el pueblo y ella, con sus ansias de libertad y su manera de moverse en la vida, va demostrando que puede hacerlo, que es una mujer fuerte”, dice Soledad.
40 años de teleseries
“Es común afirmar que la televisión tiene una profunda penetración en la construcción de la cultura popular a través de sus teleseries o series y cómo la audiencia se ve reflejada en el desarrollo de los personajes. Pero también es recurrente argumentar que, por ser masiva, adolece de profundidad y es una mera entretención. Sin embargo, consideramos que en la conformación de la llamada “cultura popular” o “imaginario popular”, la producción de las áreas dramáticas de los canales de la TV abierta juegan un rol crucial en la construcción de la identidad cultural al recoger el sentir, los valores y la moral de una época”. Con este párrafo parte la presentación del proyecto Pantalla viva, que no es solo el libro –que mencionamos al comienzo–, también una exposición que se presenta en el GAM desde el 24 de agosto. A través de 650 fotografías, el espectador reconocerá los títulos de las teleseries nacionales más importantes de las últimas cuatro décadas.
Claudia Di Girolamo es otra de las protagonistas de esta exposición, del libro y de las teleseries chilenas. Soledad cuenta que entrevistarla a ella es alucinante porque hay tanto material. “Nos contó cuando, por ejemplo, trataba de meter un lenguaje juvenil en La madrastra para darle más realidad al asunto, pero el guionista, Arturo Moya Grau, se enojaba”. Y así lo cuenta la misma Claudia en el libro: “Luna era bastante regalona, mañosa y muy manipuladora. A mí me parecía que el lenguaje que usaba era muy parecido al de los adultos y yo quería cambiar ciertas cosas en el texto y adaptarlo al lenguaje de una chica más joven y rebelde. En esa discusión nos llevamos los ciento y tantos capítulos con Arturo Moya Grau”.
Dos años después, Claudia di Girolamo se convertiría en la protagonista de otro nuevo éxito de Canal 13, Los títeres, que nació de la pluma del dramaturgo Sergio Vodanovic y, para muchos, es la teleserie mejor escrita de la pantalla local. Claudia debió encarnar a Artemisa, una joven huérfana de madre que vuelve a Chile desde Ecuador con su padre, interpretado por Walter Kliche. Aquí Artemisa aterriza en un barrio capitalino de los años 60, donde intenta integrarse a una pandilla juvenil que pasea en bicicleta y baila rock and roll en malones caseros. Se enamora de Néstor, interpretado por Mauricio Pesutic, el intelectual del grupo. El romance entre Néstor y Artemisa se ve interrumpido por la maldad de Adriana Godan, quien urde una trampa para dejar en ridículo a la joven protagonista delante de toda la pandilla. “Claudia nos contaba junto a Gloria Münchmeyer de escenas de Los Títeres en las que ambas se enfrentaban, y que llegaban a tal nivel de compenetración con los personajes que les pegaba muy profundamente, quedaban físicamente agotadas”, cuenta Soledad. Es más, Münchmeyer –que es otra de las entrevistadas en el libro– cuenta medio en broma que en esa teleserie tuvo que ir al psicólogo, porque en algún momento le empezó a gustar la maldad del personaje.
Pero sin duda para Soledad Gutiérrez el momento más emocionante en el proceso de investigación y entrevistas para el libro, es cuando en plena conversación con Di Girolamo, ésta comienza a hablar como Jovanka, su personaje favorito. “Romané es la teleserie en la que mejor lo he pasado, donde era una fiesta llegar a las 7 y media de la mañana al trabajo para vestirse y peinarse como gitana, y decir esos textos con los que yo me reía sola en mi casa al estudiarlos. Describir ese mundo maravilloso, que es nómade, y reflejar un alma nómade también. Y eso fue lo que más me costó instalar en Jovanka, porque si bien el amor por sus hijas y por su religión era absoluto, ella sabía que iba a volver a irse. Cargar sus pilchas, tomar el auto y salir a algún lugar. Desde ese lugar se diseñó a esta mujer espontánea, libre, sin complicaciones terrenas. Y era una persona muy sabia en un sentido, porque si uno se detiene en los problemas, se queda anclado. Esa era su filosofía. Avancemos. Sí, duele, pero avancemos, va a doler menos mañana”, dice Claudia en el libro, para recordar a ese querido personaje.
Un personaje muy diferente fue el que había realizado el año anterior, 1999: Catalina Chamorro, de La Fiera, escrita por Víctor Carrasco y basada en La fierecilla domada de William Shakespeare. “La construí desde la falta de la madre. Esta mujer que manejaba la empresa tenía que tener cierta fortaleza. Tenía que saber el teje y maneje de la salmonera, en Dalcahue, Chiloé. Era una mujer aislada del mundo, muy poco sociable. Yo quise que llevara un retrato de su madre, siempre colgando de su cuello, pues si algo sustentaba al personaje era la falta de una imagen femenina en su educación”, cuenta Claudia.
Pero no fue la única actriz que quedó en el imaginario de los chilenos y chilenas por su personaje en La Fiera. Amparo Noguera, es otra de las actrices recordadas en esta producción con su personaje Rosita Espejo, una mujer de 35 años oriunda de Antofagasta, quien había tenido muy mala suerte en su vida y que llega hasta Dalcahue en busca del amor. Lo que más encantó de este personaje fue la inocencia y paciencia con su enamorado Ernesto Lizana, interpretado por Alfredo Castro, quien se convirtió en el tacaño más grande que se ha conocido en la televisión chilena.
Soledad confiesa que a Amparo le brillan los ojos cuando habla de este personaje. Y es que se trata de uno de sus favoritos. Así lo dice en el libro: “Y Rosita Espejo…, claro, Rosita Espejo es de los personajes que yo más quiero. Tuve la suerte de trabajarlo con Alfredo Castro, con quien además compartíamos en el Teatro La Memoria; entonces estábamos muy conectados. Estábamos todo el día juntos actuando, si no era en el teatro, era en la televisión”. Y agrega: “Rosita era un personaje hermoso y claro; efectivamente, era regalado. Me acuerdo que íbamos camino a Chiloé y yo todavía no cachaba cómo lo iba a hacer. Y Alfredo Castro me dijo: ‘Hazla evangélica’. ‘¿Cómo?’, le dije yo. ‘Hazla evangélica. Hazla buena, buena, buena. Tiradora para arriba, comprensiva, empática, nostálgica, como con vestido, dulce, ingenua’. Rosita llega en varios buses, buscando al amor de su vida. En el primer capítulo llega a Dalcahue buscando a Ernesto con una foto en la mano, y es tanto lo que mira la foto, que se cae a un hoyo y ahí empieza su historia”.
Elisa Pereira es otra de los personajes más recordados de Amparo. Es la criada de William Clark, dueño de una salitrera, en Pampa Ilusión. Vestida de delantal y cofia, en plena pampa salitrera, esta joven tuvo una escena final en la que con un solo gesto lo dijo todo: “Ella tiene que elegir en qué bando se queda, si se va con la gente del pueblo, donde ella pertenece, o se queda con míster Clark a quien ella había sido fiel durante toda la vida. Pero ella ve el error de él y su explotación de los demás y decide pasarse al otro lado. Vicente Sabatini, como el maravilloso director que es, instala a todo el pueblo de un lado de la reja y al otro lado pone a la familia Clark, que son cinco personas”. Entonces –relata Amparo en el libro–, viene la escena en que la imagen es más elocuente que las palabras. “Ella decide sacarse la cofia y la lanza. Y es un gesto revolucionario enorme, sin textos, solo con la confianza que puede tener un director en su cámara”.