Mi hija tuvo un tumor
Eran los primeros días de marzo de 2017. Yo estaba embarazada de mi tercera hija y las otras dos, de 3 y 5 años, estaban entrando al colegio. Pasaron un par de días cuando la segunda comenzó con malestar estomacal. Como el dolor no se iba, una noche decidí hacerle un masaje para aliviarle las molestias. Fue ahí cuando le sentí un bulto grande que de inmediato me llamó la atención. Le pregunté si le dolía, y aunque se lo toqué varias veces ella me dijo que no. Le saqué una foto y se la mandé al pediatra, quien me respondió que no sabía lo que era pero que lo viéramos el lunes.
Preocupada, partí a la consulta para que la examinaran. Al terminar, el doctor me miró y me dijo que le haríamos una ecografía y que él mismo nos acompañaría. En ese minuto supe que no era algo bueno. Llamé a mi marido invadida por el miedo y angustia. Durante la ecografía la doctora no decía nada, pero en su cara podía saber que se trataba de malas noticias. "Es un tumor y lo más probable es que sea maligno", nos dijo el doctor un rato después en su consulta, donde nos presentó al oncólogo y al cirujano con quienes tuvimos una reunión en la que nos explicaron lo que venía y nos llenaron de información.
Al recibir una noticia de este tipo, de un minuto a otro entras en un mundo desolador, uno en el que la vida cambia repentinamente y las prioridades se reorganizan. Uno nunca piensa que va a vivir algo así. Sabes que estas cosas pasan, pero hasta ese momento son cosas demasiado ajenas a tu vida. Cuando te toca es totalmente impactante. No se me ocurre otra palabra para describir esa primera impresión.
Busqué el apoyo de mi familia y seres queridos. Justo mi madre se encontraba de viaje muy lejos y aunque fue una gran travesía, logró venirse para acompañarnos. La sensación de que tu hija entre a pabellón a una operación con anestesia general es escalofriante. A ella decidimos no contarle mucho lo que le estaba pasando, porque ni siquiera nosotros sabíamos demasiado. Nerviosos y asustados, esperamos a que saliera y logramos conversar con los doctores. Ahí nos confirmaron que era un tumor maligno que estaba alojado en el hígado. Era de origen muscular y medía diez centímetros, lo que era gigante para su pequeño cuerpo. Pero esto no era lo más complicado. Producto del tamaño del tumor, se le había desarrollado una pericarditis aguda que hacía que su corazón pudiera colapsar en cualquier minuto.
Nuevamente mi hija tuvo que entrar a pabellón para sacar ese líquido y nosotros volvimos a vivir esa angustia de no saber qué iba a pasar. Cuando salió estaba dormida y llena de cables. Creo que esa fue una de las noches más difíciles. Nuestro nivel de cansancio era extremo, pero viéndola a ella en esas condiciones era imposible descansar. Después de varios días internados en la UCI, comenzamos con las quimioterapias. Seis meses después de toda esta vorágine que había vivido estando embarazada, mi guata ya estaba gigante. Se acercaba el parto y se acercaba también la operación para sacar ese tumor. Gracias a Dios los tiempos se acomodaron. Mi tercera hija nació sana y sin complicaciones y 11 días después vino la gran intervención. Esta vez, por suerte, todo salió bien. A las dos semanas empezaron otra vez las quimioterapias que le quedaban, hasta que terminó su ciclo. Para terminar este tiempo oscuro la sometieron a radioterapia a modo de prevención.
Como pareja fue un proceso súper potente, y desde un comienzo con mi marido decidimos tomarnos esto como un gran aprendizaje. Yo soy terapeuta de flores de bach, reiki, biomagnetismo y yoga hace 15 años, y sabía que si tenía que hacerle quimio a mi hija debía apoyarla. A todos los tratamientos le sumamos decodificación biológica, ancestrologia, reiki, flores de bach y medicina antroposófica. La idea era mantenerla lo mejor posible anímicamente y que siguiera haciendo su vida normal. En la clínica nunca quiso ocupar batas, así que le comprábamos poleras de princesas, le llevábamos materiales didácticos para hacer manualidades, jugábamos a la peluquería. Hacíamos muchas cosas para que ella se mantuviera entretenida y viviera este proceso, que de por sí es difícil, lo menos duro y traumante posible.
Como adultos decidimos nunca hablar de cáncer, en cambio decíamos que ella tenía un tumor. Nos parecía que la palabra cáncer tenía una connotación social y energética muy fuerte. Al escucharla uno siente que se enfrenta a un monstruo gigantesco frente al que sabes que vas a perder, sin embargo, un tumor para nosotros era algo tangible y palpable que tiene tratamiento. Realizamos muchas acciones que finalmente me llevaron a escribir un libro y a crear junto a mi marido la fundación Todo es Posible, a través de la cual queremos replicar el mismo tratamiento que hicimos con mi hija con otros niños y traspasar nuestra experiencia a quienes vivan algo similar.
La vida pone pruebas muy duras, pero está en nosotros decidir si las tomamos como un tormento o como un aprendizaje. Nosotros como familia escogimos aprender, y vaya que lo hicimos. Después de vivir algo así la vida cambia, las cosas que antes parecían importantes ya no lo son. Los problemas de antes dejan de tener sentido. En nuestro caso aprendimos a valorar la vida, algo que muchas veces damos por sentado y de los cual no tenemos conciencia. Tener la oportunidad de tomar desayuno ya es maravilloso. Saber que puedes estar con tu familia y cuando llegues a la casa todos estarán ahí es impagable. La vida nos enseñó a agradecer cada logro, cada milagro que fuimos viendo en este tiempo. Y nos dimos cuenta que es una gran práctica, ya que agradecer cambia la perspectiva.
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