Cuando hablamos de madres narcisistas la imagen que podría venirse a la mente es la de las figuras maternas de cuentos y teleseries de madrastras que se miran constantemente al espejo para admirar su propia apariencia y atributos. Las que, ante la juventud y creciente belleza de sus hijas, se sienten amenazadas y encuentran formas de castigarlas, herirlas o incluso deshacerse de ellas. Y si bien en la realidad la relación de una madre narcisista tiene poco que ver con la caricaturización que hacen las historias de ficción de éstas, eso no implica que sean menos nocivas y sus efectos menos persistentes en la vida de quien ha sido criada por una mamá con un exacerbado sentido de su propia importancia.
Se estima que el 5% de la población mundial padece de trastorno narcisista de la personalidad. La prevalencia en mujeres es de un 4.8% y en hombres el porcentaje es casi el doble, lo que lo convierte en una patología eminentemente masculina. Y si bien todos tenemos rasgos narcisistas como parte de nuestro carácter, esta cualidad se vuelve un trastorno en una mujer —según lo define el manual de enfermedades psiquiátricas DSM-V— cuando éstas viven obsesionadas con fantasías de éxito, poder y belleza ilimitados. Se acompaña además de una noción de excesiva importancia de sí mismas, falta de empatía y, sobre todo, una constante necesidad de ser admiradas. Y, en el contexto de una relación de madre-hija, este tipo de comportamientos y rasgos tiene profundas consecuencias en la crianza.
La psicóloga clínica Susan Cavieres @reparaconsentido especialista en tratamiento de heridas de infancia, explica que es muy importante hacer la distinción entre una mamá con trastorno de personalidad narcisista versus una mamá con rasgos narcisistas. Porque la primera, tal como se explica en el DSM-5, es una persona que vive un trastorno mental que se expresa en un sentido desmesurado de su propia importancia en la vida de los demás, en este caso de una hija. Sumado a una necesidad profunda de atención y admiración por otros, combinado con una carencia de empatía. Todo esto genera muchos conflictos en sus relaciones interpersonales en general, pero que, dada la cercanía con una hija mujer, puede ser especialmente dañino para ellas. El segundo tipo de madre, y que probablemente es un escenario gris más común, es una persona que en algunos casos logra conectar con las necesidades de su hija más allá de las propias. “Si bien en ocasiones le cuesta empatizar con el otro, sobrepone sus necesidades ante las de otros, pero no siempre”, comenta Susan. “A veces es capaz de poner su atención en otros, empatizar con el resto desde sus propias experiencias”.
La especialista explica que ambos casos comparten rasgos comunes. En ambas existe una tendencia a monopolizar y centrar la atención sobre sí mismas. Se comportan de manera arrogante o altanera, mencionando en ocasiones que el resto las envidia y debido a eso no pueden mantener buenas relaciones interpersonales. En general, esperan que el resto haga u opine de la misma manera que ellas, lo que finalmente puede generar situaciones de manipulación para conseguir lo que quieren.
Si bien tener una mamá narcisista durante la infancia y adolescencia afecta tanto a hijos como a hijas, los niños tienden a distanciarse emocionalmente de aquello que duele o molesta, según explica Susan. En cambio las mujeres, en su mayoría, tienden a una forma distinta de procesar esta realidad: conectan más con el dolor o la rabia.
“Si nos enfocamos en las hijas mujeres, el crecer con un rol materno incapaz de identificar y validar con las necesidades emocionales impacta en poder reconocernos como personas merecedoras de amor y atención”, explica la psicóloga. Agrega también que una de las áreas más afectadas por los comportamientos narcisistas de una madre es la autoestima de sus hijas. “Impacta en nuestra propia imagen femenina y en cómo entablamos relaciones con nosotras mismas y con otros”.
Para muchas hijas el reconocer las heridas de una madre narcisista no es fácil y es un proceso que toma años. Se trata de relaciones que suelen ser ambivalentes. Por un lado hay demostraciones de preocupación ya que se trata de madres que ven a sus hijas como una extensión de sí mismas per, por otro, hay comportamientos competitivos cuando se sienten amenazadas que anulan las necesidades emocionales de niñas y adolescentes. Frente a estas actitudes erráticas durante la crianza los efectos para la mujer adulta pueden ser muy diferentes.
Susan Cavieres explica que existen dos polos en los que tienden a ubicarse las hijas de una madre narcisista en la adultez. Aclara que, ninguno es mejor que otro porque se trata de extremos y que, por ende, son situaciones complejas de manejar. La primera alternativa es que una hija imite los comportamientos y actitudes de la madre narcisista y desarrolle el mismo trastorno o rasgos de narcisismo exacerbados. Al repetir el patrón estas mujeres tienen dificultad para empatizar con otros y sobreponen sus necesidades a las de los demás en la mayoría o en todas las instancias. Por otra parte, existen aquellas que, producto de los efectos que tuvo el ser tratadas con distancia y descuido por parte de sus madres genera una necesidad excesiva por preocuparse de los demás incluso a costa de su propio bienestar. Buscan complacer a otros para buscar esa contención y aceptación que no recibieron de sus madres narcisistas.
Así como no existe un único final para la historia de una niña criada por una madre narcisista, tampoco existe una única forma de sanar esa herida. Susan recomienda plantearse una pregunta para comenzar a dilucidar cuál podría ser el camino hacia un cierre para una infancia marcada por este trastorno. “Creo que la clave aquí es preguntarse y reconocer ¿cómo me siento con una mamá así?”, plantea la psicóloga. Si la respuesta va en la línea de la tristeza, la incomprensión o el sentirse poco valorada una buena alternativa es buscar ayuda de un terapeuta o de círculos cercanos en los que se pueda generar un espacio seguro para hablar de lo que se está sintiendo. “Lo más dañino es normalizar este tipo de relaciones, ya que si lo hacemos es muy fácil seguir el patrón”, explica la psicóloga. Sin darse cuenta, la niña que creció como la hija invisibilizada a la sombra una narcisa puede convertirse en la mujer que se percibe como el centro del mundo. Merecedora de la atención del resto y obsesionada con su propia importancia y valor.