“Hijo, la mamá debe ir a trabajar y no te ama menos por eso”

maternidad y trabajo paula



“Se pide que la mujer trabaje como si no tuviera hijos y que críe hijos como si no tuviera que trabajar”, dice un cartel que se hizo viral ayer en el día del trabajo. Una de las mujeres que lo compartió, Francisca Vergara (39), lo hizo porque dice que la representa absolutamente. “Cuando nació mi primer hijo hace nueve años, entendí que mi carrera profesional cambiaría. A los dos años me separé y, desde entonces, me llevo gran parte de la carga del cuidado. Y eso, al menos en mi trabajo, es incompatible con la idea de crecer dentro de la empresa. Tuve que dejar de asistir a los cursos y capacitaciones que se hacían después de las 18:00 hrs., y para qué hablar de los viajes, que en mi pega son importantes para acceder a cargos más altos”, dice. Recuerda también que cuando su hijo cumplió cinco años, tuvo una bronquitis obstructiva que se complicó bastante y que la hizo pedir permisos para cuidarlo en reiteradas ocasiones. “Cada vez que volvía de esos permisos, se habían tomado decisiones importantes sin consultarme, lo que de a poco me fue sacando de los proyectos más relevantes de la compañía, y me fui quedando con la pega más básica. Y aunque lo entendía, igual me frustraba porque sentía que me estaba quedando fuera o atrás. Y no era por mi capacidades profesionales sino que porque, en esta sociedad, cuando eres mamá y trabajadora, terminas teniendo que elegir a qué le das prioridad”.

Lo que siente Francisca le ocurre a buena parte de las madres debido a que aún en nuestra sociedad, maternidad y empleo son experiencias incompatibles, que han significado una doble y hasta una triple jornada laboral para mujeres. Así lo confirman diversas encuestas que han determinado que las mujeres realizan en promedio tres horas más de trabajo no remunerado que los hombres. “La crianza la puede ejercer cualquier persona que cuida. Es un acto psicológico-socio-político, es decir, todos como sociedad somos responsables de la crianza de un niño o niña, de su bienestar e interés superior. Cuando pensamos en la crianza no solo hablamos de sus prácticas en el hacer cotidiano, sino que también de las creencias asociadas a ésta y las emociones. El problema es que en nuestra sociedad, toda esta dinámica se organiza y está sostenida por un dispositivo sociocultural que iguala crianza con maternidad, como si la crianza fuese solo responsabilidad de las mujeres”, explica la psicóloga feminista África Morales, quien ha trabajado muchos años con mujeres e infancias.

Para Francisca –como tantas otras mujeres– esto se traduce en culpa. “Me siento culpable por no lograr mis objetivos profesionales, y también por no poder dedicarle a mi hijo el tiempo que quisiera. Al final se torna una relación tóxica, porque a ratos odio la maternidad porque no me permite desarrollarme en lo que me gusta, pero luego cuando estoy en el trabajo, me siento en falta con mi maternidad y por eso odio mi trabajo, porque le quita espacio valioso a mi hijo. Es como un circulo vicioso lleno de culpa y ambivalencias”, dice. Y reconoce que esto ha afectado la relación con su hijo. “No sé si él percibe mi sentimiento de culpa, o si le transmito mis contradicciones, pero en muchas ocasiones le he tenido que decir: ‘hijo, la mamá debe ir a trabajar y no te ama menos por eso’. Y en esos momentos es cuando me derrumbo”.

La psicóloga Claudia Muñoz, quien trabaja con enfoque de género, explica que la culpa es la exitosa interiorización de discursos y normas sociales. “Cuando éstos discursos se interiorizan, haciéndose propios, actuamos como nuestros propios verdugos, fiscalizadores del discurso social. Desde aquí es importante visualizar que, por ejemplo, el único deseo femenino aceptado por la sociedad, es el deseo de ser madre, por tanto cuando una mujer prioriza un deseo que no está dirigido hacia el fin reproductivo o de cuidado, es castigada por la sociedad, y por tanto también por sí misma”. Agrega que una forma de trabajar la culpa es a través de la perspectiva de género, visibilizando los discursos, normas, roles y estereotipos patriarcales que nos han impuesto una sola forma de ser mujeres y madres, e ir entendiendo que lo que pase con los niños y niñas no es solo nuestra responsabilidad, sino también del padre, de la familia y de la sociedad. “Los niños siempre resentirán no tener consigo a sus principales figuras de apego. En nuestra sociedad esa figura es y ha sido la madre a partir de la exigencia cultural que hasta la misma psicología, carente de enfoque de género, ha reforzado señalando que la ausencia o insuficiencia en el rol materno podría generar daños o dificultar el normal desarrollo de un niño o niña. Sin embargo, una crianza en la cual estos puedan contar con más adultos significativos disponibles psíquicamente, que respondan a sus necesidades, les escuchen, crean en ellos y promuevan su desarrollo aportando así a su proceso de autonomía, les ayudará a generar una confianza básica que les permita no requerir de la presencia real de su madre, sino que puedan separarse de esta, sabiendo que es un vínculo seguro que volverá”.

África agrega que es importante trabajar en la culpa materna porque una mujer que se siente desvalorizada o tiene su autoestima baja, no tendrá la disponibilidad psíquica para conectar con las necesidades del bebé. “Si mira las necesidades de su guagua pero también las propias, puede generar un dispositivo de autocuidado en el rol de crianza; sentirse contenida para poder contener”.

Desde el punto de vista de los niños y niñas, y cómo pueden resentir el no tener a una madre dedicada al cien por ciento a la crianza, explica que la teoría señala que desde el nacimiento hasta los cinco años niñas y niños integran a tres cuidadores principales. “Si tienen a más de un cuidador o cuidadora, toman lo bueno de cada vínculo y lo hacen propio. Arman un esquema mental de cómo funciona el mundo. Si sólo tienen una cuidadora o un cuidador, ese esquema va a estar empobrecido”, explica. Además se pregunta ¿por qué tendría que estar una madre dedicada completamente a la crianza? ¿De dónde viene esa idea? ¿Cuál es la imagen que quiero entregarles a mis hijos: una madre que se desdibuja en servicio de otros o una mujer integral que se puede desarrollar en distintos ámbitos de su vida?

Claudia agrega que es importante hablar con ellos independiente de su edad y explicarles con un lenguaje accesible que el hecho de que la madre o el padre no esté, en ningún caso constituirá que se le amé menos. “Contarles que cuando estamos en el trabajo nos acordamos también de ellos y que incluso a veces les contamos a nuestros amigos nuestra anécdotas, mostramos sus fotos y les extrañamos. Así, poco a poco se irá instalando también en ellos la idea de que no es lo uno o lo otro, trabajar o criar, sino que pueden ser ambas cosas y que incluso así, el tiempo juntos puede ser más entretenido y de calidad”.

Para África sería un buen ejercicio mostrarles a niños y niñas que no puede recaer el peso de la crianza en una sola persona, que pueden contar con una red de apoyo y que tienen a otros adultos en quienes confiar. “Al distribuir los roles de crianza desde pequeños les estamos mostrando que una sola persona no puede estar siempre disponible, que esa persona puede decir ‘ahora no puedo o no quiero’. Así ellas y ellos también serán capaces de poner esos límites con ellos mismos”. Desde ahí Claudia sugiere que educar con enfoque de género es fundamental. “Que desde la infancia entendamos que los cuidados y la crianza son una labor que nos corresponde a todos y todas”.

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