Historiadora Ximena Vial: “En mi búsqueda profesional intento salirme de la academia, un espacio híper masculinizado en el que ni pescan a las pocas mujeres que hay”

xiemena vial paula



Cuando tenía ocho años, Ximena Vial –la mayor de cuatro hermanos– y su familia dejaron su vida en Chile y se fueron a vivir a El Salvador por el trabajo de su papá. Ahí estuvo tres años en los que aprendió a hablar inglés y en los que articuló, como dice ella, sus primeros recuerdos. Luego de eso se fueron a Guayaquil, Ecuador, donde pasaron los siguientes cinco años. Es ese el país que hasta el día de hoy, a sus 32, Ximena identifica como su hogar. Y es que ahí pasó la adolescencia, se vinculó afectivamente y dio con los sabores que hasta hoy, estando nuevamente en Chile, intenta replicar en su cocina.

Cuando volvió con 16 años, supo lo que significa enfrentarse al conservadurismo propio del Cono Sur, uno en el que todo lo que se sale de la norma –o lo que viene desde afuera– se vigila con cautela y sospecha y es, finalmente, castigado. Fueron años en los que se rieron de su acento y ella se obligó a volver a aprender a hablar como chilena. “Recuerdo haber estado en el baño del colegio practicando el acento, acordándome que tenía que decir calcetines en vez de medias. Ese apretón del conservadurismo me dejó un poco tullida por un tiempo, pero entrando a la universidad, se me pasó”.

Primero estudió derecho durante un semestre –otro intento por parte del conservadurismo de hacerse presente en su vida, según cuenta entre risas– pero rápidamente se dio cuenta que no era lo suyo. Se cambió entonces a Historia en la Universidad Católica, donde según ella se reencontró con Chile, con historias familiares y participó en política universitaria. Luego de eso se fue a Nueva York a cursar un magíster en antropología en la Universidad de Columbia, donde también trabajó en un proyecto enfocado en la memoria migrante. Hoy está realizando un doctorado en la Universidad de Birmingham y su trabajo de campo es justamente sobre la migración en Chile. “Hay un libro muy lindo que lo explica bien; se llama Niños de la tercera cultura, y ahí se da cuenta de que los niños que crecen en el extranjero tienen una vivencia distinta, muy fuerte, y a ratos inentendible para aquellos que no la han vivido. Todo es un poco más sufrido, pero también es hermoso. En esos niños también aparece una nostalgia por el hogar. Yo, por ejemplo, odio que me cambien algo de lugar en mi casa. Como no tuve mucha estabilidad de chica, la busco en otras cosas”, explica.

Y es que han sido esos desplazamientos los que la han vuelto más sensible frente a temáticas como la construcción de la memoria desde el relato oral, la migración y la falta de oportunidades que han tenido las mujeres y las minorías para dar a conocer sus experiencias. Todas temáticas que hoy caracterizan su búsqueda profesional y que también se develan en el libro ilustrado que publicó, junto a su hermana Paula, hace un mes; Diosas de lo íntimo. Oráculos de la memoria familiar (2021, Editorial Trayecto Comunicaciones), que reúne las historias de 10 mujeres en Chile, de distintas edades, orígenes étnicos, proveniencias y rubros, con la intención de aportar a la gran deuda histórica que existe en torno a la representatividad femenina. “Mi búsqueda siempre ha sido la de darle visibilidad y espacio a los que han sido invisibilizados. Es también lo que hago a través de mi Instagram @historiadicta y mi podcast, todas plataformas con las que busco salirme de la academia, un espacio híper masculinizado en el que ni pescan a las pocas mujeres que hay”, explica. “Porque llegó un punto en el que me di cuenta que todo lo que yo estaba investigando se quedaba ahí, con suerte en el aula. Las plataformas digitales han permitido democratizar el conocimiento y dar paso a una comunidad en la que se opina sobre la historia. El libro va en esa misma línea”.

Las mujeres no han sido partícipes del proceso histórico de construcción de conocimiento. Iniciativas como tu libro vienen a darles una voz.

Busco darle relevancia a todas estas mujeres que no solo no han sido parte de la construcción del relato, sino que también han sido invisbilizadas a diario. En la última década se ha hecho un esfuerzo por darle mayor representatividad al trabajo de mujeres en espacios públicos, por ejemplo investigadoras y premios Nobel. Pero hay una gran deuda con las mujeres en el espacio privado, que ha sido el espacio más menospreciado a nivel social, como si ahí no pasara nada relevante. Pero justamente lo que ocurre ahí es lo que finalmente sostiene a la sociedad, es la espina dorsal. Y es algo que recién con la pandemia se ha vuelto más evidente. Todas estas mujeres, que van desde los 19 a los 85 años, cuando se las conoce en la intimidad, son increíbles. Una de ellas es Ziomara Morrison, basquetbolista profesional chilena, que no es tan reconocida en Chile; hay una mujer afrochilena que habla de su experiencia de discriminación; una mujer mapuche y ceramista que se fue a estudiar cerámica mayólica en Italia; y mujeres empresarias que no son tan conocidas como sus maridos pero que fueron claves en la articulación de sus negocios, entre otras.

¿Cuándo hiciste la primera entrevista?

La primera se la hice en mayo del 2020 a la abuela de una amiga, Esther Cohen, que es una mujer judía que nació en Temuco y cuya familia viene de Monastir, una ciudad costera Tunesina. En esa época estaba postulando este proyecto a un fondo para ex alumnos de la Universidad de Columbia (Nueva York) que finalmente me gané. Como tengo el espíritu de antropóloga muy a flor de piel, siempre estoy parando la oreja; ahí fui encontrando mujeres cuyas historias me interesaba visibilizar. Cuando entrevisté a la abuela de mi amiga dije ‘ok, ahora necesito otro perfil’, entonces surgió la idea de tener a una mujer migrante. Busqué en Instagram un restorán de comida china que me tincó y ahí llegué a mi próxima entrevistada. Luego me di cuenta que me faltaba la experiencia adolescente y me acordé que había leído en redes un poema de una chica que se llama @sucialocatraicionera, que transmitía muy bien esa sensación de angustia y crisis existencial propia de esas edades. Y así se fue dando.

En tu visión, ¿cómo se construye la memoria en la era digital, en la que la manera de registrar es otra y todo puede ser efímero pero eterno a la vez?

Creo que hay dos caras ahí; es verdad, se trata de una memoria más efímera pero por otro lado se ha vuelto más democrática. Antes predominaba una sola historia, y era la historia oficial que dictaba el Estado, las instituciones, la televisión y los museos. Pero en la era digital, las memorias no oficiales se hacen mucho más potentes; ejemplo de esto es lo que la gente grabó con sus celulares para el estallido social que se terminó viralizando y dando cuenta de lo que no se mostraba en otras plataformas. Ahora hay muchas más memorias y se da el espacio para que la oficial y las no oficiales conversen.

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