Historias de tatuajes: Una marca de vida

Tatuajes
Carolina Hernández, tatuadora.



Un 14 de febrero de 2019, siete meses después de la muerte de su padre, Florencia Salgado Henríquez fue a un estudio de tatuajes y pidió hacerse un tapir en su antebrazo. La historia de porqué quería tatuarse ese animal en particular es más o menos así: un día, cuando su padre ya estaba enfermo, quién sabe por qué, empezó a hablar sobre los tapires y a mostrar fotos sobre ellos, y en una actitud de juego, a pesar de su estado de salud, trató de imitar la cara de un tapir bebé. Él era un hombre de más de 1,80 metros de alto, robusto, muy rudo en primera instancia. Florencia desde niña siempre lo vio como alguien gigante, indestructible, incluso cuando se enojaba se reían con su hermana diciendo que crecía de tamaño por el enojo. Y sin embargo ahí estaba, en medio de su enfermedad, riéndose, intentando imitar la cara de un tapir bebé.

A Florencia le dio tanta ternura ver a su padre así que corrió a hacerle cariño y a abrazarlo. Desde ese momento se convirtió en el juego entre ellos; el papá empezó a hacer “tapires” para que sus hijas corrieran a abrazarlo y hacerle cariño. Uno de sus últimos días de vida, cuando ya estaba agonizando y tenía la vista fija en el techo, no pestañaba y parecía que estaba fuera de este plano, Florencia le pedió que le hiciera por última vez la cara de tapir y él, como pudo, movió su rostro y la hizo.

Florencia
Florencia Salgado.
Jade

“Mi papá podía ser intimidante e incluso patriarcal a ratos porque era un hombre antiguo, pero sobre todo era una persona tierna, era un niño regalón que quería jugar, quería todo el cariño que le faltó en la infancia. Por la vida que tuvo podría haber sido perfectamente un hombre maltratador, pero no fue así, le dio vuelta la mano a su historia y luchó por ser un hombre querido, un hombre justo y tierno. Este tatuaje, ese tapir, rescata esa parte tierna de él, como un recordatorio permanente de que él estuvo aquí, conmigo. El tatuaje me recuerda de que no me inventé al papá bacán que tuve, sino que lo tuve realmente, que existió y que sigue existiendo de alguna forma. Mientras me hacía el tatuaje pensaba en los mejores recuerdos que tengo con mi papá, que son miles. Le contaba a la tatuadora cosas que decía o cómo era y me reí mucho. Hoy me da una felicidad absoluta cada vez que lo veo, me siento acompañada. A veces se me olvida que lo tengo y lo vuelvo a ver y recuerdo que no estoy sola y que nunca lo voy a estar”.

Un “torpedo” para la memoria

Para la tatuadora Daniela Vargas las sesiones de tatuajes tienen algo de performático; un proceso concreto, sin vuelta atrás, en tiempo real con el otro, donde el tatuador modifica la piel del tatuado de forma permanente y con un significado que permanecerá en ambos. “Pienso que los tatuajes son como un “torpedo” para la memoria, que nos recuerda eventos, personas, fechas, direcciones o situaciones que no queremos olvidar”. Para las generaciones más jóvenes, dice Daniela, ni siquiera el dibujo en sí es tan importante como la experiencia: “Es hacer un rito para cambiar algo de tu vida, donde el dolor de la aguja también tiene un sentido”.

Tatuaje terapéutico
Carolina Hernández, tatuadora

La psicóloga española Sheila Estévez, especialista en conflictos emocionales, decía en una entrevista que tal vez lo que nos mueve a tatuarnos sea eso mismo; querer de alguna manera “fotografiar” un recuerdo en nuestra piel. “Nos tatuamos para subrayar la propia identidad y también para inmortalizar momentos, tanto los que fueron felices como aquellos que nos han dejado una herida”.

Probablemente somos la generación más tatuada de la historia. Según cifras de un estudio GfK Adimark del 2017 en Chile, el 17% de las personas mayores de 15 años tiene al menos un tatuaje. El número promedio es de 2,8 y por género, el 19% de los hombres tienen uno, mientras que las mujeres son un 14%. Además, se destaca que las personas de 25 a 34 años son el grupo con más tatuajes con un 38%, seguido por personas de 15 a 24 años con un 26% y el grupo de 35 a 44 años con un 22%. Si antiguamente los tatuajes aún mantenían cierto estigma de marginalidad, hoy se han vuelto una forma más de expresión a través del cuerpo como lo puede ser el pelo, la ropa o los accesorios.

Las motivaciones detrás de un tatuaje van desde el adorno estético del cuerpo o el coleccionismo de imágenes hasta la memoria o la sanación de experiencias de vida, como Florencia. “Los tatuajes son vistos hoy como una expresión artística para identificarse, como búsqueda de la identidad visual individual de cada persona, como un lienzo en el cual las personas pueden plasmar momentos simbólicos de su vida, conmemorar a seres queridos o cosas que les gusten y representen”, dice Carolina Hernández, más conocida en el mundo del tatuaje como Lia Van Tattoo: “Las personas lo ven como un método de sanación o término de etapas que sobrepasan lo meramente estético, o por el hecho de sentirse libres con su cuerpo y expresarse con él”.

El tatuaje terapéutico

Clarisa Andrea Tamayo (27) en sus años universitarios sufrió de una depresión muy fuerte donde se autolesionaba los tobillos. Luego de mucha de terapia logró salir de ese estado y dejar de hacerse daño, pero le quedaron unas cicatrices que al mirarlas le avergonzaban. También, de alguna manera, le recordaban a diario el daño que se había hecho a sí misma. Fue allí cuando decidió tatuarse algo lindo sobre ellas. “Decidí reescribir ese pasado que me causaba tanto dolor mirar y quería que fuera algo simbólico que significara algo que al mirarlo me hiciera sentir bien conmigo misma”. Lo que finalmente se tatuó en la cara interna de los tobillos fue un ciclo lunar en una pierna y unas olas en la otra. “Esos tatuajes me recuerdan que así como la luna afecta al mar y genera olas, a mí también las cosas me afectan y eso no está mal. Pero lo malo pasa y las olas siguen su curso, se pueden superar las tormentas, no son eternas. Que hay que aguantar y saber sobreponerse a esas olas más intensas porque después viene la calma. Y que eso que ya había logrado una vez, lo podría lograr de nuevo”. Mientras se lo tatuaba, cuenta, no sintió ningún dolor, a pesar de ser una zona particularmente sensible. “Estaba feliz de reescribir ese recuerdo malo y dejar encima un mensaje que me recordara lo que superé, que me sobrepuse y lo dejé atrás. Fue un día muy emotivo y sanador. Estaba feliz, miraba mis tobillos con alegría y sin vergüenza”.

Tatuajes terapéuticos - Paula
Jade Espinoza
Tatuajes terapéuticos - Paula

Algo similar vivió Jade Espinoza (28), que también tatuó sus piernas. “El helecho que me lo hice al terminar una relación que me hizo mucho daño. La chica que me tatuó se demoró muy poco en hacerlo pero sentí mucho dolor. Fue como si se abriese la carne. De alguna u otra forma fue liberar esa toxicidad que me había causado esa relación. Hoy el tatuaje me genera varias cosas: lo veo y es como si me doliese todavía. Incluso hay una parte al medio que se borró… pienso que de alguna manera fui soltando ese dolor”, dice.

El tatuaje terapéutico se trata de un término más reciente que hace referencia al uso del tatuaje como sanación a una situación psicológica o física determinada. Esto corre para todo tipo de cicatrices por accidentes, por enfermedad o por autolesiones, ya sea para acompañar aquellas marcas con un dibujo significativo que ayude a las personas a resignificar el dolor detrás de esas historias. El tatuaje terapeutico también se usa para corregir las secuelas de alguna enfermedad. La misma Carolina Hernández, Lian Van Tatoo, se ha especializado en ese rubro; tatúa desde aureolas mamarias para sobrevivientes de cáncer de mama hasta cicatrices traumáticas o quemaduras de gravedad. “Lo que más disfruto de mi trabajo es la forma en que el resultado tiene un sentido en las personas, una importancia. Logra transformar vidas en muchos aspectos significativos para quien se realiza un tatuaje”. Mediante el tatuaje reconstructivo y la micropigmentación paramédica, en los cuales Carolina se ha especializado en los últimos años, ayuda a mejorar en muchos aspectos la vida de cientos de personas. “El cariño que me demuestran, la felicidad al ver resultado y muchas veces la emoción de ver por fin plasmado en su piel algo que querían con ansias, es lo mejor que me llevo a casa cada día luego de finalizar mi jornada”.

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