"Mi hogar era mi casa de muñecas". La casa en que crecí de Manuela Pérez
La casa en que crecí estaba en una comunidad en La Reina. Teníamos harto espacio para jugar porque había un patio comunitario que compartimos con los vecinos, pero también teníamos uno propio. En ese lugar estaba la que yo consideré por muchos años como mi verdadero hogar: mi casa de muñecas.
La primera Navidad que pasamos en esa casa con mis papás y mi hermano mayor, me hicieron salir al patio en la mañana porque había un regalo para mí afuera. Ahí vi por primera vez mi casa de muñecas con una rosa enorme de color rojo en el techo. Tenía 6 años. Me acuerdo que estaba en la mitad de un terreno largo sin nada de pasto ni árboles, sólo tierra, porque hace pocos meses habíamos llegado a vivir a ese lugar así que todavía no teníamos jardín.
La casa de muñecas la diseñó mi papá y la construyeron con ayuda de uno de los maestros que trabajaba con él. Era completa de madera. Cuando la recibí, todavía no estaba totalmente terminada; le faltaba la pintura y otros detalles, pero a mí me encantaba igual. A medida que fue pasando el tiempo y mis papás fueron terminando de decorar la casa familiar y armando el patio, mi casa de muñecas también tuvo mejoras. Con mi papá le pusimos unas tejas oscuras de un material áspero, casi como gravilla cubriendo todo el techo, y la pintamos de distintos tonos de rosado, uno claro para las paredes y otro más oscuro para las puertas y ventanas.
Mi casa era mi espacio personal y yo pasaba ahí la mayor parte del tiempo, aunque no jugaba mucho con muñecas. La consideraba una casa como cualquier otra, así que tenía una escoba para barrer y después trapeaba el piso porque había que hacer el aseo como en todas las demás casas. Me acuerdo que llevaba animales de peluche y los volvía a dejar a la casa principal para que fueran al colegio mientras yo regresaba a mi casa a cocinar y ordenar. Cuando no estaba haciendo tareas domésticas me gustaba mucho llevar libros y dibujar o pintar con témperas. A veces pintaba sobre hojas de papel y otras veces pintaba las paredes de la casa por dentro con flores y formas de colores. Era un espacio completamente mío y sentía que allí podía hacer todo lo que yo quería. Cuando se hacía tarde, todos nos entrábamos -incluidos los peluches- porque la casa de muñecas tenía algunas rendijas abiertas por las que entraba viento y frío, así que no se podía pasar la noche ahí. Al día siguiente, volvía a trasladar todos mis juguetes para empezar otro día en mi verdadero hogar.
Una de las cosas que más me gustaba de esa casa era que todas las ventanas y la puerta podían abrirse y cerrarse perfectamente con una especie de seguro. Me gustaba mantener la puerta cerrada porque sentía que era mi espacio y quería mantenerlo como un lugar solo para mí. Si venían amigas, jugábamos en la casa, pero no recuerdo haberla compartido con mi hermano ni con adultos porque no cabían por la puerta. Todo era pequeño, hecho a la medida para una niña.
Cuando pasaron los años y fui creciendo la casa de muñecas dejó de ser mi refugio. Como muchos adolescentes empecé a dejar de lado cosas que me resultaban demasiado infantiles ¿cómo iba a seguir jugando a la casa de muñecas?. A pesar de que me parecía un juego para niños chicos y que yo ya no estaba para eso, igual me gustaba mirarla por la ventana y saber que todavía seguía ahí.
Me acuerdo que mi casa quedó abandonada en el patio por harto tiempo y que incluso la usé para guardar todos mis juguetes de niña que en algún punto quise sacar de mi pieza pero que no fui capaz de botar. Se convirtió en una especie de bodega de todos mis recuerdos de infancia hasta que decidí que lo mejor era darle una nueva oportunidad y se la regalé a una prima. La llevamos hasta su casa porque vivía en la playa y la instalamos en su patio. Me acuerdo que se veía preciosa en medio de los árboles porque tenían un pequeño bosque en el patio. Mi prima también creció y ya no vive en esa casa, pero me gusta pensar que la casa de muñecas sigue ahí y que ahora otros niños la han convertido en su propio espacio.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.