"El discípulo se acercó al maestro, mientras este preparaba el arroz del almuerzo. "Oh, maestro, cómo podré saber cuándo estoy realmente en la senda hacia la suprema verdad interior?", le preguntó. A lo que el maestro, sin desviar su mirada del arroz que hervía, repuso: "lo sabrás cuando dejes de hacer preguntas estúpidas". Intentamos entender la vida por las palabras. Conversamos sin cesar, poniéndole nombre a todo, buscando siempre la explicación racional, analizando el pasado, lo que es, lo que vendrá. El computador, el celular, la TV aceleran aún más la cháchara mental, en un vértigo de imágenes, sumidos en la ansiedad. Del ordenador pasamos a dormir y cuando despertamos caemos en el celular. En cambio los niños pequeños se dedican a jugar. Juegan todo el día. Usan su cuerpo, se emocionan, imaginan y sueñan despiertos. Nosotros los adultos nos olvidamos de jugar. Todo es serio, y el cuerpo, con el desuso, pasó a ser parte del inconsciente, y no le queda otra que expresarse a través de los síntomas, para que lo miremos y le prestemos atención. Toda terapia debiera incluir el cuerpo. Nadie se sana su neurosis puro conversando. Este próximo 2017 la manera de centrarte y movilizar tus energías es a través de recuperar el animal, el instinto, el músculo y dejar el exceso de cabeza. Somos mitad humanos y mitad animales, y te falta la mitad animal. Para dejar el todopoderoso Imperio de la Cabeza, debes recuperar primero la sexualidad. Necesitas orgasmos, convulsiones periódicas. Acércate al cuerpo, al sudor, usa los músculos, deja el auto y camina por lo menos media hora al día. Súbete a la bicicleta, baila, bebe vino, haz biodanza, expande el pecho y déjate llevar por lo que sientes. Busca los estados alterados de conciencia, aquello que expande y abre la percepción. Juega, mira que la risa estremece el cuerpo. Observa a los niños e imita su liviandad y frescura. Habla tonteras. Busca la naturaleza, el vagabundeo. Antes de subirse al avión que la llevaría al fondo del océano, Bárbara Délano me envió una postal. La recibí días después del accidente. En ella sale La paseante de Monet. Su último poema para todos los chilenos fue: "no sean pajarones; paseen por la vida".
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