A mediados de abril se presentó en el nuevo programa del Mega, ‘Mi barrio’, un grupo de humoristas que parodiaron a BTS, una banda K-pop de Corea del Sur que se ha vuelto popular entre jóvenes y adolescentes de todo el mundo. Un mes antes, un hombre blanco de 21 años había matado a ocho personas –de las cuales seis eran mujeres de origen asiático– en Atlanta (EEUU), y el mundo ya había activado la campaña de alerta en contra de los crímenes de odio hacia la comunidad asiática, que durante la pandemia solo habían aumentado. Por esos días el hashtag #StopAsianHate inundaba las redes sociales, y aunque se tratara de un activismo performático o virtual –a ratos de poco impacto en la vida cotidiana– se había logrado visibilizar la discriminación a la que estaban y están sujetos, de manera constante, las minorías asiáticas. Los ojos estaban puestos en eso.

En ese contexto, la prensa internacional no se demoró en dar a conocer lo ocurrido. En un artículo publicado en The New York Times, el redactor jefe de la sección Internacional del diario, Russel Goldman, escribió que cuando se enteraron de la rutina parodia presentada en el programa televisivo chileno, los seguidores de la banda, que se autodenominan ARMY, salieron a declarar; los chistes, como explicaron, no eran solamente chistes. Daban cuenta de problemáticas más profundas sustentadas en un creciente racismo y xenofobia hacia los asiáticos.

Y es que, como explica el sociólogo de la Universidad de Chile e integrante del Colectivo Pelota al Piso (colectivo antipatriarcal que aborda temas relacionados al futbol, masculinidades y sociedad), Claudio Duarte, los chistes nunca son solamente chistes, porque el humor cumple en la sociedad varias funciones además de la evidente, que es hacer reír y generar momentos de alegría. Y es que históricamente ha sido utilizado como un dispositivo de control para divulgar y legitimar ciertas normas sociales. O, en otras palabras, para mantener el status quo. “Aunque pareciera que el humor se queda en un ámbito superficial y pasajero de la sociedad –totalmente inofensivo y que no debiera perjudicar a nadie–, en realidad tiene una vertiente normativa. Pasa por algo sin mayor relevancia, pero en realidad es muy importante porque permite legitimar ciertas prácticas sociales a través de la trivialización del problema”, explica. “Con esa trivialización vamos legitimando expresiones de violencia, sin darnos cuenta a ratos, y eso incide en la forma en la que nos relacionamos”.

El humor tiene la capacidad de minimizar las problemáticas sociales. Y por eso, a veces de manera inconsciente, a través del humor se valida la discriminación y la violencia. “Cuando se cosifica a los cuerpos negros y asiáticos a través de bromas, esas bromas establecen la idea de que son cuerpos inferiores y discriminables. La raíz etimológica de la discriminación alude a la idea de que se cometió un crimen. Es matar a otro con lo que se está haciendo”, explica. “En este caso, el humor racista lo que hace es privar de humanidad a los cuerpos coreanos. Los vuelve objetos inanimados y pierden su condición de personas”. De ahí la importancia de señalarlo y no dejarlo pasar. Y en eso, hay un rol importante en el espectador, o receptor, porque a través de la risa, pero también de la inacción, validamos ese humor.

Y es que ese humor puede ser, como explican los especialistas, una forma de violencia sutil pero igualmente peligrosa. El chiste, al igual que una pregunta, afirmación, poema o canción, es una forma de expresión humana, y no hay ninguna forma que sea menos incidente que otra. “El campo del humor no es un campo marginal en la sociedad, es un campo al que recurrimos permanentemente. Entonces ahí queda claro que no es solo un chiste, es contenido y tiene efectos. Le puede quitar conflictividad a las problemáticas sociales y eso es un problema”, explica Duarte. Y a eso se le suma que tiene una lógica de humillación, lógica que ha sostenido la sociedad que está en crisis hoy: “La sociedad de la competencia y de la idea de que si te humillo, gano. El desafío que tenemos hoy es el de construir una sociedad en la que yo gano si tu también triunfas. Es otra mirada”.

Victoria Valdebenito, socióloga, PhD, académica de la Universidad Adolfo Ibáñez y clown, explica que el humor es un fenómeno sociológico que implica compartir significantes y reírnos en conjunto. Pero cuando se excluye a alguien, hay que realizar una revisión. Porque el límite entre humor y racismo está, según ella, cuando se pasa a llevar al otro. “La forma ideal de humor es cuando quien lo hace se ríe de sí mismo, de esa manera la gente empatiza. Cuando es a costa de otros, sin duda conlleva elementos de discriminación. Y es peligroso reírse de eso porque estamos validando, y normalizando, comportamientos discriminatorios”.

Valdebenito explica que la rutina del grupo humorístico estaba, además, llena de imprecisiones. “Imitaron mal el lenguaje, el acento, aludieron al dictador de Corea del Norte siendo que BTS es de Corea del Sur, y eso, además de dar cuenta de una enorme ignorancia, delata racismo, porque es una burla cultural, una burla de los rasgos físicos y hace sentir al otro como la otredad por no compartir los rasgos predominantes en Chile”.

Como detalla la especialista, no es primera vez que ocurre; en Chile la tendencia histórica, desde la época de la colonia, ha sido hacia la europeización y el blanqueamiento de las culturas. Y, hasta el día de hoy, todo lo que no calza con ese canon y referente, no es bien visto o aceptado. “A eso se le suma que el aislamiento geográfico profundiza estos prejuicios e ideas preconcebidas que tenemos de otras culturas”, explica. “Y que en Chile existe una actitud del asimilamiento; queremos que quienes lleguen sean y se comporten como chilenos, sin saber nosotros muy bien de qué se trata eso”.

Por último, el racismo no siempre se manifiesta de manera explícita y extrema. Cualquier acto de discriminación, sea este un chiste, un comentario o una agresión verbal, contiene una cuota de racismo. “La risa es la reacción fisiológica como respuesta a un estímulo humorístico, pero en el contexto actual el respeto hacia las diversidades es fundamental. El humor tiene que desplazarse hacia allá, porque si no lo hace, no va a ser sustentable”.

Hay humoristas que están desarrollando formas de humor sin discriminación, precisa Duarte. “Son humoristas que no violentan la vida ni los cuerpos de nadie. Principalmente son mujeres”, explica. “No hay que olvidar que estamos en un proceso de cambio, entonces no es algo que se pueda revertir de la noche a la mañana, pero lo que es evidente es que se nos está resquebrajando la sociedad del dominio y del maltrato. Es una muy buena oportunidad para hacer un humor respetuoso y humanitario, que estimule el encuentro. No es quedarse sin pega”.