Apoyada y firmada por el gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, el 1 de julio entró en vigencia una ley inédita en Estados Unidos que prohíbe hablar de orientación sexual en las salas de clases de niños hasta tercer grado. La regulación causó un evidente revuelo. Mientras en algunos condados ya se instruyó a los profesores que no vistieran ropa con los colores del arcoiris o que se revisaran los materiales y libros de enseñanza que hiciera referencia a la orientación sexual, la propia Casa Blanca calificó la normativa como vergonzosa y discriminatoria.

Aunque su nombre original es Ley para el derecho de los padres en la educación, la regulación ha sido conocida por sus detractores como la ley “No digas gay”. Su defensa argumenta que está hecha para que sean los padres quienes se encarguen de informar a sus hijos: “Queremos estar seguros de que los padres puedan enviar a sus hijos al jardín de infantil sin que se inyecten algunas de estas cosas en algunos de sus planes de estudios escolares”, dijo Ron DeSantis.

“Según la nueva ley, los maestros de las escuelas públicas no pueden ‘fomentar la discusión en el aula sobre la orientación sexual o la identidad de género en los niveles de primaria’. ¿Qué significa exactamente esa redacción vaga? Dado que la heterosexualidad es una orientación sexual, ¿significa la nueva ley que un maestro heterosexual no puede mencionar a su cónyuge? (...). No, claro que no. El proyecto de ley no fue diseñado para ser aplicado con ningún tipo de consistencia. Fue diseñado para hacer una sola cosa: aterrorizar a las personas LGBTQ+”, escribía hace unos días la columnista de The Guardian Arwa Mahdaui, experta en liderazgo femenino.

¿Qué consecuencias puede tener una regulación así?

Como plantea Kathleen Ethier, directora de la división de salud adolescente y escolar de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), la investigación demuestra que los currículos que incluyen el respeto por los demás con respecto a su orientación sexual e identidad de género son más efectivos.

Sumado a lo anterior, el tratar las temáticas de género, educación sexual y diversidad sexual como algo extraño, de lo que no se habla, implica poner un peso moral sobre las personas que se ven más involucradas: ya sean niños, niñas y adolescentes autodescubriéndose o bien a las personas pertenecientes a la comunidad LGBTIQA+. Así lo plantea la psicóloga infanto-juvenil Francisca Vergara, quien es parte del equipo de psicólogos del Centro de Estudios de la Realidad Social (ONG CERES @ongceres.cl). “Obligar a que el sistema escolar perpetúe esta invisibilización nos lleva a generar más inseguridad a los individuos, y a que se sientan profundamente solos, porque no se puede hablar de lo que a ellos les pasa o nadie puede responder abiertamente sus preguntas”, explica Vergara. “Somos seres sexuados desde nuestro nacimiento, entonces no hablar sobre sexo, no educar sobre sexo y relaciones sexoafectivas, nos aparta de la posibilidad de vernos completos, de poder entendernos en ciertas etapas, de poder protegernos y de aceptarnos. Y esto independientemente de la edad, la orientación o la identidad de género”, añade.

A diferencia de Florida, en Chile no hay ninguna ley que impida abordar estos temas dentro de los contextos escolares. Tampoco existe una ley de educación sexual que lo regule; solo se obliga a los colegios a entregar información científicamente veraz, acorde a la edad y sin sesgo para todos los estudiantes desde el primer año de educación media. También existe una especie de protocolo de acción ─conocida como la circular 812 de la Superintendencia de Educación─ que se emitió el año pasado en pos de regularizar la inclusión de las disidencias en las escuelas. Pero la educación sexual dentro de las aulas, es un tema que queda a juicio de cada establecimiento, de acuerdo a la Ley de Libre Enseñanza.

Lo anterior quiere decir que son los colegios los que administran qué enfoque pondrán en dichos contenidos. En el caso de que los incluyan. “Ya sea a partir de un juicio moral o religioso, otros más biologicistas, o lo que en mi opinión es más sano: desde un enfoque de derechos”, comenta Francisca Vergara, para quien es esencial visibilizar todas las aristas posibles de la sexualidad, tanto en las salas de clases como en cualquier círculo social. Y admitir que aquello que las generaciones pasadas aprendieron sobre educación sexual ya no es atingente a las nuevas configuraciones. “Tenemos que estar dispuestos a aceptar que estamos en falta y que hay cosas que no sabemos”, puntualiza.

Que la realidad haya cambiado no es una sorpresa. Un informe llamado Traspasando los límites del binarismo. El estilo de vida y las decisiones de la Generación Z, publicado en 2018 por la consultora internacional IPSOS, aporta datos elocuentes obtenidos de Gran Bretaña y Estados Unidos. Por ejemplo, que solo dos tercios de la generación Z (nacidos post 1996) se identifica como exclusivamente heterosexual.

“Creo que la heteronorma ya se quebró, principalmente porque ya no es una imposición al menos en nuestro país. Ahora solo queda que los miembros de la comunidad LGBTIQA+ dejen de ser juzgados moralmente. Yo esperaría que las disidencias sean cada vez más aceptadas y que se respete la diversidad. Pero más allá de la lógica que ‘de aquí en un tiempo nadie va a ser heterosexual’, sino desde la concepción de que no debiese esperarse que todos o la mayoría tengan X orientación sexual o X identidad de género”, finaliza Vergara.