Hoy no existe una definición de altas capacidades, al menos no una que podamos encontrar en el diccionario o en el buscador simple de internet y que arroje dos o tres acepciones. Pero sí es un término del que se habla cada vez más y con el que más personas se identifican. Erróneamente se solía tildar de superdotados a niños y niñas con logros académicos sobresalientes, llamados “genios” y retratados como tal por la cultura popular en series y películas. La típica figura del alumno o la alumna con promedio siete en todas las asignaturas no es nada más que un estereotipo y un perfil de los muchos que se alojan en la condición de altas capacidades.
Así lo asegura Alejandro Fernández, psicólogo y académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaíso. “La palabra superdotado ya no se usa con el objetivo de evitar términos que hacen referencia a lo superior, que está por sobre los otros. Tiene que ver con darle una visión un poco más realista a la vida de quienes, a fin de cuentas, tienen efectivamente una capacidad superior al resto, lo que no significa que les salga bien todo, y eso es muy importante de tener en cuenta”.
Katia Sandoval es educadora diferencial, doctora en educación y tiene un postdoctorado en doble excepcionalidad. Lleva años estudiando las altas capacidades y las implicancias que tiene el sistema de educación en quienes son identificados con esta condición. La experta explica que las altas capacidades obedecen a desarrollos o competencias de altos niveles en uno o más ámbitos del desarrollo humano, ya sea cognitivo, deportivo, artístico o social, y que por lo general estas vivencias son complejas de entender y suelen ser invisibilizadas por la falta de conocimiento.
“No existe un consenso mundial en cuanto a su definición. Según el autor canadiense Françoys Gagné, hay una prevalencia de un 10% en la población, que es también lo que dice la literatura internacional. Es decir, de 70 alumnos en una sala, 7 de ellos podrían identificarse con altas capacidades”, explica la académica de la Universidad de los Andes.
Agrega que en el contexto actual, donde se abordan los temas desde una perspectiva centrada en la diversidad, es cada vez más común la identificación de personas con altas capacidades. Hoy somos conscientes, asegura Sandoval, de que vivimos en una sociedad heterogénea con personas que pueden presentar distintas necesidades y donde también hay otras que salen del estándar promedio.
“Los estudios iniciales estaban concentrados solo en la inteligencia, solo se estudiaban los constructos que tenían que ver con eso, por eso se hablaba de los niños genio, niños superdotados. Y además con un sesgo de género: siempre eran varones. En la historia se ha demostrado que este constructo ha cambiado con el tiempo y se ha adquirido una mirada mucho más integral al respecto, en donde entendemos que una persona con altas capacidades tiene más esferas aparte de la intelectual, como la emocional, la social, deportiva, motriz. Solíamos entender a quienes tenían altas capacidades como personas con un CI alto, pero hoy la comprensión es mucho más amplia y lo entendemos como un desempeño altamente superior en uno o más ámbitos del ser humano en relación con personas de su misma edad”, explica Katia.
A diferencia de lo que se cree, que una persona tenga altas capacidades no significa que se le harán fáciles tareas o desafíos en lo académico o que sus capacidades innatas perdurarán en el tiempo sin ningún estimulante que promueva el desarrollo. Leonor Conejeros, psicóloga, doctora en educación y postdoctora en altas capacidades, explica que, basándose en el modelo del canadiense Françoys Gagné, “la condición de la alta capacidad tiene que ver con habilidades naturales que se expresan tempranamente y que responden a un componente de base en la configuración de los genes, pero estas habilidades necesitan oportunidades de desarrollo. Es ahí cuando hablamos de los catalizadores, que son los elementos ambientales donde están la escuela, la familia, el barrio, pero también catalizadores intrapersonales, que responden a características de la propia persona, como la perseverancia, motivación o el esfuerzo”.
Identificarse en la adultez
Probablemente hoy sea difícil que un alumno o alumna con altas capacidades pase desapercibido sin que sus profesores o profesionales de salud mental, si es que cuenta con ellos, noten que tiene un mayor desarrollo que sus pares en ciertas áreas. Pero ¿qué pasa con los adultos que hace veinte, treinta o incluso cuarenta años no fueron advertidos de sus altas capacidades porque el tema ni siquiera estaba en discusión?
Para determinar si alguien se identifica o no con la condición de altas capacidades no solo es necesario preguntarse si siempre ha sido sobresaliente en algo, sino que es fundamental mirar su historia. “En los adultos hay que aprender a analizar en retrospectiva la historia de vida y empezar a encontrar coincidencias con los varios perfiles que existen de altas capacidades. Sin embargo, no con el estereotipo. En estos perfiles vemos, por ejemplo, la avidez por el conocimiento, el autoaprendizaje, ser aprendices veloces en relación con los demás, ser curiosos cognitivamente, usar un lenguaje que no es esperado a su edad. Algunos perfiles también se caracterizan por tener una alta memoria afectiva y una fuerte tendencia a la autocrítica, autoexigencia y perfeccionismo. En algunos también se presenta una alta inquietud motora o movimientos constantes o un autoconcepto positivo. Todas estas son características que vemos en la trayectoria de vida de las personas y que a veces fueron enmascaradas por tratar de encajar”, explica Katia Sandoval.
Habitualmente en la adultez, agrega, lo primero que se hace es iniciar procesos de reparación emocional e identitaria, ya que ambas esferas suelen haber sido construidas desde la perspectiva de otros, en lugar de reflejar verdaderamente la identidad de la persona.
“Lo segundo que hacemos es identificar qué perfil de altas capacidades tiene la persona, porque hay distintas conceptualizaciones. Existe, por ejemplo, un perfil bien complejo que se llama doble excepcionalidad y es un subtipo de altas capacidades que obedece a condiciones muy complejas y que tiene una condición dual, donde por un lado tienes un desarrollo y una competencia altamente superior en un ámbito como matemáticas, ciencia, arte, etc., y conjuntamente presentas, por ejemplo, una neurodivergencia como dislexia, autismo o déficit atencional. Imagínate que toda la vida te has identificado con déficit atencional y que a los 40 o 50 años un equipo de profesionales te diga que además tienes altas capacidades. ¿Qué te pasa a esa edad, cuando siempre fuiste una persona que tuvo una sola línea de desarrollo? Te das cuenta de que por eso no encajabas con los perfiles de déficit atencional como tal, porque eras una persona doblemente excepcional. Y no son pocas las personas a las que le ocurre esto”, explica Katia Sandoval.
Paulina Urriola, psicóloga del Centro del Acompañamiento para el Aprendizaje de la UMCE, coincide: “Lo más importante es entender que ningún diagnóstico es puro. Hay personas que tienen altas capacidades, pero también pueden tener déficit atencional o ser autistas. En general, deberse mucho a los diagnósticos limita a las personas a que se entiendan con ciertas características”.
Por eso, y con el objetivo de que más personas puedan reconocerse a sí mismas en la condición de altas capacidades, es fundamental que el tema se empiece a hacer presente en la sociedad. De lo contrario, sigue siendo un imaginario que limita las posibilidades de desarrollo y talento de muchos. Así lo entiende Leonor Conejeros: “A veces ocurre que los padres o las madres se logran identificar con esta condición, porque su propio hijo o hija ha sido identificada. Por ahí empiezan a darse cuenta de que ellos o ellas también tenían las mismas características cuando niños, y comienzan a reconciliarse con su propia historia”.
Ante sospechas, siempre es mejor acudir a profesionales especialistas o con experiencia en altas capacidades para que la persona pueda ser identificada como tal. Después de concretarse ese reconocimiento, lo que sigue es la reconciliación con uno mismo y abrirse a la posibilidad de conocerse en otras facetas que no fueron exploradas.
“Mucha gente entiende que ellos no eran los que estaban mal, como creían, sino que simplemente eran diferentes y el entorno en el que estuvieron no supo reconocer esa diferencia. Sí hay un proceso de reparación con tu propia historia para comprender quién fuiste, y quién eres hoy. Hay muchas personas que reciben esta noticia a los 50 o 60 y que se reinventan, se dan cuenta de que hay recursos para transformar su vida y generan una nueva narrativa para ellos mismos”, concluye la experta.