“No elegiría ser la madre de mi madre porque, en mi caso, tuve la suerte de que mi abuela haya sido con mi madre como es conmigo: una abuela amorosa, tierna, preocupada, que educó con amor, pero poniendo límites.

Por eso yo ahora crío como si fuera mi abuela, con amor, con respeto y con límites. Aprendí de ella que es importante que mis hijos me respeten porque saben que yo también los respeto, y que no lo hagan por miedo.

Tengo dos hijos: una de 5 meses y uno de 2 años. Ellos saben que son lo más importante en mi vida porque se los repito todos los días; saben que los amo, porque se los digo en todo momento; y también suelo decirles que no cuando toca hacerlo, pero siempre acompañado de una razón y un te amo.

Mi abuela me entregó las herramientas para enseñarles a mis hijos a entender sus emociones y que las vivan tal y como son, porque la vida tiene altos y bajos, y no está bien ni mal, solo estamos viviendo.

Agradezco el ejercicio de imaginarme siendo la madre de mi madre, porque eso me permitió ver lo afortunada que fui al tener una abuela que cuidó y crió con tanto cariño a mi madre; porque eso, como una cascada, me llegó también a mí y ahora a mis hijos”.