“El otro día conversábamos con unas amigas si el estar emparejado o emparejada seguía teniendo el mismo peso que antes. ‘¿A qué se refieren con peso?’, preguntó una, a lo que varias respondieron que daba la sensación de que estar emparejadas o emparejados hoy no implicaba una restricción o limitación como sí lo implicaba antes. ‘Algo así como que esa declaración ha perdido rigidez o relevancia, o más bien tiene una connotación distinta’, profundizó otra. Porque en definitiva, según lo que acordamos después de muchos ires y venires, había un tiempo en el que decir ‘estoy pololeando’ significaba que esa persona estaba comprometida bajo un paradigma de formato de relación monógama, de acuerdo a lo establecido por el amor romántico. Pero hoy en día, que todos esos supuestos se han revisado y puesto bajo la lupa, en tanto ese nivel de rigidez y estándares sumamente difíciles de cumplir nos incomodaban, pareciera ser que los significados han cambiado. Pero la pregunta a la que volvíamos seguía siendo la misma: entonces, ¿dónde ponemos los límites?
Reconozco que soy parte de una generación que efectivamente ha cuestionado todo lo que hasta ahora ha sido impuesto como una verdad absoluta. En ese sentido, entre muchas otras cosas, el amor romántico y todo lo que conlleva, ha sido una de esas verdades que pusimos en duda y ya no nos hacen tanto sentido; durante mucho tiempo se valoraba más la relación heterosexual, larga, monógama y más bien acorde a ciertos hábitos y costumbres tradicionales. Cualquier tipo de vínculo que se saliera de ese formato convencional era más bien cuestionado, y en nombre de ese amor, se justificaban y perdonaban muchísimas cosas, todo bajo la premisa de que el amor lo puede todo y hay un solo gran amor de la vida.
Claro, muchas crecimos pensando eso y viendo las películas de Disney que nos reforzaban justamente esa idea; que independiente de que él te hiciera bullying o te tratara mal, si habías sentido ese flechazo y esa chispa, era para ti y tenías que hacer lo posible por lograr conquistarlo. O, en su defecto, él tenía que hostigarte hasta que tú te dabas cuenta que efectivamente era el amor de tu vida. Y vivir felices y juntos por siempre. En esa narrativa, calza muy bien que el estar emparejado, y decirlo como declaración, tiene un cierto significado equivalente a decir ‘estoy comprometido con una única relación y por el resto de la vida’. Hoy que hemos cuestionado todo tipo de rigidez, no es tan fácil hacer esa asociación. Decir que tenemos pareja no es determinante de nada. O más que no ser determinante de nada, es esa asociación automática la que ponemos en duda. Estar en pareja no tiene por qué significar una cosa por sobre otra. Porque hay hoy espacio para la apertura, la ambigüedad y la ambivalencia. Más que para el absolutismo.
Así mismo todas acordamos que nos hemos sentido atraídas por más de una persona a la vez y que probablemente lo que nos incomoda es tener que definir con cierta rigidez el formato en el que estamos o el vínculo que estamos explorando, como se suele exigir a nivel social. Quizás el problema es semántico, y tiene que ver con ponerle un nombre. Pero más allá de eso, también nos cuestionamos si quizás esa rigidez –que en realidad lo que queremos es volverla más blanda– es también un marco teórico, una guía o un manual de ciertos consensos, ciertamente obsoletos, pero que marcan un camino a seguir.
Quizás sin ese manual se vuelva difícil poner los límites. También puede ser que estemos probándonos y queremos correr esos límites hasta que no nos sintamos hostigados por ellos, pero ese proceso de transición siempre va acompañado de confusión, incertidumbre y cierta angustia. Quizás lo que muchas y muchos estemos sintiendo ahora, es que no sabemos muy bien de qué o de dónde aferrarnos. No contamos con el guión de siempre, y eso es bueno, porque ciertamente ese guión era obsoleto y fue hecho por un grupo muy reducido y poco inclusivo, pero a su vez facilitaba la delimitación de los límites.
Ahora, muchas veces nos encontramos en situaciones difusas, inclasificables, y que no sabemos muy bien cómo abordar. Siempre es mejor que sentirse excluido por estar fuera de la norma, eso es cierto, pero me pregunto si esta oda a la flexibilidad y a la falta de rigidez también nos dificulte, a nivel generacional, en nuestra capacidad de marcar límites y respetarlos. Me acomoda la falta de rigidez, porque es más real. Como seres humanos somos efectivamente flexibles y tenemos el derecho a cambiar de opinión, siempre y cuando nos hagamos cargo de lo que eso conlleva para los demás, pero a ratos me siento confundida. Solo confío en que como sociedad, y especialmente desde las generaciones más jóvenes, no vamos a cambiar una norma por otra”.
Catalina Peña (24) estudia literatura.