Hicimos el ejercicio de buscar una máquina rasuradora para hombre y una para mujer en una tienda de retail de Santiago. El resultado fue el siguiente: el mismo producto, con iguales características, pero con un diseño de envase y color creado para mujeres, cuesta $2.790; el de hombre, en cambio, solo $1.890. A esto es lo que se le ha denominado impuesto rosa (pink tax) o impuesto de género (gender tax) que se define como el sobreprecio de un producto o servicio sólo por estar dirigido a un público femenino a través de diseños que nacen de estereotipos de género.
Este fenómeno no es propio de nuestro país. En 2015, el Departamento de Asuntos de Consumidores de Nueva York publicó el primer informe relacionado a este tema. En él, se comparaban versiones femeninas y masculinas de 800 productos, 90 marcas y 24 tiendas diferentes. La conclusión fue que las mujeres pagan en promedio 7% más que los hombres por productos similares.
Esta revelación dio paso a que diferentes países pusieran atención al tema. Y al año siguiente el Consejo Nacional de Consumo de Francia publicó otro estudio que derivó en una campaña impulsada por el colectivo feminista Georgette Sand, en la que se incitó a la población a subir fotos a las redes sociales con ejemplos de productos afectados bajo el impuesto rosa. Como resultado de esta acción, el gobierno francés se comprometió a organizar un consejo para regular la eliminación de los diferenciales de precio según el género del consumidor.
En Chile, el Servicio Nacional del Consumidor (Sernac) realizó un estudio prospectivo que consideró dos levantamientos de información: el primero entre septiembre y octubre de 2018 y el segundo entre abril y mayo de 2019. En el primero, un 24% de los productos analizados registraron diferencias de precios por género, de los cuales el 73,3% fueron más altos para mujeres. En el segundo, las cifras fueron similares. Del total de productos evaluados, un 21,9% registró diferencias de precio por género y el 81,6% fueron más altos para las mujeres. Al comparar las diferencias de precios por categorías, el ítem 'bolsos, mochilas y maletas' presentó la variación más alta, con un 157,5% para el género femenino. Uno de los ejemplos más sorprendentes es un bolso de una marca deportiva que en la misma tienda de retail, en color fucsia costaba $69.900 (en oferta) y en color negro estaba marcado a $16.990. Una diferencia del 311%.
¿Diferencia o discriminación?
Marianela Denegri, doctora en psicología económica, investigadora de la UFRO y miembro de la red de investigadoras, cuenta que quienes han intentado justificar este sobreprecio plantean que tiene que ver con un mayor gasto en marketing ya que cuando se trata de productos femeninos hay que cuidar mejor el envase y otros detalles que permitan hacer una diferenciación. "Este es un argumento débil, porque cuando haces un producto para hombres o para niños haces el mismo esfuerzo. Le pones colores distintos, una marca específica y un envase pensado en ellos. Por tanto, esta diferenciación de precios tiene más que ver con la relación que existe entre las mujeres y el mundo doméstico, que hace que sean ellas las que la mayoría de las veces tomen las decisiones de compra en una casa". De hecho, según un estudio del Banco Mundial, las mujeres representan más del 70% de las decisiones de compra a nivel mundial.
"La aplicación de este impuesto refleja la discriminación estructural de género de la cual es propia y partícipe el propio mercado. No debemos olvidar que una de las bases de una sociedad patriarcal es la división de la sociedad entre lo público versus lo privado, y digo versus porque se construyen como mundos opuestos. De hecho, lo que hace el sistema patriarcal es asignar de manera casi exclusiva el mundo de lo privado y doméstico a las mujeres. Bajo este esquema, lo que hace el mercado es basarse en un sistema social y cristalizar las desigualdades", explica la investigadora posdoctorado de la UBA y docente de la Universidad de Chile, Verónica Aranda. Y agrega: "Lo más complejo de este impuesto es que actúa de manera invisible. Lo que vemos en el impuesto rosa es el despliegue de estrategias micromachistas. En esta época nadie podría decir públicamente que es machista y todo el mundo habla de que queremos una sociedad que no sea machista. Sin embargo, estas estrategias comerciales operan en la invisibilidad. Bajo un discurso explícito de no querer serlo".
Ambas especialistas coinciden en que lo que hace el pink tax es reafirmar y mantener, desde el punto de vista del funcionamiento de la economía, las diferencias estructurales entre hombres y mujeres. Que en este caso se transforman en desigualdad y discriminación contra la mujer por el costo extra que deben pagar, considerando que además ganan menos que los hombres.
Consumidoras inteligentes
La primera experiencia legislativa que se realizó en el mundo a propósito del impuesto rosa fue en el Estado de California en Estados Unidos, donde se aprobó el Gender Tax Repeal Act, que busca proteger a las consumidoras de la discriminación de precios basada en el género. Países europeos como Francia y España se han sumado a esta causa.
Para Marianela Denegri, hay tres ámbitos en los cuales hay que operar para terminar con este tipo de impuestos. "Primero está el ámbito más grande que implica el cambio cultural, donde cada vez sean menos las diferencias de género y en la medida en que nosotras vamos visibilizando esta cosas, también existe la posibilidad de que la ciudadanía se vaya dando cuenta. En segundo lugar, tiene que haber un ámbito regulatorio, porque esto pasa porque no hay regulación. Nadie le dice a las marcas que están discriminando y eso no es correcto. Y tercero, hay que educar. Este es otro tema que vamos a tener que empezar a incluir en cuestiones como la educación financiera. Cuando le vamos entregando tips a los consumidores para que sean consumidores más inteligentes, tenemos que incluir el tema del género. Por ejemplo, si le vamos a comprar a nuestra hija un scooter y resulta que el de color rosado cuesta diez mil más que el negro, hay que plantearle eso a la niña y decirle que es lo mismo y que no porque sea de determinado color es para niña o para niño".
Según Denegri, hasta ahora esto se ha sustentado en una cultura centrada en el consumo que nos ha enseñado, especialmente a las mujeres, que todo se consigue comprando, incluso nuestra identidad. "Tenemos una identidad cosificada, que se transforma en otro bien de consumo, por eso nos venden -y por eso compramos- cosas distintas y más caras. Hasta ahora hemos estado atrapadas, pero al menos ya estamos hablando del tema. Ese es el primer paso", concluye.