El incómodo peto strapless
No sé si esto es algo inherente a la adolescencia, pero al menos yo fui una persona extremadamente influenciable. Me cambié tantas veces de ciudad que sentía la obligación de adaptarme al entorno para pasar lo más desapercibida posible. No es fácil cuando mides más de un metro setenta, pero hacía el intento. Además de fumar y tomar, siempre traté de mimetizarme con mi forma de vestir. Una de las cosas que más recuerdo es el peto strapless con forma de tubo.
En esa época vivía en Talcahuano, pero me movía más en Concepción, donde todas las niñas con las que me juntaba tenían uno. Se compraba en tiendas del centro, hasta donde arrastré a mi mamá. "¿Estás segura de que te gusta?", me repetía ella mirándome en el probador. Pero cómo no, si era el uniforme que una se ponía los fines de semana para inmiscuirse en la disco. Y así partía al antro de turno, feliz con mi peto combinado con jeans anchos, zapatillas, un cinturón de plástico y una chaqueta de material inflamable.
Las colas para entrar eran tan caóticas que cuando por fin entraba daba gracias por haber llevado chaqueta, porque el peto siempre terminaba convertido en un cinturón. Lo mejor era llegar al baño a rearmarme y darme cuenta de que todas estábamos haciendo lo mismo. Porque al final, todas estábamos en esa etapa de la vida en la que todavía no sabíamos en quiénes nos íbamos a convertir, y elegíamos refugiarnos en el grupo por mucho que nos incomodara o, en este caso, nos dejara con las pechugas al aire.
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