“La información es la madre de todos los derechos”. La verdad no recuerdo si esa frase la inventé o la escuché, pero más allá de su autoría, su mérito tiene que ver con la verdad que encierra. Una verdad que se ha transformado en el motor de gran parte de lo que hago como ginecóloga, y lo que me motivó a meterme en redes sociales, siendo una ex adolescente de los años 90 que nunca tuvo Messenger, ni ICQ.
La información es la madre de todos los derechos, porque si no los conozco, simplemente no puedo ejercerlos. ¿Cómo reclamar algo que no sé que existe? Chile es un país con buenas cifras de salud materno-infantil, buenas leyes de derecho a los/las pacientes, buena cobertura de anticoncepción en el sistema público. ¿Cómo llego a esas garantías si nadie me las dice? Es responsabilidad de todas y todos el informar e informarse, pero ¿a través de qué canal, amigable, comprensible, correcto y completo, lo puedo hacer?
Como en (casi) todo, la base para poder informarse de manera adecuada es la educación. Y la educación sexual parece ser una deuda que reconocemos; según el último sondeo de Corporación Humanas, más del 90% de las/os entrevistadas/os está de acuerdo con legislar sobre educación sexual integral.
La evidencia internacional muestra que la educación sexual adecuada y precoz produce una postergación de la edad de inicio sexual y una mayor utilización de métodos que previenen las consecuencias del sexo desprotegido, con la consecuente disminución de embarazos no deseados y contagio de infecciones de transmisión sexual. También hay evidencia emergente que sugiere que disminuye el abuso sexual infantil y que mejora el ambiente escolar para niños, niñas y adolescentes pertenecientes a la diversidad sexogenérica.
Los modelos exitosos son de inicio precoz durante la infancia, respetuosos de la etapa de maduración de cada edad, basados en el conocimiento científico y culturalmente adecuados al entorno. Otra variable importante es que integran una perspectiva de género y de derechos. Esto último no es antojadizo ni implica la aplicación de una agenda política o valórica, sino que hacerse cargo de que hay poblaciones (mujeres, comunidad LGTBIQ+, personas en situación de discapacidad, etc.) que son más vulneradas en sus derechos sexuales y reproductivos. Mientras esto no se aborde, difícilmente se podrá educar generaciones en el respeto y cuidado hacia uno mismo y hacia el resto.
Si la evidencia que la respalda es categórica, ¿cuál es el impedimento para llegar a un acuerdo transversal que nos permita proteger a la infancia y adolescencia de nuestro país? Lamentablemente nos centramos en lo que nos divide, en vez de buscar los espacios de convergencia.
Todas/os, creo, estamos de acuerdo en que queremos que niños y niñas conozcan su cuerpo y sus procesos fisiológicos, y que sepan identificar y actuar frente a conductas abusivas por parte de un/a adulto/a. Que aprendan de manera progresiva, respetuosa, según su edad.
Todas/os, creo, queremos que los y las adolescentes decidan de manera consciente iniciar su actividad sexual y tengan el conocimiento y la oportunidad de cuidarse, para así evitar embarazos e infecciones.
Todas/os, creo, queremos que adultos y adultas tengan la posibilidad de vivir una sexualidad de manera segura y placentera.
¿Y cuáles son las discrepancias? Hay quienes consideran que la ley de educación sexual integral atenta contra el derecho preferente de los padres y la libertad de enseñanza, pero la verdad es que los modelos a replicar son claros; el conocimiento a impartir en los establecimientos educacionales es el saber científico, dejando las implicancias valóricas de la sexualidad para ser tratadas en el hogar, según la religión, cosmovisión o principios de cada familia.
La generación actual de adultos y adultas no recibió, en su gran mayoría, una adecuada educación sexual en su etapa escolar. Lamentablemente esto es algo que sigue afectando nuestra salud sexual hasta la actualidad, lo que se puede entrever en el alto número de mitos que siguen vigentes, la tasa creciente de infecciones de transmisión sexual y muy particularmente en los preocupantes porcentajes de insatisfacción y desconocimiento sexual que vemos en diversas encuestas.
Somos adultos, nadie pone en duda nuestro derecho a acceder a información. Pese a esto, llama la atención la nula iniciativa de educación sexual para adultos. Bueno, tal vez no sea el momento de una instrucción formal (¿o sí?), pero al menos enseñanzas distribuidas de otras formas. Vemos boletines informativos de hipertensión en hospitales, trípticos sobre la diabetes de distribución gratuita en las clínicas, y nunca, de verdad nunca, me he topado con esfuerzos para informar sobre sexualidad.
Cada ser humano es sujeto de derechos y, como tal, se debe velar porque estos derechos se cumplan. Y cuando se trata de derechos sexuales y reproductivos, es de vital importancia velar por la educación sexual a lo largo del ciclo vital. Porque, efectivamente, la información es la madre de todos los derechos.