“Tuve la ventaja de tener padres que estudiaron computación y por eso, cuando fue el momento de decidir a qué me iba a dedicar, ni siquiera lo dudé”. Así responde la ingeniera civil en computación y magister en ciencias, Jazmine Maldonado (30), cuando le preguntan por qué se metió al mundo de la programación. ¿Y por qué una ventaja? Porque, según explica, supo desde muy chica que el imaginario social que determinaba lo que eran o no los hackers y los programadores distaba mucho de la realidad. “Yo sabía que esa imagen del programador trabajando en la oscuridad en un sótano y comiendo pizza no era más que un estereotipo, pero porque tuve la suerte de tener referentes. En ese sentido, tenía menos sesgos”, precisa. “Y eso evitó que me pusiera un freno”.
Es eso, justamente, lo que le ocurre a muchas niñas en el periodo escolar. A falta de referentes cercanos, se sigue perpetuando un supuesto que dicta que esos rubros no le pertenecen a las mujeres. Y muchas veces, además de los múltiples obstáculos y límites impuestos, también terminan por autolimitarse. En ese sentido, Jazmine fue afortunada, pero sabe que su caso no es el de todas. Siempre tuvo una fascinación por las novelas de ciencia ficción y supo desde chica que se dedicaría a la tecnología o a la invención. “No se trató de un momento revelador, es un interés que siempre me acompañó”, explica. Así entró a estudiar a la Universidad de Chile y luego de pasar por el plan común de ingeniería, cuando finalmente pudo empezar a ver temas de computación, se sintió en su zona de confort.
Hoy, además de ser CTO del Área de Transferencia Tecnológica del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos, es cofundadora –junto a su compañera de universidad, Vanessa Peña– de Niñas Pro, una asociación sin fines de lucro que busca fomentar la participación femenina en los rubros ligados a la computación, tecnología y ciencia. Y que partió, como explica, de una inquietud personal; ambas se preguntaban si la escasa participación femenina en sus aulas universitarias se debía a una real falta de interés o a una noción errada –y construida socialmente– de que esos espacios no le pertenecían tradicionalmente a las mujeres. Ellas creían fielmente de que el interés sí estaba. Y así lo comprobaron cuando en el 2016 decidieron impartir un curso de programación competitiva –para preparar a las alumnas para las Olimpiadas Chilenas Informáticas– dirigido únicamente a mujeres. Esa vez se inscribieron 30, y al segundo semestre, cuando ya se había corrido la voz, se inscribieron 200 alumnas de distintos colegios.
“En ese entonces todavía no nos habíamos configurado como corporación y tampoco teníamos el nombre de Niñas Pro, simplemente queríamos incentivar a que las mujeres hicieran lo que quisieran sin sentir que habían limitaciones. Lo que buscábamos era que, fuera cual fuera la decisión final, la tomaran de manera informada. Queríamos que supieran cuáles eran las posibilidades dentro de estas áreas, y que no se quedaran solamente con los estereotipos”, explica Jazmine. “Y nuestra teoría era que si hacíamos un curso solo para ellas, al ver esa difusión, no podían no sentirse parte. Y así fue; se armó una comunidad de jóvenes y adolescentes de distintos colegios que al fin habían encontrado su lugar. Muchas de ellas decían que en los colegios se sentían solas y no habían podido comunicar sus intereses, pero en este curso estaban acompañadas. Ahí supimos que nos teníamos que expandir y que eventualmente tendríamos que implementar otros talleres”.
Finalmente ese primer curso devino en una corporación. En el 2019 se formalizaron como Niñas Pro, empezaron a idear una estructura organizacional y desarrollaron un curso piloto que hoy distintas estudiantes y profesoras de carreras científicas y tecnológicas (ya no solo de la Universidad de Chile sino que también de la Universidad de los Andes, de la Universidad de Concepción y de la Universidad Católica del Norte de Coquimbo) imparten para alumnas de octavo a cuarto medio, para así promover las vocaciones tecnológicas –o la toma de decisión informada– en niñas y adolescentes. “Porque es en esa etapa en la que aparecen los estereotipos”, explica Jazmine. “Pero tiene que ver también con la falta de referencias”.
¿Qué han podido identificar respecto a por qué las niñas no se meten tanto en estas carreras?
Cada vez que ingresa una estudiante le pasamos un formulario para rellenar. Con esa información hemos podido ver que cuando estas carreras van a sus colegios a hacer promoción, el discurso al que apelan tiene que ver con volverlas más femeninas pero desde el estereotipo. Tratan de feminizar estas carreras estereotípicamente, es decir, les dicen que si entran a computación se van a poder dedicar a la simulación de vestuario. Eso está bien, y ciertamente puede ser muy entretenido para muchas, pero no es lo único que se puede hacer.
En cambio, en Niñas Pro les mostramos todas las posibilidades y tienen la oportunidad de interactuar con mujeres que se dedican a la computación desde la astronomía, por ejemplo, o mujeres que son programadoras de la NASA. Lo que pasa es que hay poca información y muchas niñas llegan diciendo que no sabían realmente qué hacen las personas que se dedican a la programación o la computación.
¿Y con qué sensación se van las estudiantes luego de haber completado los talleres?
Hemos logrado identificar que hacia el final de los cursos se quedan con la idea de que si quieren hacer algo, lo pueden lograr. Se van con más autoconfianza, más allá de lo que deciden estudiar. De hecho, hay estudios que relacionan la programación con el empoderamiento, porque de por sí la programación se basa en el ensayo y el error; en intentar buscar soluciones y fallar, entonces sirve para trabajar la paciencia, la tolerancia a la frustración, la resiliencia y la autoestima en general.
Muchas veces nos hicimos la pregunta si era o no una buena idea partir con este curso de programación competitiva que busca prepararlas para las Olimpiadas, porque en la competencia se iban a enfrentar a otra dinámica. Por eso también fuimos abriendo otros espacios y talleres que no tienen un fin competitivo. Pero igual al final mantuvimos este taller porque lo que se da es muy bonito; ellas se preparan para ir a competir pero se preparan en equipo. Están en esto juntas y se apoyan entre ellas en el entrenamiento y en todo el proceso. Y después, cuando van a la competencia van como un bloque, en representación de todas las mujeres.