Entre 2015 y 2018 la proporción de niños y niñas extranjeros aumentó en un 271%, pasando de 30.625 a 113.585. Esta última ola migratoria, más masiva y diversa que las anteriores, trajo consigo nuevos desafíos para la sociedad y las instituciones, quienes las reciben y las hacen parte de su comunidad. El subdirector de investigación y desarrollo del Centro de Estudios Justicia y Sociedad de la PUC, Pablo Carvacho, lideró el Estudio exploratorio de caracterización de niños, niñas y adolescentes migrantes de América Latina y el Caribe y sus familias en Chile, publicado en septiembre en conjunto con World Vision y Unicef, en el que desarrollan distintas temáticas relacionadas con la situación de los niños de la migración en Chile, dentro de las que destaca la educación.

Las escuelas no están preparadas para acoger a los niños que migran a Chile”, asegura el investigador, en relación a la cantidad de niños, niñas y adolescentes que deberían tener acceso a la educación. Según explica, esto se debe en parte a que esta ola migratoria, además de ser masiva, es bastante particular: “Hay una diversidad cada vez más amplia no solo idiomática, sino que hay niños afro descendientes, niños que vienen de largos trayectos, con una salud deteriorada o ciertos traumas. Los niños que entran a las escuelas en Chile no son simplemente niños que hay que acoger, son niños que traen una historia y un peso que implica que debiese haber una política de integración específica y desarrollada, pero que no existe”.

Si bien existe una Política Nacional de Estudiantes Extranjeros para garantizar el derecho a la educación de estos niños y niñas, está demostrado que en la práctica son los directores y funcionarios de los establecimientos los que terminan decidiendo sobre la inclusión o no, que por lo general se termina concretando pero luego de varias trabas.

Estas dificultades tienen una variable socioeconómica importante, que está estrechamente relacionada con el status migratorio de cada menor. “Muchas de las personas que presentan más barreras de entrada están asociadas a un grupo de la población migrante que tiene peores niveles educacionales”, asegura Carvacho y explica: “Esto incide en la facilidad a la hora de hacer trámites, de hacerse entender, y es por eso que los bolivianos y haitianos tienen peores tasas en ese sentido, porque la educación que traen termina afectando su acceso a la escolaridad”.

“Tenemos datos concretos que dicen que el status migratorio afecta directamente al acceso a la educación. Si bien no hay diferencias entre grupos migratorios, sí las hay entre los que se encuentran irregulares, donde la tasa de inasistencia es de un 57%”, dice Carvacho. Según explica, esta cifra cae considerablemente cuando la situación migratoria está en trámite (37%) y regularizada (14%).

Un tema cultural ¿o no?

Otra de las complejidades que se aprecian en el estudio es la integración cultural de los niños, niñas y adolescentes. El tema es que incluir o no interculturalización pareciera ser un tema político que va dependiendo de cada establecimiento e institución.

“Es complejo, porque exige recursos y profesores capacitados para entender la diversidad de culturas”, explica Carvacho y añade: “Hay que considerar que las formas en que nos relacionamos son distintas, y tenemos datos de la mirada de los padres que dan cuenta de las diferencias en el trato de los niños y en cómo nos relacionamos con ellos”, dice. “En nuestros vecindarios somos más cerrados, lo que contrasta fuertemente con los niños que migran, que viven más fuera de la casa, lo que a su vez está mermado con que algunos viven en barrios que son inseguros”.

Y así como los niños y niñas que llegan a Chile son diversos, la realidad de los colegios encargados de acogerlos también lo son, lo que a la larga va a depender de las políticas de interculturalidad e integración que tengan respectivamente. Esto suele tener relación con la historia migratoria de la zona, por ejemplo, Quilicura, Recoleta o Iquique, que tienen mayor experiencia con estos casos, parecen tener mejores políticas. “Ahora la migración se ha ubicado a lo largo de Chile, con población migrante en Coyhaique y en la zona Centro Sur, presentándose escenarios nuevos para los gobiernos locales que no están preparados”.

Aún así, el investigador se muestra positivo y esperanzado en relación al futuro, especialmente en lo que atinge a la educación, pues asegura que es de las entidades que, dentro de todo, mejor funciona a la hora de acoger a inmigrantes: “La escuela es la puerta de entrada de la población migrante, sobre todo respecto a niños, niñas y adolescentes, y al estado chileno. Si bien el acceso está entrampado y hay problemas, los datos muestran que las personas sí acceden”, dice. “Este es un espacio de sociabilización positivo, los niños hablan bien de sus escuelas, salvo casos puntuales de discriminación a afro descendientes, y son un lugar importante de inserción a la sociedad chilena”, concluye el profesional.