Internarse (y renacer) en un centro integrativo
Personas con adicciones, intentos de suicidio, burnout, estrés postraumático o graves crisis vitales ─que no han encontrado soluciones en la medicina tradicional─, se internan en el Centro Clínico Phoenix que, inspirado en la antroposofía, hoy se aproxima a la salud mental con un enfoque integrativo. Los reciben con masajes y cursos de arte, para luego llevarlos lentamente a trabajar sus traumas. “Somos un centro de atención del dolor del alma”, explica Adriana Masieri, una de sus fundadoras.
El día que María Jesús Rufín llegó a internarse al Centro Phoenix tenía 21 años y llevaba a cuestas un par de intentos de suicidio, abusos sexuales, internaciones en clínicas psiquiátricas, mucho bullying, diagnósticos mentales fallidos y tal vez cientos de mañanas despertándose a primera hora de la mañana con la angustia, la que trataba de calmar con marihuana.
Ese día, María Jesús llegó adolorida, tras más de una semana sin poder levantarse, con el cuerpo contracturado por la fibromialgia. Llegó calva, porque se rapaba desde los 16 para evitar sacarse ella misma el pelo. Estaba pálida ─dice─, sin brillo en los ojos, aturdida, confusa y, como pudo, habló con Adriana Masieri, una de las fundadoras de este centro, que fue la primera clínica de rehabilitación antroposófica fuera de Europa y que hoy se define como un espacio clínico para tratar adicciones, traumas y crisis, desde una perspectiva integrativa en salud mental.
─Si yo te doy la mano, María Jesús, ¿tú me la vas a tomar de vuelta?
─Sí, Adriana, te la voy a dar de vuelta; solo que no tengo mucha fuerza.
─No te preocupes. Es todo lo que necesito.
Entonces, María Jesús fue admitida. Porque a Phoenix se entra solo si hay voluntad, aunque sea un asomo, de querer recuperarse.
“Mis papás se quedaron conversando con Adriana, firmando papeles. A mí me fue a buscar una mujer bajita y cariñosa, que me pidió que la acompañara. Recorrimos el lugar, una casona antigua y hermosa en Ñuñoa, hasta que llegamos a una salita. Allí estuvimos conversando horas. Luego, me ayudó a desvestirme, a subirme a una camilla y comenzó a hacerme un masaje. Lleno de calor, lleno de amor. ¿En qué lugar llegas y te reciben así, con ese cariño?”, cuenta María Jesús quien entró a Phoenix habiendo tocado fondo muchas veces en su vida.
“Aprendí a vivir desde la violencia y la depresión, también desde la mentira y la manipulación, desde los 5 o 6 años, para salvarme el pellejo. No conocía otra forma de vivir”, cuenta. A los 14 años tuvo su primera crisis de pánico. De ahí no pararon.
“Hoy veo que mis intentos de suicidio no fueron por no haber querido vivir, sino porque no quería seguir viviendo esa vida que estaba viviendo, y no creía que fuera posible vivir de otra forma. También comprendo que repliqué las dinámicas violentas que sucedían a mi alrededor y también directamente hacia mí, cuando era pequeña, porque aprendí que yo no era merecedora del amor sino de violencia. Me había vuelto adicta a hacerme daño, a sentirme una víctima de mis traumas. Hasta que aprendí a aceptarme con ellos, a abrirlos, revisarlos, sanarlos, y eso es un proceso constante. Yo no soy mis traumas. Ellos forman parte de mi historia, pero no me definen. Y todo eso lo aprendí en Phoenix, que es lo mejor que me ha pasado en la vida”, dice María Jesús, cuyo tratamiento duró casi un año y medio: los primeros dos meses internada 24/7, para después pasar a una fase ambulatoria completa ─pasar el día en el centro e ir a dormir a su casa─, hasta luego ir un par de veces a la semana. Hoy está de alta, pero mantiene consultas terapéuticas.
Los comienzos de Phoenix
“Nuestro sistema es paulatino, porque creemos que esa es la mejor manera de que el paciente realmente vuelva a integrarse de una forma nueva a la sociedad. Nos interesa promover un ambiente familiar, cercano, amable, no coercitivo. Restablecer el cuerpo del paciente, para que luego este pueda enfrentar sus traumas”, dice la argentina Adriana Masieri, psicóloga, especialista en terapia familiar sistémica, adicciones y psicoterapia antroposófica.
Cofundadora y actual directora del Centro Clínico Phoenix, Masieri llegó a Chile a inicios de los 90, para estudiar con Humberto Maturana sobre epistemología. Y luego, su interés por la antroposofía, por las adicciones y traumas severos, la llevó a especializarse con pacientes graves en tres centros europeos antroposóficos de gran renombre: ARTA de Holanda, Fachklinik Melchiorsgrund de Alemania, y La Clariere, en Suiza. “Allá aprendí lo que era que un paciente llegara destruido y saliera tremendamente transformado y repuesto. Inspirada en esta estructura terapéutica, mi sueño era tener en Chile una clínica que pudiera tratar a las personas de una manera más humana, menos dura, sin juzgarlos y sin proclamar los problemas mentales como una sentencia judicial”, cuenta Masieri. Esa idea se la propuso a la médico Socorro Cordeiro, pionera de la medicina antroposófica en Chile, y juntas tomaron el desafío.
“Imagínate lo que fue. Yo venía de clínicas europeas que disponían de muchos recursos estatales, y en Chile no había dinero para algo así. Éramos dos mujeres, muy jóvenes, en un país que recién salía de la dictadura, y hablar de que el ser humano tenía una dimensión espiritual y energética que había que considerar para sanar, era casi pecaminoso. Teníamos todo en contra, pero lo hicimos”, relata Masieri, cuya propuesta de centro clínico venía a romper varios paradigmas: que la adicción no era una condición del ser, sino un problema del ser que él tenía que enfrentar. “Y esto que parece tan existencial, es básico. Porque hay una diferencia entre decir yo soy adicta, a decir yo tengo un problema de adicción. Porque cuando uno se define en torno al verbo ser, eso es para siempre y tiene consecuencias tremendas”, añade la terapeuta.
Recibieron ayuda económica de organizaciones europeas y mucho apoyo de los primeros pacientes. “El boca a boca comenzó a ser muy potente, comenzamos a crecer y nos dimos cuenta que el encuadre que nosotros teníamos, lograba un proceso de reconstrucción en los pacientes: primero físico-orgánico y luego psicológico. Y recién era ahí cuando el paciente estaba en condiciones de enfrentar su problema y decidir qué hacer. Porque cuando se tiene una adicción, no hay poder de decisión; la droga decide por ti”, cuenta.
Si bien en Phoenix partieron muy orientados a las adicciones, poco a poco empezaron a descubrir que el problema nunca era la droga, sino que era el trauma, que podía venir del abandono o de cualquier tipo de violencia. “Nos dimos cuenta que nosotros éramos más bien un centro de trauma y fuimos caminando a lo que somos hoy: un centro de atención del dolor del alma, que puede tener la manifestación de una adicción, de burnout, de estrés postraumático, de crisis suicidales, entre muchas otras”, explica Adriana Masieri.
Mientras están internos, se trabaja con los pacientes en recuperar su salud orgánica primero: sus ritmos de sueño, de actividad, de descanso, de alimentarse. Por eso, tienen masajes diarios, mucho contacto con el arte ─clases de teatro, música, caligrafía, literatura, entre otras─ y se apunta al restablecimiento de hábitos básicos como hacer su cama, hacer deporte, cocinarse y compartir con el resto de pacientes en espacios comunes, además de contención por parte de los profesionales.
No se dejan de lado los tratamientos psiquiátricos convencionales, sino que se busca la integración: “Usamos homeopatía, medicamentos tradicionales si es necesario, y trabajamos de hecho con muchos psiquiatras alópatas que conocen nuestro centro y que envían aquí a sus pacientes”, añade Masieri, quien explica que el método tiene la mirada de lo espiritual y energético fuertemente de la antroposofía, pero también el manejo familiar desde la terapia sistémica. Así, papás y mamás de los jóvenes acuden a reuniones quincenales.
“Luego, cuando el paciente ya tiene más cuerpo, ya está repuesto en ese sentido, llega la hora de que enfrente sus propios traumas. Que es algo que la psicoterapia tradicional hace desde el primer momento, a diferencia de nosotros. Porque creemos que el paciente necesita recuperarse primero, llegar a un punto sin angustia o ansiedad, para recién adentrarse en otras profundidades”, explica Adriana.
Incluir a la familia
“Internar a un hijo es una cosa feroz. Pero al mismo tiempo, es desesperante ver cómo la vida de tu hijo se está yendo de las manos. Tenía pena y culpa por no estar con él, me moría de pena de no verlo, sin embargo, internarlo en este centro antroposófico fue lo mejor que pudimos hacer”, cuenta Gabriela, quien tuvo a su hijo mayor en Phoenix en el año 2007. “Comenzó con trastornos del sueño a los 14 años, y se fue haciendo muy grave. No dormía absolutamente nada, no se levantaba para ir al colegio: se quedaba dormido recién a las 8 de la mañana, con suerte. Estaba adicto a los videojuegos, no pudo seguir yendo al colegio al que iba, hubo también varios episodios violentos, era un infierno”, relata.
Gabriela fue a dejar a su hijo un día viernes, y le dijeron que el lunes su hijo estará trotando a las 8:30 de la mañana. “Si me hubieran dicho que iban a venir los ovnis, para mí hubiera sido más creíble. Mi hijo jamás estaba despierto a esa hora, y menos se iba a levantar para hacer ejercicio. Pero ese lunes me llamaron y me contaron que se había despertado temprano y que había trotado. No lo podía creer”, recuerda Gabriela.
El hijo de Gabriela empezó a pintar, a dibujar, a recuperar su amor por tocar guitarra. “Sentí que me devolvieron a mi hijo. Y que le enseñaron a enfrentar los traumas, sus dolores, angustias. También, como mamá, me sentí incluida en su tratamiento, entendiendo que había muchas cosas que cambiar en nuestras dinámicas. Pero al mismo tiempo jamás sentí que me hayan juzgado, porque una va con mucha culpa también”, relata Gabriela.
Ese no juicio a los padres es parte de la base de Phoenix: “Nosotros no estamos llamados a juzgarlos, estamos llamados a ayudar a una familia, para que puedan enfrentar sus dolores, para que tengan una segunda oportunidad”, añade Masieri.
Algo en lo que también coincide Leonor, quien internó a su hija tras años de vivir con depresión, sin tener una solución real. “Mi hija vivía muy insegura, no podía salir a la calle, sentía que la perseguían, vivía muy angustiada. Probamos muchas terapias con medicación alópata y no mejoraba. Ninguna fue lo suficientemente profunda. Finalmente llegamos a Phoenix, y fue verla renacer. En Phoenix vas tomando conciencia y logras adquirir herramientas de cómo ir trabajando las emociones que vas sintiendo. Y quieres volver a vivir. Es un entorno de cariño, de contención, y eso me encantó: ver cómo mi hija hizo allí amistades profundas, reales, en un contexto de solidaridad, de ayuda, de fraternidad y de autoconocimiento. También me gustó mucho que mi hija tuviera contacto con personas que fueron pacientes y que salieron adelante, que hoy trabajan dentro de Phoenix”, cuenta Leonor.
Uno de ellos es Ignacio Pérez Parra, quien llegó al centro en el 2016 porque estaba teniendo reiteradas conductas autodestructivas, producto de drogas y consumo de alcohol. “Mi vida tuvo un vuelco y recalibración de las cosas que quiero y la posibilidad de tomar decisiones sabias. Hoy me siento estable, siempre intentando manejar los vaivenes del momento, pero con una solidez emocional importante que no hubiera podido encontrar si no fuese por mi estancia en Phoenix. Hoy pongo el bienestar como un pilar fundamental sobre otros intereses y las decisiones de mi vida las pondero en base a eso. En parte esa es la manera de phoenix, pero también este no es un lugar donde se entrega la formula de como ser en la vida; este lugar te entrega la posibilidad de revisar y decidir como quieres que sea tu vida, contemplando todos los aspectos que eran invisibles o imponderables”, cuenta Ignacio, quien finalmente se quedó trabajando en el lugar como chef del centro.
María Jesús Rufín también se quedó trabajando en Phoenix. “Cuando me dieron el alta me puse feliz, pero al mismo tiempo sentía que no quería irme de ahí, que había vivido algo demasiado bueno y que necesitaba compartirlo. Les propuse quedarme haciendo turnos los fines de semana, y hoy ese es uno de mis trabajos. Hago turno apañando a pacientes que han tenido sus propias batallas. Y creo que esa empatía y el conectar con ellos es muy necesario. Que haya ex pacientes que estén en la casa trabajando da mucha esperanza. A mí también me la dió cuando fui paciente. Yo renací en Phoenix, porque me dieron una base sólida para vivir una vida digna. El agradecimiento que tengo es infinito y es para siempre. Si hay algo que yo pueda hacer para que otras personas también renazcan, lo voy a hacer”.
* Los nombres que aparecen sin apellido, han sido cambiados.
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