Tener hijos es una responsabilidad grande que perdura toda la vida y para la cual no todas las mujeres estamos listas, ya sea por inestabilidad económica, estudios inconclusos, edad, o simplemente por no tener deseos de explorar la maternidad. A fin de cuentas, no por ser mujeres estamos obligadas a traer una vida al mundo.
Debido a mi educación católica en colegio de monjas, crecí en un entorno en el que se me inculcó que los hijos llegaban en el momento adecuado, haciendo alusión a los embarazos adolescentes que ocurrían dentro del establecimiento a causa de nuestra carencia en educación sexual. Yo nunca lo creí así, pues para mí la maternidad debe ser algo deseado y jamás impuesto. Por lo mismo, y al igual que miles de mujeres, opté por la vía de los anticonceptivos orales. El proceso fue responsable, mediante cita ginecológica, porque no es simplemente ir a la farmacia y comprar las mismas pastillas que tu mejor amiga consume. Cada organismo es un universo distinto.
Me recetaron pastillas anticonceptivas con bajos índices hormonales, porque la idea era no alterar demasiado mi cuerpo. Me explicaron que debido a que soy baja y delgada, una alta cantidad de hormonas podría ser perjudicial. Me indicaron que durante los primeros tres meses podía sentir malestares como náuseas, dolores de cabeza e irritabilidad, pero que pasado ese tiempo mi organismo volvería a funcionar normalmente.
Los efectos no pasaron. Y el tiempo avanzaba y mi cuerpo seguía dando señales, aunque yo no las quería escuchar. Sí me di cuenta de que no era normal llevar casi un año con anticonceptivos y sentir náuseas dos o tres veces por semana, dolores de cabeza a diario y una irritabilidad que de a poco se transformaba en ansiedad. Dejé de conocerme y empecé a dividir mi juventud como un 'antes y después'. ¿Qué sentía antes? ¿Cuándo fue la última vez que pude llevar a cabo mi rutina sin dolores de cabeza? Y la más importante: ¿quién era yo?
Decidí que esas pastillas no eran para mí y le expliqué a mi ginecóloga todo lo que me sucedía. Incrédula y dándome miradas de duda, accedió a modificar mi receta y me las reemplazó. La situación empeoró y las náuseas pasaron a ser diarias, los dolores de cabezas aún más intensos y la confusión más grande. Ad portas de cumplir veintiún años, me diagnosticaron dos micro quistes mamarios generados por el consumo de anticonceptivos, algo que se trata con remedios hasta que eventualmente desaparezcan. A nivel médico no es nada terrible ni preocupante, es casi un mero trámite, pero a nivel personal es tu organismo diciendo '¿viste?, tenía razón y no me hiciste caso'. A pesar de que sabes que nada malo va a ocurrir, la frustración aparece irremediablemente porque siempre supiste que algo andaba mal, pero en una sociedad en la que solemos naturalizar todo, fue más fácil asumir que era normal o 'parte del paquete'.
Después de aquellos acontecimientos me quitaron las pastillas, pues recién ahí se llegó a la conclusión de que no todos los organismos son iguales y que el mío simplemente las rechazó desde un inicio. Los riesgos de las pastillas anticonceptivas han sido invisibilizados por un sector y naturalizados por otro. Para muchos, esta situación sería un caso aislado o simplemente me tildarían de mal agradecida con los avances médicos por el simple hecho de recalcar la cantidad de contraindicaciones que traen y cómo afectan no solo mi salud, sino que la de miles de mujeres alrededor del mundo.
Cada vez que una mujer compra una caja de anticonceptivos orales se encuentra con un papel digno de ser papiro, en el cual se especifican reacciones secundarias y/o efectos adversos como trombosis, coágulos de sangre en arterias, depresión o estado de ánimo depresivo, acné, disminución del deseo sexual, náuseas, dolor de cabeza, entre otros.
Tras mi experiencia tomé conciencia y abrí los ojos: las pastillas anticonceptivas no pretenden ser una herramienta de liberación femenina, porque aún se asocia la responsabilidad sexual a nosotras. 'Ah, es que no te tomaste la pastilla. Es tu culpa' o 'No uso condón porque es fome, pero las mujeres deben tomarse la pastilla' son frases típicas que se utilizan para desligarse de una responsabilidad compartida. No se intenta mejorar los componentes de los anticonceptivos orales femeninos para que eventualmente se deje de jugar con nuestra salud.
Luego de haber experimentado aquel torbellino, que fue para mí darme cuenta que un método anticonceptivo que se supone está diseñado para protegerme me estaba dañando a nivel físico y emocional, tomé la decisión (en conjunto con la ginecóloga) de no ingerir ningún tipo de hormonas, pues aparentemente no reacciono bien a ellas. Obviamente el preservativo es un must, pues de alguna forma hay que hacerse cargo de la situación y no dejar las cosas a la suerte. No es excusa jugar a una especie de "ruleta rusa". No cuando se obtiene como resultado un embarazo no deseado y dos personas que no están preparadas ni psicológica ni económicamente para solventar una vida.
Las secuelas han desaparecido en su mayoría. Los dolores de cabeza diarios ya no son parte de la rutina, ni tampoc las constantes náuseas y los accesos de ansiedad. Sin embargo, durante seis meses debo consumir cápsulas de vitamina E para prevenir el estrés oxidativo originado por anticonceptivos orales, pues se cree que puede haber una relación entre ambas situaciones. No tengo hijos porque no está en mis planes cercanos. Es decir, no es un área que desee explorar prontamente por diversas razones. Sin embargo, tampoco me cierro a la posibilidad de que algún día sí quiera tener hijos, pero de manera planeada, responsable y lo más importante: deseada. Desconozco si las mujeres que han presentado rechazo hormonal a las pastillas anticonceptivas han desarrollado condiciones de infertilidad.
Mi decisión definitiva de abandonar todo método hormonal no se vio influenciada por el posible miedo de desarrollar alguna condición de infertilidad, pues nunca se mencionó nada sobre ese tema y creo que sería una sugestión grande e innecesaria de mi parte. Por lo demás, la maternidad es válida en todas sus formas: gestación propia, fecundación in vitro, adopción. Todas son hermosas y son opciones que no deberían ser cuestionadas en una sociedad que se supone, va en avance. Yo no me cierro a ninguna. Si de aquí a diez años quisiera tener hijos, todas serían opciones totalmente viables, no me sentiría incómoda con ninguna. Al fin y al cabo, es vida.
Catalina tiene 21 años y es estudiante de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado.