Lo primero que me llamó la atención de Irlanda fueron los irlandeses. Aún no supero la dosis extra de amabilidad no hostigante, los corazones livianos, la sonrisa fácil y el acento marcado, porque, aunque no se entienda lo que están diciendo, seguro no es nada que venga desde la ansiedad, el egoísmo o la histeria.
Creo que en mi paso por la bella Irlanda sentí el peso de lo que no me gusta de Nueva York. Dos años y medio viviendo en esa ciudad me han acostumbrado (mal acostumbrado) al paso rápido, al apuro, al individualismo. Los aeropuertos parecen zona de guerra, las metralletas repletan las calles cuando se vienen fechas clave, y casi todos estamos acostumbrados a recibir un empujón, codazo o golpecito al día, cortesía de alguien más apurado que tú.
En Irlanda sentí que todos los días eran viernes de verano, a paso activo, pero en ritmo pausado, y no podía entender por qué hasta los policías del aeropuerto eran tan corteses y amables. Queda claro de inmediato que en Europa se sigue trabajando para vivir. Viniendo del lado opuesto, al irme, fue un poco fuerte dejar tanta historia, maravilla y cultura.
Derribo y aclaro mitos: puedo asegurar que no vi duendes. Sí, mucho colorín por las calles. Todo es muy, muy verde y con fuertes lluvias y nubes, que son pan de cada día. En Dublín, la capital, la gente saca sus cervezas a la calle cuando hay sobre 24 °C y admiten que son contadas las veces que han experimentado temperaturas sobre 30 °C. Un taxista me comentó que la ola de calor –de 25 °C durante tres días– previa a mi llegada, se agradece porque no es que tengan semanas de lluvia en invierno, sino que existen años en que llueve de corrido por meses.
Después de esa conversación, me es más difícil pensar que los irlandeses tengan el alma tan liviana, alegre y chispeante.
En Dublín, la ciudad más grande de la isla con poco más de un millón de habitantes, el verano se disfruta a las orillas del río Liffey. Imperdible, si eres fanático del deporte, ir al estadio Aviva Arena y pasear por el barrio residencial típico que lo rodea. En Dublín las puertas de cada casa se roban el protagonismo al ser todas de un color distintivo. "Las Puertas de Dublín" son famosas, así como también el Museo o Fábrica de Guinness, donde, con una visita audio-guiada, puedes entender el origen de esta oscura cerveza oriunda de estas tierras. Cómo servirla, cómo tomarla, cómo disfrutarla y cómo aprovecharla: en el último piso de la fábrica que tiene una vista imperdible de Dublín y su zona industrial.
En un domingo puedes empezar por visitar el parque St. Stephen´s Green que colinda con la clásica arteria de shopping del downtown Grafton Street.
En una corta, pero intensa estadía en Dublín, entendí que todo en la rutina de un dublinense conduce a un "pint" de cerveza. Antes del partido, después del partido, antes de ir a comer, después de ir a comer, para esperar a un amigo, antes de ir al parque, para juntarse con un grupo de amigos a conversar después del parque. Todo vale como excusa. Los bares abundan y dan vida al ya pintoresco Dublín. Imperdible es la zona Temple Bar, con variedad de bares temáticos que hacen honor a la fama que tienen los irlandeses del buen vivir y del amor en torno a la cerveza.
Por razones personales me tocó ir al sur de Irlanda, específicamente al condado de Wexford, y tuve la suerte de quedarme al lado de Enniscorthy, el micro pueblo donde se filmó Brooklyn, película nominada al Oscar. La cinta, que gira en torno a los inmigrantes irlandeses que van a Norteamérica a principios del siglo XIX, muestra este pueblo tal y como es. Pequeño, antiguo, entre colinas verdes y pequeñas calles que se mezclan con las tantas carnicerías pintorescas -que parecen panaderías-, con las tiendas de barrio antiguo, con las iglesias que acogen a las dos principales religiones de la región (católica y protestante) y con los clásicos bares.
En Wexford todo parece detenido en el tiempo o parte de en un cuento.
A los pocos días me sentí en una película cuando fui al oeste de Irlanda para instalarme en el famoso condado de Galway (de la canción "Galway Girl"), donde el aire de puerto se respira por todas partes, y en su ciudad –que data de hace más de 800 años y que se sitúa al lado del río Corrib– se mezcla un aire medieval celta y mediterráneo a la vez, dando muestras de su pasado español, del cual se conserva hasta el día de hoy un arco en el puerto llamado "Arco Español". Esto, debido a que los barcos españoles solían parar en Galway a transar vinos y otros productos. Así, se apoderaron un poco del espíritu de esta ciudad irlandesa que hoy no supera los 80 mil habitantes y es joven, alegre, colorida y con muchos estudiantes irlandeses y de otras partes del mundo que van a las dos universidades que ahí se encuentran.
Llegué un martes –que parecía sábado– no sin antes cruzar muchos prados de comercial de manjar Colún y sacar fotos y videos a las vacas y ovejas que pastaban libremente en los prados de un verde casi flúor. Cuando llegamos a Galway todos atestaban las calles de adoquines –que conducen hacia el puerto– con su "pint" de cerveza en mano. Unos escuchando bandas en vivo de música irlandesa típica o folclórica; otros disfrutando el día de sol con sus perros y amigos. Galway es mágico. Contagia alegría y libertad. Algo muy de puerto, creo.
Por último, en medios de rutas donde seguro Hillary Swank grabó PS I LOVE YOU, nos dirigimos a los famosísimos acantilados de Moher. Son impactantes y la cantidad de pueblitos, castillos, cuevas y registro celta es realmente para darse un fin de semana completo libre para recorrer la zona que todos conocen como la región El Burrén.
Antes de ir a Irlanda, pensaba que era una isla con mucho verde por todas partes, vacas, burros, castillos aislados de piedra, gente feliz y pálida, y cerveza. Bueno, es exactamente eso. Y te das cuenta que no necesitas nada más.
4 Imperdibles
- Guinness Storehourse Tour, Dublin: Ideal cuando el cielo se tapa de lluvia y se necesita pasar unas horas conociendo de la cultura y lo que más les gusta a los irlandeses.
- Monart Spa en Enniscorthy, Wexford: las reservas se hacen con anticipación, pero es básicamente una antigua residencia en medio de parques tipo cuadros de Monet con servicio de spa y restorán para sus huéspedes. Catalogado como uno de los mejores del mundo, todos sus invitados se pasean en bata por los parques e instalaciones.
- Ard Bia at Nimmons, Galway: al lado del Arco Español, en el puerto. Es un pintoresco y exquisito restorán con una recomendación Michelin. Perfecto para darle la nota final a un día de paseo por la zona mirando el río.
- Pueblo de Doolin, región El Burren: Un cuento de color. Con casitas fucsias y amarillas, Doolin encanta por estar muy próximo a los acantilados de Moher y su música típica que puedes disfrutar en cualquiera de sus bares.