"Parálisis supranuclear progresiva". El nombre del mal que padece su mujer, Mindy Haggstrom (66), queda resonando en la amplia y soleada oficina de Jaime Fillol Durán (72). Es como si el frío de afuera se hubiera colado en el tono amablemente festivo que tenía nuestra conversación. Esa mañana, hacía un par de horas, su nieto mayor, Nicolás Jarry (23), segunda raqueta de Chile, derrotaba a su tercer rival y avanzaba a la final del ATP 250 de Ginebra (días después, en un dramático partido, perdería). El abuelo, quien fue estrella nacional y brilló en Wimbledon en la década del 70 y hoy dirige la carrera de Educación Física de la Universidad Andrés Bello, siguió el partido por televisión, acompañado de profesores, funcionarios y alumnos, celebrando cada punto. Ahora, en cambio, relata con evidente tristeza la situación de Mindy: "Soy 7 años mayor que ella, llevamos 47 casados y tenemos 5 hijos y 17 nietos. Hace unos seis años ella empezó a olvidar cosas, a decir otras que no cuadraban. Lo suyo no es alzhéimer, tampoco párkinson, pero tiene algo de ambas enfermedades y no es muy conocida. Son pocos los casos y no existe tratamiento. Lo único que se puede hacer es facilitar que esté lo mejor posible".

¿Ella ya no es autovalente?

No. Necesita ayuda y atención permanentes. Y la tiene, además del apoyo de muchos buenos amigos y de la gente de nuestra parroquia, Santa Rosa de Lo Barnechea.

Jaime es un hombre de iglesia. Consciente desde niño de la religión que heredó de sus padres, la cual reforzó en sus años de estudio en Estados Unidos, donde, afirma, no era popular ser católico, apostólico y romano ("allá la mayoría era bautista"). Pero la comunión de los laicos con Dios se fortalecía participando en la parroquia, sello con que él asumió para siempre el ejercicio de su fe.

Antes de casarse con la rubia Mindy, espectacular belleza californiana a la que conoció como espectadora de un partido suyo en Los Ángeles en 1970, ella se convirtió al catolicismo y fue bautizada. Y en su vida en Chile participó activamente junto a él en la aludida parroquia Santa Rosa.

Dadas las características degenerativas de la enfermedad de tu mujer, como católico que eres, ¿qué piensas de la eutanasia?

Sigo lo que aprendí de niño. Mi papá chillanejo tenía una hermana de su mamá que empezó a perder la vista. La tía Guillermina era soltera, vivía sola y estaba quedándose ciega, así es que la llevó a vivir con nosotros. En la casa también estaba mi abuela, que había enviudado. Era tan importante en la familia, que mis hermanos y yo la llamábamos "mami" y "mamacita" a mi mamá. Imagínate, convivíamos con una adulta mayor ciega y con otra que, pese a estar lúcida hasta muy avanzada edad, tuvo una caída, se quebró la cadera y salió muy mal de la operación. La anestesia la dañó mucho, quedó con arterioesclerosis, como se decía entonces. ¿Qué razón había para hacernos cargo de una anciana ciega y de otra arterioesclerótica? Esa experiencia le dio sentido a todo aquello en que mis padres creían y predicaban. Ahora Mindy está mal y nosotros haremos lo mismo: cuidarla siempre, aunque no sé si a ella le gustaría esta respuesta.

Jaime mantiene su físico fibroso y deportivo; sus rulos ya no son rubios, sino blancos; su encanto discreto y sereno, que en la cancha de tenis hasta ahora se convierte en fuerza para tomar siempre la iniciativa.

¿Cómo estás tú de salud?

Bien, pero hace unas semanas me mordió un perro. Fue aquí en el campus, por suerte no me botó. Aquí hay mucha pendiente y podría haber caído mal y haberme quebrado. Por suerte eso no pasó, pero he tenido que ponerme la vacuna antirrábica.

Comenta que padece dolores lumbares y que para combatirlos elonga. "Por las mañanas me estiro y logro tocar el techo con la mano; por las noches no lo toco, lo que revela que a lo largo del día la columna va perdiendo su resistencia a la gravedad. Yo medía un metro 80 de joven; ahora debo estar en uno 78", dice, risueño, aludiendo a la inevitable "fatiga de material".

¿JUBILAR O NO JUBILAR?

Aunque por ley hace tiempo que podría estar jubilado, sigue trabajando. Dice que es por necesidad económica, porque lo necesita. Y recuerda la quiebra del Club de Tenis Fillol, un emprendimiento familiar que no terminó bien y lo obligó desde entonces a mantenerse activo. "Invertí en un terreno, pero lo perdimos todo; el negocio no aguantó la crisis de los años '82, '83".

¿Te parece lógico ser adulto mayor y seguir trabajando?

Creo que siempre hay mucho por hacer, remunerado y no remunerado. Por mi trabajo parroquial en las poblaciones de Lo Barnechea, en los territorios vulnerables, me doy cuenta de las enormes necesidades que existen. Los adultos mayores deben tener la opción de poder trabajar, muchos estamos dispuestos, el punto es que para la mayoría las oportunidades no son atractivas.

No es su caso; lleva 12 años como director de esta escuela que sorprende por su infraestructura: piscina temperada, multicanchas, gimnasio y un edificio completo en los cerros de Las Condes, que alberga a 600 estudiantes, en su mayoría hombres, que desbordan energía y capacidad física. "Pienso que uno no debería jubilarse nunca, además en Chile son muy pocos los que pueden hacerlo si quieren conservar su nivel de ingresos. Pero, además de ese tema, creo que mantenerse activo, seguir participando de algo, te da una razón de ser, una validación de tu existencia. Si no estás haciendo nada y eso te hace sentir solo o inútil, evidentemente la jubilación se vuelve un factor negativo para tu felicidad y bienestar. Yo pienso que se deberían promover políticas públicas que favorezcan la inclusión laboral y social de los adultos mayores".

Nicolás Jarry y Jaime Fillol a fines del año pasado se convirtieron en 'rostros' de AFP Habitat. Además de grabar un spot juntos, donde el abuelo le aconseja al nieto la importancia de previsionar para el futuro, a Jaime le ha tocado dictar charlas y participar en actividades de la empresa, como el reciente lanzamiento de Piensa en Grandes, un fondo de innovación social para financiar emprendimientos que buscan resolver problemas cotidianos de los adultos mayores. "Es una buena idea, pero no puede ser aislada. Aquí se requieren políticas de Estado", dice, convencido.

¿Cuáles son los problemas concretos y cotidianos que se enfrentan en la tercera edad?

Se va produciendo una cierta pérdida de dignidad, de confianza, y uno entra a apoyarse en cuestiones como el verse bien para demostrarles a los demás y a uno mismo que estás bien. Es una suerte de lucha con lo físico. Hoy ciertamente no puedo hacer los mismos ejercicios que hacía antes y hay un desgaste emocional, una merma en la capacidad para soportar angustias, dolores, distanciamientos. Por eso me gusta tanto estar acá y relacionarme con los alumnos.

Se ríe cuando cuenta que al llegar como director de la carrera los alumnos le decían: "Mi papá lo vio jugar", ahora uno que otro le comenta "Mi nona se acuerda de usted", pero todos saben que es el abuelo de Nicolás Jarry. "Tengo además la ventaja de conversar mucho con mis 17 nietos, que van desde Nicolás, de 23, hasta Sara, que tiene un año y medio. Me interesa mucho oírlos, descubrir cómo piensan, cómo ven el mundo. Aprendo mucho de esas conversaciones".

NICO MIDE DOS METROS; YO LLEGABA A 1.80

Una típica pregunta que suelen hacerle es cuál es el partido que recuerda con más emoción, él siempre responde: "Los que perdí, los que me causaron dolor".

En sus charlas motivacionales usa ese tipo de momentos clave para compartir sus aprendizajes, como cuando recién tenía 15 años y había subido a la categoría de honor de un campeonato profesional, y su padre, abogado, le dijo: "El tenis es un medio, no un fin".

"Once años después, a los 26, vine a entender qué quiso decirme, cuando en la tercera vuelta de Wimbledon me tocó enfrentar a Robert Rosewall. Él me había derrotado dos veces antes, pero yo sentía que era mi momento. El día antes del partido fui a misa, recé, pensando que Dios no me podía fallar y debía darme el triunfo, pero a la mañana siguiente Rosewall me volvió a ganar. Cuando uno pierde, piensa mucho, le da muchas vueltas a lo sucedido y ahí entendí que no podía encomendarme a Dios por un triunfo, porque el tenis es un medio, no un fin. Otro aprendizaje importante lo saqué al analizar una foto en que estoy nuevamente jugando en Wimbledon cerca de la red, agachado e incómodo, voleando una pelota, en desventaja total. Ahí descubrí que no hay que focalizarse en el temor a perder, en lo difícil de la situación, sino en lo espectacular de estar compitiendo en uno de los certámenes más importantes del mundo. Lo corriente es quedarse en lo que causa el dolor, en la aflicción, y no sopesar todo lo bueno que tienes y que te está ocurriendo. Otra lección la aprendí de mi entrenador. Él me hizo ver la importancia de agradecer a los que te acompañan con su cariño. Hay que tener las antenas atentas para no dejar pasar las relaciones humanas, a los que se preocupan de ti. Tener conciencia de ellos y aprender a dar las gracias".

Jaime es el tercero de 8 hermanos, 5 hombres y tres mujeres, alentados por su padre, quien no era deportista, a practicar actividad física. "Quizás lo hacía para que no destruyéramos la casa", dijo hace años en una entrevista. Abogado, el padre, y química farmacéutica, la madre, dice que en realidad los dos "nos incentivaron a practicar desde atletismo y fútbol hasta tenis y boxeo. El entrenamiento te disciplina, te vuelve aperrado, y el deporte te desarrolla físicamente, pero la amplitud de ambientes con que te contactan deportes tan distintos es una buena educación. Más que asegurar o proteger, ellos nos dieron libertad. La prueba es que mi papá no se hizo problemas con que yo estudiara educación física, y no una carrera tradicional. Nunca tuvo esa mirada".

Una diferencia sustantiva con su nieto Nicolás es cómo concibe él su carrera. "Es normal que todo cambie. Hay un desarrollo en todo sentido: deportivo, comercial, comunicacional, pero lo que no cambia es la esencia del deporte, lo que lo vuelve inmutable. El tenis es incierto, inseguro, difícil de predecir en sus resultados, duro". Como la vida. Tal cual. Haciendo comparaciones, Nicolás tiene una mirada de su carrera centrada en los objetivos, lo que en mi época no tenía la misma relevancia. Había más ingenuidad y romanticismo. Nico ve el tenis como un trabajo; yo jamás lo vi así, aunque vivía de él. Es muy pragmático y organizado, cuadrado, por así decirlo. Yo era más libre. El entrenador y el preparador físico no eran mi sombra. Existían, pero no estaban encima de uno, como es ahora.

El abuelo sabe que influyó en la vocación de Nico. "Yo le enseñé a jugar", pero ahora lo deja ser, porque tienen criterios distintos.

¿En qué se diferencian como jugadores?

Uf, en mucho, de partida hay que pensar que Nico mide dos metros. Yo en mis tiempos medía 1.80. A mí me gustaba tomar la iniciativa e ir hacia delante. Él toma la iniciativa, pero desde atrás. Desarrolla su juego desde la potencia como fortaleza.

Uno de sus yernos, el extenista argentino Martín Rodríguez, que fue entrenador de Fernando González, es hoy el director técnico de Nicolás Jarry, que además es su sobrino. Afirma Jaime: "A él es a quien obedece. Creo que Nico, con 23, y Cristián Garín, con 22, nuestros jugadores actuales más destacados, tienen por lo menos 10 años más de carrera. Se llevan bien entre ellos y juegan bien juntos. Puede que marquen una etapa, así como Cornejo y yo, González y Massú, el Chino Ríos, pero en el tenis, al final, los resultados positivos son bien esquivos", afirma, realista.

Con el mismo realismo que asume la enfermedad de su mujer y la crisis de la Iglesia en que cree y de la que es tan parte. Muestra de ello es que en 2015 fue invitado a dar una charla al Concilio de los Laicos al Vaticano.

¿Cómo te llega la crisis de la Iglesia?

Cuando en Estados Unidos se empezó a conocer sobre los abusos sexuales de sacerdotes, jamás pensé que algo similar ocurría en Chile. Y ahora estamos en las mismas, lo que es responsabilidad de todos, porque no vimos. Sin embargo, percibo esta crisis como una oportunidad. Es evidente que hay que empezar a hacer las cosas de otra manera en la Iglesia. Yo he vivido lo que significa el concepto de renovarse; hay que nacer de nuevo, y participar como laicos, ser conscientes, estar atentos y hacerse oír.