Jana, la señora passiflora
La búlgara Jana Toscheva se enamoró de un periodista chileno y de las passifloras (también conocidas como pasionarias o flor de la pasión) que descubrió en Isla Negra. Sin saber nada de plantas, se convirtió en experta en estas flores y, de paso, se terminó quedando acá. "Me siento chilenizada, he agarrado todos los malos hábitos: garabateo, soy muy impuntual y antes no era así".
Paula 1207. Sábado 27 de agosto de 2016.
Jana Toscheva (39) tuvo un encuentro epifánico –con una planta: con ella misma– cuando caminando por las calles de Isla Negra vio una casa abandonada, la maleza de un metro, los vidrios quebrados y, entre todo eso, encaramada una enorme y desbocada passiflora caerulea y sus flores que parecen escarapelas, con sus pétalos blancos azulinos y morados. "Fue la primera passiflora que vi en mi vida, y fue amor a primera vista", dice. Sin tener conocimiento alguno en jardinería, cortó una patilla. Falló al primer intento y al segundo, pero al tercero pudo reproducir su primera passiflora. Cuando supo, por un vecino y luego por Google, qué era lo que tenía en las manos y que había más de 500 variedades en el mundo de todos los colores y formas, se puso a coleccionarlas. "Se transformó en una locura, en una obsesión, es tan rara la flor, es como si fuera de mentira", dice. Doce años después tiene 48 variedades, 20 de ellas híbridas de su propia autoría, un jardín botánico abierto al público y un vivero especializado; todo esto en Isla Negra, el lugar donde esta búlgara decidió echar raíces junto a su marido, el periodista chileno Sergio Paz.
¿Por qué te dio esa obsesión?
Vi un retrato de mí. La passiflora es grande y yo soy grande. Es carne de perro y yo también lo soy. La flor no pasa inadvertida y, por mi peinado, yo tampoco. Y es invasiva y yo también lo soy: cuando me gusta una persona como amigo, todos los días lo invito, todos los días lo quiero ver. Insisto: es una doble de mí (se ríe).
Jana estaba borracha y despechada por un plantón amoroso en un bar en Alemania, cuando vio a por primera vez a Sergio Paz. Decidida a pasarlo bien, levantó la enésima caipiriña que tomaba y le hizo un salud en el aire. Paz se le acercó. No hablaban ningún idioma en común, pero al rato estaban revueltos en las sábanas. La mañana siguiente él le hizo la mímica de un pájaro que vuela y le dijo "Me. Chile". Y ella, con resaca y sin entender qué hacía con este hombre, le dijo: "Ok. You Chile. Address" y le pasó un papel para que anotara su dirección. Antes de una semana, ella aterrizó en Santiago. Esos cinco días que pasó en Chile no conoció lugar alguno. "Fue como la película 9 semanas y media", cuenta riendo. Al tercer día, Sergio salió media hora y alguien llegó, tocó el timbre y gritó: "Sergio, Sergio". Por el vidrio empavonado distinguió la silueta de una mujer de la mano de un niño. Alarmada hizo su maleta, pero cuando iba saliendo del departamento se encontró con Paz que no entendía por qué se iba. "Your wife, your wife", le dijo ella. "Y era la nana, pero como en Europa no hay nana... Yo estaba convencida de irme cuando Sergio le pasó a la mujer la ropa sucia. Ahí sentí que él no quería que me fuera", dice. Luego fue el turno de él que apareció en Alemania donde Jana trabajaba en una empresa de turismo. "Me avisó dos días antes y yo tenía un vuelo a Bulgaria. Me lo tuve que llevar y mi mamá casi se muere. '¿Quién es este señor?', me dijo. Y yo '¿qué le digo? Nada'. 'No sé quién es este señor'", dice riendo. "Ahí empezó algo más allá de la aventura y nunca más nos dejamos de ver". Tras casi dos años de ires y venires, y sin hablar una gota de castellano, se trasladó a vivir a Chile. Aprendió el idioma rápido. "Lo necesitaba porque hablo mucho y no poder hablar era terrible. Pero mientras no hablábamos era maravilloso. Cuando empezamos a hablar, quedó la escoba con Sergio; hacía mi maleta cada semana", cuenta riendo. "Pero dentro de todo fue más grande el sentimiento que las peleas".
Se casó y se nacionalizó chilena. "Me siento chilenizada, he agarrado todos los malos hábitos: garabateo, soy muy impuntual y antes no era así. Uno termina siendo como donde está. Cuando viví en Alemania todo era tan increíblemente perfecto, que me molestaba. Me gusta que esté más o menos la cosa. Yo feliz de ser chilena, lo que no comprendo es el clasismo. Yo trabajé limpiándole la casa a un italiano y es un trabajo digno, nadie te mira en menos por eso".
"Yo feliz de ser chilena, lo que no comprendo es el clasismo. Yo trabajé limpiándole la casa a un italiano y es un trabajo digno, nadie te mira en menos por eso", dice Jana.
¿Y cómo son los búlgaros?
Muy sociables y divertidos. Siempre he dicho que los europeos del este son los latinos de Europa; somos más pobres, pero más divertidos. Nací en Varna, una ciudad en la costa del Mar Negro hecha para la diversión, todo lo que te rodea es diversión, discotheques en la playa, música electrónica, piscinas con espuma, mucho extranjero.
Y Jana en Chile se divierte. En medio del living de su casa instaló un caño. "Tengo 40 años pero de cabeza 20, me siento una pendeja. Todos mis amigos tienen 28 o 30 años, voy a la disco a bailar el caño. Alguna gente lo malinterpreta, pero es mi manera de divertirme", dice, al tiempo que confiesa que su marido preferiría que solo practicara en la casa.
Como no hablaba muy bien español partió ayudando a Paz a producir unas guías de viajes, al tiempo que coleccionaba passifloras, a las que ahora se dedica. Para Jana las plantas son como hijos. "Mis hijos verdes", dice. Y las cuida tanto que no las vende en invierno por temor a que a los nuevos dueños se les hielen. Tampoco tiene jardinero. "No quiero saber de ellos, siempre me cortan alguna passiflora".
Jana es capaz de viajar horas para conseguir una passiflora. ¿Cómo consiguió la variedad brasileña de pétalos fucsias y morados, loefgrenii?: alguien le avisó que en la Avenida del Mar en La Serena crecía una y partió en un bus a cortar patillas.
Cuenta que en Chile hay solo una nativa, la pinnatistipula, una variedad costera de flor rosada y morada que está en peligro de extinción, y que ella está reproduciendo en su vivero, gracias a la semilla que encontró una de sus seguidoras en Facebook en la Quebrada del Tigre en Zapallar, donde hay una pequeña población. "La gracia de la passiflora es que como se cruza, uno puede hacerse su propia planta, hay que andar de abeja, polinizando a mano, pero el resultado es muy entretenido, salen de todos colores. Muestra la foto de una flor bien chascona de pétalos rizados lilas, imposible no comparar con su cabellera crespa y abundante. La bautizó como Chilean Dream. "Tiene un significado muy especial porque yo siento que estoy viviendo, como los mexicanos viven el sueño americano, el sueño chileno".
Jana vende las passifloras en su vivero en Isla Negra o a través de su página www.passiflorachile.cl
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