Paula 1219. Sábado 11 de febrero de 2017.
Juan José Santa Cruz sonríe. Siempre sonríe. El éxito, la talla, el relajo, la liviandad de la vida le queda como traje de sastre. Con algo de distancia, quien lo ve sospecha perfección. Parece un tipo al que todo le ha resultado fácil y bien. Se reconoce un "afortunado", no solo porque literalmente tiene fortuna, sino también una familia grande (que se reencontró tras 10 años de separación con Catalina, su mujer), hace y deshace a su pinta en política –siempre en la segunda línea, porque le gusta el cilantro, pero no tanto como para renunciar a sus cosas–, goza fumándose sus puchos (tiene uno electrónico bien guardado) y se jacta de su déficit atencional y su exceso de energía.
Tiene adrenalina para convidar y la ocupa. Reparte las horas del día entre sus varios negocios, especialmente una empresa de seguros (algo que después de esta historia parece una ironía del destino) y reunir las firmas para que el movimiento Ciudadanos, que fundó junto a Andrés Velasco tras renunciar a una vida de militancia en la DC, se convierta en partido político. Esta vez, no será generalísimo de ningún presidenciable, como lo fue del ex ministro y antes de Soledad Alvear. Es más, ve con pavor que la final que se nos viene sea entre Alejandro Guillier y Sebastián Piñera.
A ese Juan José es al que uno veía con cara de disfrute permanente en lugares como el Divertimento: rodeado de amigos y arreglando el mundo. Hasta hace un tiempo. Porque el año del mono fue para él uno para olvidar. El año del "monocu", como coincidimos en llamarlo. Su máquina de relojería se trabó. Y el dolor, uno que reconoce jamás haber vivido, se instaló en su ecuación de vida.
Cuesta entrar en la intimidad de las penas, más si es la de alguien que uno conoce y con quien antes el café o la entrevista eran sólo para hablar de política o de "macuquerías".
En 2016, a su hija Rosario le diagnosticaron un cáncer de ganglios y más tarde, mientras ella se sometía a quimioterapia, su hija Bernardita se cayó de un canopy que él mismo armó para los nietos en la casa de veraneo. Y quedó parapléjica.
El cáncer tuvo buen pronóstico. La menor de los Santa Cruz acaba de hacerse la última quimio y desde ahora solo deberá controlarse. Juan José no alcanzó a perder el optimismo. Pero el accidente de su otra hija le cambió las cosas.
Cuando la misma Bernardita lo llamó y le dijo que no sentía las piernas, el mundo se puso de cabeza. Nada resultaba como debía, ni la ambulancia ni el helicóptero para traerla a Santiago. Pasaron horas hasta la operación del día siguiente. Y de ahí, lo peor: decirle –junto a su mujer– que no volvería a caminar.
¿Ustedes le dieron la noticia?
Sí, el doctor nos dijo después de la operación que teníamos que decirle que no iba a caminar… cosa que te la encargo. Es de los momentos más difíciles que me ha tocado. Pero ella lo sabía, desde el minuto del accidente.
¿Dejaste que ella viera tu dolor o te hiciste el fuerte?
No, la dejé.
¿Y cómo te viviste la pena? ¿Lloraste mucho?
Lloré. Al principio lloré con cualquiera. Con el que me abrazara. Pero pasados unos días asumí y me dije: suficiente, no más. Empecé a preguntarme cómo lo voy a hacer y me pasó algo que debe ser más bien masculino: eso de decirse que el que no podía flaquear en este lote era yo. Me tengo que hacer cargo. Eso lo sentí rapidito.
¿Apareció el macho a cargo?
Lo sentí, porque es cultural, estructural, pero eso no me reprimió. Me dio lo mismo tener los ojos llorosos, sin escrúpulos, ni vergüenza ni pudor. Nada.
Y el cómo lo voy a hacer, ¿de qué forma lo resolviste?
-Día a día. Mi naturaleza optimista me dice que siempre hay cosas peores…
Ya, pero eso te lo da la distancia, en el momento no es lo que se siente.
Sí, pero hay cosas que logras distinguir. Cuando apareció el cáncer de mi hija, el pronóstico fue bueno. No sé cómo lo habría tomado si hubiera sido malo desde un principio. Eso me permitió sentir que era una batalla que se ganaba. Lo de mi otra hija fue de golpe y me costó mucho más digerirlo. Pero también desde un principio tuve la certeza de que no la había perdido, de que seguía siendo ella, con una tremenda dificultad, dolor, pena, pero la tengo como es. Tengo a la misma hija que conozco.
¿En ese momento qué te preguntas?
Hay incredulidad. Uno se siente desconcertado frente al dolor, lo sientes como inevitable. Está.
¿Habías tenido un dolor así en la vida?
No, nunca. Había tenido dolores distintos, pero este era…
Desgarrador…
Claro, pero de a poco te vas acostumbrado y le vas buscando el lado, no el sentido, yo no creo en el sentido del dolor. La gente que cree que estas son pruebas… esa paja no me la creo ni un minuto.
¿Crees en Dios?
Ojalá…
¿Te hubiera gustado tener esa fe a la que recurrir?
-No me hizo falta. He sido, en general, creyente en mi vida, pero no creo en la participación de Dios en estas circunstancias. Si alguien me dice: "esto es una prueba de Dios", entonces yo digo: me busco otro.
Más que por la prueba, te lo digo por el refugio. ¿Tú en qué te refugias?
Frente al dolor uno encuentra ciertas fortalezas en su estructura de personalidad y en los afectos. La contención de la familia, los amigos, el cariño de la gente… Eso, literalmente, te ayuda.
¿No te pasó que ese cariño a ratos te hacía sentir absurdamente contento?
-Sí, te provoca grados de satisfacción. Ahora, me pasó algo que se demoró algunos días. Cuando un hijo sufre uno es capaz de hacer cualquier cosa, en parte porque el que no lo soporta es uno mismo. Y en este caso, ella fue clave. Después de los tres o cuatro primeros días, de ahí en adelante te encontrabas con una niñita no destruida, tratando de pararse. Y te hace una diferencia entrar a una pieza y ver a una persona con ganas. Eso nos ayudó a todos. Toda la familia se sustentó en eso.
"Al principio lloré con cualquiera. Con el que me abrazara. Pero pasados unos días asumí y me dije: suficiente, no más. Empecé a preguntarme cómo lo voy a hacer y me pasó algo que debe ser más bien masculino: eso de decirse que el que no podía flaquear en este lote era yo".
¿Empezaste tu propia búsqueda de respuestas? Internet, doctores…
Hablé con doctores, con mucha gente, un mar de cariño de personas que querían conversar conmigo. Y empiezas a buscar el milagro. Hasta que tu señora, tus hijos y los doctores te dicen: si existiera el remedio no existirían los parapléjicos. Hice el ejercicio de buscar fuera de Chile, al fulano o al mengano, caes un poco en eso, aunque creo que no llegué a perder la objetividad. Tu temor es a equivocarte. Sabes que tienes las condiciones anímicas, económicas, espirituales para hacer lo posible por ella…
¿En qué te podías equivocar?
En que muchos te dicen qué hacer y dónde, tu temor es tomar decisiones que no sean las adecuadas. Pasado los días te das cuentas de que el margen de error se reduce.
¿Da impotencia ver que ni con toda la plata del mundo puedes cambiar la realidad y que el milagro no existe?
Es más bien pena que impotencia. Simplemente ves que no están en ti, que te tocó. Sentí rabia en algún momento, pero lo que más sentí fue pena. No sentí impotencia porque me di cuenta de que no existía la solución. Esto es.
La rabia, ¿qué hiciste con ella?
Se me quitó rápido.
¿Pasaste por terapia?
Cuando me separé fui, me encanta la sicología, pero ahora no lo hice. No es que haya sentido que no lo necesitara, pero no lo hice. Me he sentido cansado, sí. El mayor problema es que como tengo un nivel de energía extra, yo haría muchas cosas por ella o le diría qué hacer, pero tiene 25 años y es la que debe resolver cómo organiza su vida.
¿Qué te gustaría para ella?
No lo diría jamás, porque al final, aunque me cueste, ella tiene que decidir. Y parte de mi rol de padre es apoyarla en eso, no embutirle lo que yo creo.
¿Qué es el dolor?
No me atrevo a decirle a nadie qué es. Creo que es personal, tiene efectos distintos en cada uno y he visto cómo cada quien lo asume de diversas formas. Y respeto cada una.
¿Qué generó en ti?
Aceptación. Al final es como algo inherente a la vida, parte de ella, no de las cosas buenas. Y lo llevo con aceptación. Ni con alegría ni ninguna de esas pajas, con aceptación.
¿Y lo llevas aún?
Lo llevo aún y sé que lo voy a llevar. Ahora, lo que más te afecta es cómo la ves a ella, contenta o no, cosa que no me gustaría traspasarle, no puede pasarle que sienta que de ella depende la felicidad del resto.
"La gente que cree que estas son pruebas... esa paja no me la creo ni un minuto".
¿No has sentido la necesidad de evadir?
No. A ver, lo hago desde el momento en que tengo cabeza para hacer todas las otras cosas, pero no siento que me esté arrancando del problema. Todo el primer tiempo, la gente que te llama sólo te habla del tema, se te hace pesado, pero entiendes que lo hacen con cariño. Cuesta cuando es la vigésimo cuarta vez en el día… te sientes un poco superado
Tú tienes la cabeza en muchos lugares, en parte por el déficit atencional. De todo lo que haces, ¿qué te da fuerza?
Casi todo, pero la primera motivación para estar de ánimo y con ganas es ella y mi familia. Los miro y a cada uno lo veo con admiración por la forma cómo ha llevado las cosas. Y a la gente cercana, igual. Así como una valora que lo quieran, no me cuesta admirar a la gente, eso me hace bien.
¿Hubo gente que te sorprendió para bien en esta ocasión?
Sí, con gestos, con cariño.
¿Y alguna decepción?
No, puede que haya, pero no lo tengo claro. Me compensa mucho lo otro. Los gestos fueron increíbles. Y lo agradezco hasta hoy.
¿Cambiaste algo de tu vida? No se te ha visto más en el Divertimento.
He ido menos. Sí, cambié cosas. Estuve tres meses con ella en la clínica, hasta que empezó a decirme que no fuera todo el rato, que ni siquiera antes en la casa estaba tan pegado.
¿Priorizas las cosas de otra manera?
He sido siempre muy consciente de la cantidad de cosas buenas, pero ahora lo soy más. Te diría que más que priorizar de otra forma, cambié el foco. Y siento más obligaciones.
¿Por qué?
Porque, de una u otra manera, el accidente de tu hija es de tu familia. Cada uno reacciona de forma distinta y maneja sus dolores, pero los ves bien destruidos, entonces tu preocupación es por todos. Eso te sobrecarga de responsabilidad y tratas de cumplir un rol para que este cuento sea razonable. Ahora, eso no me resta de seguir adelante con las cosas que han ocupado mi vida: mi empresa, mi trabajo. Es más, siento que mis obligaciones se alargaron, habrá que asumir más cosas. Es una responsabilidad. Y me interesa que esta niña salga adelante y tenga todas las herramientas para ser feliz.
¿Sientes que eso depende en alguna medida de ti?
Hay un grado de soberbia de uno respecto de los hijos, que hace que creas que en algo depende de ti, aunque la racionalidad me lleva a lo contrario y me cuesta medirme, porque al final del día soy un tipo demasiado energético. Yo haría esto y lo otro, pero no me corresponde. Tengo que respetar sus tiempos, sus dolores y la apoyaré en lo que ella quiera, no en lo que yo quiera. Eso me cuesta.
¿Enseñanzas?
No es que te des cuenta de lo que tienes, sino más bien de que en la vida hay demasiadas cosas buenas como para darte el lujo de no verlas. Aún en el dolor. Muchas veces nos esforzamos por vivir desde un reclamo que tiene poco sentido. Ahora, de esto se sacan experiencias familiares y personales, no creo en estas situaciones como ejemplo. Esto de que tú le puedes traspasar a alguien lo que te pasó, no me funciona. Mi guata me dice que no tengo nada que recetarle a nadie. Cuando a otro le toque algo parecido, lo vivirá a su manera. No va a aprender de lo que me pasó a mí.
A veces es el dolor el que te permite ver las cosas de esa forma.
Eso sí.
"Fui criado en la incondicionalidad del amor, a mí me quisieron siempre. Fuera como fuera, fuera el pendejo más desastroso. Yo era simpático, un gallo con un déficit atencional no menor, pero simpático. Y siempre me celebraron, aunque me sacara un 4. Eso te marca. Esa es mi estructura de personalidad".
Defínete como papá.
Hay dos cosas que me importan: que mis hijos se sientan queridos por mí y, segundo, que me sientan incondicional a ellos. Mira, yo fui criado en la incondicionalidad del amor, a mí me quisieron siempre. Fuera como fuera, fuera el pendejo más desastroso. Yo era simpático, un gallo con un déficit atencional no menor, pero simpático. Y siempre me celebraron, aunque me sacara un 4. Eso te marca. Esa es mi estructura de personalidad.
Estuviste separado 10 años de tu mujer.
Yo me casé a los 25 años con una mujer separada con tres hijos (juntos tuvieron cuatro más). Ese es un hito, porque de ser un tipo "pluma", bueno "pal huebeo", me tomé la vida en serio. Y mi relación con mis siete hijos siempre fue constante: todos los días los iba a buscar al colegio, estaba siempre con ellos, seguía pasando las pascuas y las fiestas. Y no es que fuera "buen papá". Era papá. El mínimo.
¿No tuviste que hacer una pega de recuperación al volver?
No. Fue un período distinto. No sé si fácil o difícil, sí distinto. Me siento satisfecho de lo que he hecho. No orgulloso, eso lo encuentro una paja. Y no es que no me arrepienta de nada, es que no me aporta mucho el arrepentimiento.
¿Qué te pasa con esa proyección de que tienes la vida perfecta?
Es que siento que es un poco así, no es una parada. Tengo fortuna, pero me he machacado mucho para conseguirla y tengo grados de libertad que ejerzo. Esa suerte la trabajé, no ha sido gratis. Me saqué la cresta y he hecho las cosas bien.
¿Y por qué siempre estás tras bambalinas, especialmente en política?
Porque hay ciertos sacrificios a los que no estoy disponible. A mí me interesa lo público, pero tengo una vida. No estoy dispuesto a pasarme el día entero en el Congreso. A lo que estoy disponible en la cosa pública es a esto.
Estás en la empresa, en la política, en un medio de comunicación, metido en educación también. ¿Vas a hacer algo nuevo a partir de esta vivencia?
En la medida que te pasa una tragedia, te conviertes en militante. Así que la causa de la Teletón la siento ahora una causa personal. Algo voy a hacer, aún no sé qué.