Hace 25 años, y como si una mosca lo hubiera picado, Juan Radrigán empezó a escribir teatro. Jamás lo había hecho y no se detuvo nunca. Tenía más de algo que decir: he ahí el secreto. Hoy es considerado un tata de la dramaturgia nacional y latinoamericana.
Paula 903. 15 de mayo de 2004.
Con una treintena de obras en su prontuario de dramaturgo, Juan Radrigán –67 años, 3 hijos– irrumpió en 1979 en el teatro chileno para convertirlo en lo que etimológicamente la palabra teatro significa: el lugar desde donde se mira. El horizonte de la época era el de la dictadura más cerrada pero una situación extrema como ésa suele ser un tónico irresistible para los artistas que merecen el nombre de tales. Radrigán respondió desde el epicentro de su propia locura construyendo un lenguaje estéticamente resistente. Lo suficiente como para que sus "clásicos" de ese período como Hechos consumados, Las brutas o El loco y la triste hayan vuelto a darse, según pasan los años, con magníficas puestas en escena de los mejores directores.
Del mismo modo, en los noventa, y ya iniciado el siglo XXI, Radrigán ha entregado celebradas propuestas entre las que destacan El encuentramiento, Perra celestial y Medea mapuche. Considerado como un autor latinoamericano insoslayable, sus piezas han sido montadas en muchos países del mundo y actores de la talla de Max von Sydow y Bibi Andersen han encarnado a sus desarrapados, intensos, mágicos y desesperados personajes. Para la cita, Radrigán propuso el Marco Polo, una fuente de soda en plena Plaza de Armas: "Aquí me junto con la gente porque no tengo espacio en la casa. O sea, tengo espacio pero no tranquilidad porque hay una hija de siete años, timbre, mucha bulla, entonces lo hago como cuando estuve de gira en España y en los restoranes me decían: '¿Le traigo papas saltadas?', y yo contestaba, 'tráigamelas tranquilas no más'", dice una vez sentado frente a su café cortado.
¿Y al centro te vienes por el Paseo Ahumada caminando feliz con música ambiental?
Claro, atravieso bien seguido por este paraíso lleno de personas con carteles, como esa niñita con un balón de oxígeno. En la tarde es espantoso. No hallo para adónde mirar.
Puedes apretar un botón de pánico si es que te da.
A lo mejor sería bueno, pero fíjate que el pánico es lo que le permite escribir al escritor: el estupor, el no comprender lo que pasa, estos cuadros de horrores. Claro: para un escritor es fatal hacer yoga o llevarlo a un sicoanalista; lo matan si le ordenan la cabeza.
Y al escribir, ¿buscas respuestas para explicarte lo que sucede?
No, todo lo que escribimos nosotros es una larga pregunta. Salvo Rosasco que da recetas románticas. Pero para mi gusto la novela en Chile es muy plana, tísica, provinciana. Juan Emar y Carlos Droguett hicieron un intento interesante pero los poetas son los que más se han acercado.
"El Chile de hoy me parece una madre loca que mece a su hijo muerto desde hace muchos años; una madre loca total que ya no tiene remedio. O sea: terminó la dictadura pero, para para mí, lo que cambió es el espesor de la amargura no más".
Tú también trataste de escribir novelas
Con desastrosos resultados. Menos mal que me di cuenta a la primera, porque quería escribir pero no tenía ningún arma y me enfrentaba todo el tiempo a mi supina ignorancia.
Sin embargo el teatro se te dio, ¿tenías alguna referencia?
Había visto El rey se muere y La ópera de tres centavos, nada más. No sé por qué fue tan fácil de pronto escribir una obra, así, a título de nada. Y después ya seguí en eso.
El que te transformaras en dramaturgo marca un cambio definitivo en tu giro laboral. Eso fue en 1979 y hasta ese momento estabas de vendedor de libros usados en la Plaza Almagro
Claro, pero sucedió un problema porque a todos los que teníamos puestos de libros viejos ahí nos pasaron un parte municipal. La supuesta razón era que no habíamos pagado unas patentes, pero esas patentes no existían y cuando empezaron a existir ya no se podían pagar porque, según los funcionarios, se había vencido el plazo.
Una situación absurda que es la que vive la protagonista de Testimonios de las muertes de Sabina, tu primera obra de teatro. Ésa es una constante porque tus personajes son permanentemente expulsados de todos lados: no hay lugar donde arrancharse mínimamente.
Eco, es el "no" lugar. Ese tema yo lo tenía dentro, no es que lo tuviese muy claro pero estaba y en todo lo que he escrito hay una cosa muy marcada que es la ausencia de hogar, la imposibilidad de constituirlo.
Eso viene tal vez de tu niñez, marcada por la inestabilidad de tu padre, que era mecánico agrícola, y a quien tu madre seguía de un pueblo a otro contigo y tus tres hermanos a la rastra. ¿Piensas que la infancia es, en buena medida, la patria del escritor?
Claro, voy a plagiarte eso tranquilamente.
Yo lo plagié también.
Es que en la infancia pasan hartas cosas y después el que escribe ni sabe que eso es lo que lo trae. Ahí me quedó el anhelo de un espacio definitivo, porque siempre nos estábamos moviendo a un lugar al que no se llegaba y que no llegó nunca. Ahora tengo un domicilio pero no sé si una casa. Siempre quiero cambiarme, no me hallo.
Cuando empezaste con el teatro, ¿lo concebiste como un instrumento de denuncia?
No, eso sucedió un poco a pesar mío. Lo que yo escribía no estaba dirigido exclusivamente a una protesta aunque había la necesidad bastante imperiosa de ponerse a juntar palabras para reaccionar frente a la demencia de lo que estaba pasando. Toda la cultura estaba en eso.
Claro, y cuando terminó la dictadura todos se quedaron mirando y preguntándose ¿y ahora qué?
A mí también me pasó. Estuve como tres años sin escribir porque se supone que tenías que hacer un teatro que diera esperanza y yo no encontraba una forma de decir algo que no fuera mentiroso, triunfalista o un canto a la derrota. Hasta que me di cuenta de que parece que nada ha cambiado desde que nací, entonces estoy en la misma lesera no más.
¿Con qué imagen graficarías al Chile de hoy?
Con la de una madre loca que mece a su hijo muerto desde hace muchos años, una madre loca total que ya no tiene remedio. O sea: terminó la dictadura pero, para mi bella persona, en apariencia no más ¿ah?, y
ahora confunden destape sexual con libertad. Para mí lo que cambió es el espesor de la amargura no más. Hay algo soterrado que te lastima demasiado, que es la impunidad, que todo pueda suceder sin que haya ningún castigo. Creo que con un leve empujón seríamos el país más fascista de Latinoamérica.
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En este mes Radrigán celebra su cuarto de siglo como dramaturgo con la obra Beckett y Godot, en el Teatro de la Universidad Católica. "No sé de qué estará hecho el ser humano", dice. "Es materia por descubrir todavía. Es como los gatos, no podemos confiar mucho, de repente te araña no más".[/caption]
¿Y cómo encuentras que está el teatro actual?
Veo como una impotencia de contar una historia, una obsesión por la forma.
O sea que, para variar, el teatro estaría en crisis.
Siempre, claro. Es un enfermo que cree que se está muriendo pero que se vuelve a levantar. En los últimos años prevalece un rechazo al texto, un problema de contenido y eso es una burrada no más porque el tema sigue siendo el ser humano. La soledad es algo permanente, la exclusión también. En todas partes, hasta en el lugar más apartado del mundo, siempre hay el pueblo de los pobres y el pueblo de los ricos donde el que tiene una oveja es mucho más que el que no tiene ninguna.
Sin embargo en tu dramaturgia de "inesperanza", como alguna vez lo definiste, el amor aparece como una alternativa aún para los más azotados.
Sí, como una especie de tabla de salvación, como la posibilidad de que algo funcione y se mezcle y se ensamble. Y, claro, sería deseable que todo ser humano llegara a descubrir eso: un lugar tranquilo y soleado pero es difícil. Y en el caso de los pobres es más complicado porque un hombre puede tener las mejores intenciones del mundo y decirle al hijo "a la otra semana te compro el libro, te compro las zapatillas" pero no puede, y el hijo dice "puchas el viejo incapaz éste". El padre desilusiona al hijo no porque quiera sino porque lo que gana no le alcanza. No lo dejan ser padre, entonces abandona.
En tu biografía también se cumple lo del padre ausente.
Sí, un día el viejo agarró un caballo y no lo vimos nunca más. Se fue por un camino. El Mucha Gente, le decían, porque donde llegaba hablaba y hablaba y llenaba todo el espacio.
¿Y tu madre?
Era demasiado dulce y demasiado triste, sí, por lo que le pasaba, po andar queriendo a alguien que no la quería. Eso le impedía ser alegre y tenía mucho que hacer trabajando en lo que cayera y tratando de que no fuéramos tan brutos. El saber algo, el aprender, ella lo tomaba como la única defensa posible.
Tu visión es muy cruda porque tampoco la solidaridad aparece como un alivio entre iguales, sólo se da a chispazos. ¿De qué piensas tú que está hecho el ser humano?
Yo creo que es materia por descubrir todavía. Es como los gatos, no podemos confiar mucho, de repente te araña no más. Habría entonces que confiar en que alguien nos tiene buena y ésa es una especie de solución en los tiempos desesperados. Por ejemplo, los evangélicos ayudan mucho. Ahí en la calle Copiapó, donde vivo, se han levantado tres templos enormes y se llenan de gente que está como contenta: ¡aleluya, aleluya! y gritan y saltan. Salen con sus niños y yo no sé cómo funciona Dios cuando después llegan a la casa y hay que hacer la comida.
Esa pregunta por la fe está también en tus obras. ¿La Biblia es un referente para ti?
Yo no sé quién escribió ni de dónde salió eso, pero cualquiera de los tipos que la escribió hubiera sido Premio Nobel. No existe esa profundidad en ninguno de nosotros. Pero en cada página hay diez contradicciones y eso es demasiado, entonces no puedes decir es de origen divino porque no lo es. Es un libro de poesía.
¿Y tú te diriges al Altísimo?
No, ni se dignaría a contestarme porque no sabe que existo.
Te has afirmado entonces en la escritura.
No, yo no tengo andamio alguno. Lo que hay son preguntas y nuestra incapacidad de aventurar una respuesta.
"En todo lo que he escrito hay una cosa muy marcada que es la ausencia de hogar, la imposibilidad de constituirlo. En mi infancia siempre nos estábamos moviendo a un lugar al que no se llegaba y que no llegó nunca. Ahora tengo un domicilio, pero no sé si una casa. Siempre quiero cambiarme, no me hallo".
¿Puedes trabajar varios textos simultáneamente?
No, soy demasiado bruto. Tengo que terminar una cosa y después sigo con la otra, pero escribo cinco horas, seis horas al día. Cualquier cosa, pero todos los días. Por eso estoy así tan estragado, porque me acuesto muy tarde. Siempre me pregunto qué hace la gente que no escribe, cómo llena su tiempo porque para mí es una necesidad. Yo estoy tranquilamente en la pascua escribiendo. O en el Año Nuevo, cosa que le revienta a todos, que se dirán, ¿por qué no baja este desgraciado, cómo no se integra?
¿Ves televisión?
Muy poco. Veía el fútbol pero me aburrí porque es como la historia de Chile en que se celebran triunfos que son derrotas. Yo creo que tendría que escribir, y no he escrito, sobre los asados amargos.
¿Asados amargos?
Sí, porque somos pésimos para el fútbol pero nos encanta, entonces cada domingo nos juntamos y el asado se hace muy amargo cada vez que juega la selección. Y de esa amargura no hay a quién echarle la culpa. Somos demasiado malos y va a ser eterno, porque faltan muchas cosas, físicas sobre todo. Se cansan a la media hora. Es que esos son siglos de hambre de chilenos. Los argentinos tienen la carne y se la comerán cruda si quieren, pero tienen harta, los uruguayos igual. Por eso incluso países tan chiquititos como Paraguay vienen y nos sacan la mugre. Hay que cansarlos a palos.
¿Harías una teleserie?
Sólo para poder escribir tranquilo un par de obras, pero sería aterrador tener que hacer capítulos a pedido. De hecho, mandamos una con Javier Ibacache, un periodista, y nos rechazaron terminantemente porque la hallaron demasiado original. Lo insólito es que nos hicieron una carta que es muy inverosímil porque, en resumen, lo que dice es que no les sirve porque es demasiado buena.
¿De qué se trataba?
Era como la historia de Caín y Abel, pero era complicado para ellos porque tenía muchas lecturas y seguro que ningún rating. Era estar hablando de algo que no era "te amo, te amaré para toda la vida, soy tu padre" porque las teleseries son como escritas por Jesús, ¿no ves que al final los inválidos caminan, los ciegos ven, los pobres se hacen ricos y los hijos conocen al padre? En ésta no había nadie que no supiera quién era su padre.
¿Te gusta estar metido en el teatro, en los ensayos, así todo oscuro, sin saber si es de día o de noche?
Yo me pasaría en eso, me gusta muchísimo estar ahí.
Parece que el teatro es contagioso porque tu hija Flavia salió dramaturga.
Insólitamente dramaturga. Tiene más armas que yo porque es más profesional, más sistemática en sus estudios y yo soy al lote no más. Y tengo un hijo economista pero puede dar una charla sobre literatura cuando se lo pidan porque también tuvo mucha lectura.
Además te casaste con una actriz de El Telón, que era el grupo que tuviste en los 80, ¿te metes nada más que con gente de teatro?
Sí, fíjate, con los otros no hallo de qué conversar. A trechos no más uno nota que ya es como mucho, que no hay otros temas, así es que caemos en eso, en esa pura vida. Yo creo que nos debe gustar.
¿Cómo es la vida del teatrista?
Paupérrima. Sí. El que no hace clases por ahí, clases que además uno hace muy mal porque nadie le ha enseñado, y enseñar dramaturgia es tan ridículo como tratar de hacer clases de poesía.
En tu última obra pones a conversar a Beckett y Godot y Beckett dice: "El muerto que aún no soy está mirándome" ¿Eso corre para ti?
Claro. Tengo que contestarle. Hay cosas que uno hizo mal y que no hay cómo revertir. Por eso digo que mi testamento va a ser que no me perdonen, que nunca me perdonen porque uno siempre anda buscando a alguien a quién echarle la culpa.