Hasta hace poco tiempo llegar a ser una persona de la tercera edad era el hito que marcaba un punto de inflexión en la vida. Porque pasar el umbral de los 60 años implicaba el comienzo de un nuevo capítulo en la historia: la vejez. Esa fase nueva, pero también final de la vida. Hoy, sin embargo, esas antiguas nociones están siendo cuestionadas y, producto de los cambios demográficos y el desarrollo tecnológico, el envejecimiento se ha vuelto una experiencia vital mucho más compleja que debemos replantearnos continuamente.
Quizás una de las nociones más básicas o que rápidamente se asocian al concepto de la tercera edad es que se trata de la etapa final de la vida. El último tramo de la carrera. Pero la realidad es que vivimos en una sociedad en evolución y la forma de abordar la vejez debe adecuarse a los cambios. Con una esperanza de vida que supera los 80 años para las mujeres y de casi 77 años para los hombres (según datos entregados por el Instituto Nacional de Estadísticas), la tercera edad es hoy un periodo tan largo dentro de la vida de un individuo, que difícilmente podría simplificarse como el cierre o un gran capítulo final. Y es por esto que ha sido necesario reconfigurar la línea de tiempo personal para abrir espacio a la cuarta edad.
Las primeras nociones de lo que hoy conocemos como la cuarta edad se comenzaron a delinear en la década de los 80 cuando el subgrupo de personas mayores dentro de la tercera edad comenzó a aumentar de forma amplia gracias a los avances médicos en el mundo occidental. Hoy la existencia de una cuarta edad más allá de la antigua barrera de la tercera y final etapa de la vida es una idea aceptada de forma transversal entre los especialistas. Si bien los criterios para determinar cuándo hemos cruzado el umbral de una fase a otra pueden ser variados, en términos generales, el gran factor determinante es de tipo cronológico. De hecho, en nuestro país, en un documento de legislativo, elaborado para la comisión de familia del Senado, se define a miembros de la cuarta edad como personas mayores de 80 años. Pero la importancia de saber cuándo nos aproximamos a estos hitos en la cronología de la vida no tienen que ver solo con un cumpleaños. Tampoco se quedan en algo meramente formal. La relevancia está en las implicancias prácticas que tiene para una persona pasar de la tercera edad a la cuarta. Porque conocerlas nos permite ser capaces de preparar ese tránsito.
Catherine Aravena, Máster en Gerontología y Directora de la Fundación Vejez Activa, dedicada a la promoción del envejecimiento saludable, confirma que, si bien el gran factor distintivo entre la tercera y la cuarta edad es de tipo cronológico, también debemos considerar otras variables. “La Organización mundial de la salud (OMS) determina como tercera edad a las personas sobre los 60 años y a la cuarta edad a personas con más de 80 años”, explica. “Con las y los octogenarios se relaciona mayor prevalencia de enfermedades, de tipo físicas y psicológicas, así como el aumento en trastornos neurocognitivos, como la demencia de tipo alzheimer, que impacta en la pérdida de la autonomía e independencia así como la propia identidad de la persona”, agrega Catherine.
Y estos desafíos en términos de salud física y mental son piezas clave que diferencian la vejez que viven las personas en la tercera versus la cuarta edad. Tal como explicaba Catherine, la cuarta edad es una etapa en la que, en la mayoría de los casos, el cuidado de la salud se vuelve la prioridad. Según un estudio conducido en el Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano en Berlín, la cuarta edad tendría como una de sus principales características el deterioro fisiológico. “Hay mayor pérdida de bienestar, dependencia psicológica, pérdida de memoria y deterioro cognitivo”, se explica en el documento.
Y si bien estos antecedentes hacen de la cuarta edad un panorama poco auspicioso, el desgaste natural y el deterioro del cuerpo son una parte del ciclo que todos debemos enfrentar. Catherine comenta que, desde la experiencia clínica y comunitaria del trabajo con personas mayores, es posible ver que uno de los factores que más impacta en cómo los individuos vivimos el envejecimiento, es reconocer que se trata de un proceso que se experimenta día a día. “Se envejece cada día y ese reconocimiento da paso a la autopercepción de cómo envejecemos, cómo se espera que lo hagamos, qué recursos tenemos para envejecer y la autoaceptación como ser envejeciente”, explica la especialista.
Además, la investigación conducida en Alemania en conjunto con investigadores del Departamento de Psiquiatría de la Freie Universität de Berlin, mostró que si durante la tercera edad el foco está puesto precisamente en la edad y los desafíos asociados a ella, durante la cuarta edad el eje central se vuelve la muerte y cómo podemos prepararnos para ella. La directora de Vejez Activa explica que, desde la salud mental, la cuarta edad es un periodo vinculado a una multiplicidad de duelos al estar tácita y explícitamente al término de la propia vida. “Se espera que ocurran procesos reflexivos respecto a cómo fue el curso vital, reconociendo posibilidades de mejora y dando cabida a cuestionamientos personales”, comenta Catherine Aravena. “Sobre los 80 años inexorablemente enfrentarán la muerte. La pregunta principal ya no es el cuándo, sino que el cómo. Por una parte, muchas personas experimentan experiencias de muerte de aquellas personas o seres que les acompañaron durante su día, como por ejemplo parejas, padres, hermanos, mascotas, hijos y amigos, etc”. La especialista en gerontología comenta que uno de los principales desafíos como sociedad es tomar conciencia de la importancia de la salud mental, que involucra un todo: el autocuidado, mantener la autonomía y la funcionalidad sin distinción de edad.
Porque, si bien las edades son importantes, cumplir etapas, cruzar metas y avanzar en la línea de tiempo de nuestras vidas es importante, lo más relevante es la forma en la que se viven esos procesos. “Más que considerar las etapas del ciclo vital como momentos diferenciados y excluyentes entre ellos, hay que considerarlas como un continuo de la vida”, explica Catherine Aravena. “Es decir, cada día de nuestras vidas y cada año cumplido forman parte de un todo. Lo que realicemos hoy es la inversión para nuestro futuro, por lo que, promocionar factores que nos protejan será también, prevenir el desarrollo de ciertas enfermedades y deterioros, indistintamente de la edad que tengamos”.