Mi hijo mayor, nació un 25 de Julio en Colombia. Ser madre primeriza en un país ajeno y estando lejos de la ayuda de mi familia fue tremendo, lo reconozco. Lloraba mucho, vivía con cólicos, reflujo, las mejillas rojas como Heidi y de a poco empezó a manifestar sus alergias. Aunque este era un tema desconocido para mí, la intuición me decía que algo no andaba bien. No era ese bebé plácido que uno ve dormir, era inquieto, se retorcía de dolor y eso me estresaba mucho. No hay nada que produzca más frustración que ver sufrir a tu hijo y no poder hacer nada. Mis noches eran dar pecho con dolor y llanto, una hora para quitar chanchitos y mudar. Y hacía todo esto llorando de cansancio junto con él.
A los seis meses, empezamos a probar sus primeros sólidos y con ellos vinieron los vómitos explosivos. Cada cosa que se metía a la boca era peor que la anterior, y sólo toleraba la leche materna, lo que me hizo esclava de la lactancia. Aunque era difícil, lo hacía con gusto: con tal de verlo comer algo, le daba pechuga a cualquier hora y en cualquier lugar, incluso bancándome las miradas incómodas del resto.
Su diagnóstico fue Alergia Alimentaria Múltiple (AAM) y Alergia a la Proteína de la Leche de Vaca (APLV)), dermatitis atópica producto de lo mismo, rinitis alérgica y un posible principio de asma bronquial. Como no vivía en Chile, hice todo lo que estuvo a mi alcance para ayudarlo: fui a clases de matronatación (desde los tres meses mi hijo lograba relajarse en el agua) y Delfinoterapia en Santa Marta, un jardín de estimulación temprana. Y en paralelo fui documentando cada avance. Obviamente, mi hijo entró en desnutrición. Su cabeza pesaba más que su cuerpo y le costó aprender a caminar. Además, era un niño tremendamente irritable porque no dormía más de dos horas seguidas sin llorar a gritos. Le costaba ganar peso y altura, y eso me hacía sentir mala madre.
Así fue cómo de apoco aprendí qué es tener un niño hipotónico y en esos centros me ayudaron a fortalecer sus músculos y a ayudarlo de todas las maneras posibles. Antes de esto no sabía qué era el trastorno de integración sensorial, pero con mi experiencia supe que esto te acompaña toda la vida. Porque es tener un niño selectivo para comer. Al volver a Chile, un tiempo después, no hice más que pasármela de una terapia a otra. Muchos me veían como alaraca, pero yo sabía que había que recuperar el tiempo perdido. Lo que el cerebro no procesó a temprana edad, era necesario trabajarlo y sacarlo adelante.
Mi hijo jamás se llevó nada a la boca; le daban asco las texturas y no se animaba a probar nada nuevo. Los poquísimos alimentos que podía comer, los comía en una hora y yo hacía una fiesta cuando lograba tragar cinco granos de arroz. Eso me hizo hacer todo lo que te dicen que no se hace: le daba comida viendo televisión, lo amenazaba e incluso lo forzaba con tal de que comiera para que no me retara el doctor en el control siguiente.
Todo fue a prueba y error, así que lo amamanté hasta que a los tres años me dijo que el sabor de la leche estaba raro. Así descubrí que estaba embarazada por segunda vez.
Tener un hijo con alergia significa un desgaste físico y emocional tremendo, y también uno económico que me hizo pensar qué habría pasado si mi hijo hubiese nacido en una familia de menos recursos. Se necesita mucho tiempo para ir de un profesional a otro, para leer e informarse. Los exámenes son muy invasivos y hasta el día de hoy me gasto una fortuna en galletas sin gluten, productos orgánicos y comprando comida para la casa, donde todos cambiamos nuestra dieta. Con esto aprendí también a salirme de lo tradicional. Traté con medicina bionatural, y aunque a muchos profesionales no les guste o digan que no les sirve, a mi hijo le dio excelentes resultados.
Actualmente mi hijo sólo tiene algunas intolerancias controladas, es un niño bueno y excelente alumno. Y su Miss Claudia Santos lo ayudó a reforzar su autoestima. Si bien es el más bajito de su curso, él se compara con Messi porque quiere ser futbolista cuando sea grande. Todavía me acuerdo de cómo lloré al verlo probar su primer helado de chocolate. Ahora come de todo.
Paula (38 años) es Ingeniero Comercial y tiene dos hijos.