“Hace siete años terminé una relación de pololeo que duró otros siete. Nos conocimos en la universidad y éramos inseparables: estudiamos la misma carrera, hicimos el mismo magíster, preparamos juntos el examen de grado, nos titulamos juntos, juramos el mismo día en la Corte Suprema. Sin embargo un día, cuando ya vivíamos juntos, me dijo que ya no me amaba. Tomé mis cosas y me fui.
A todo ese dolor se sumó que a los pocos días de terminar me enteré, por una pérdida, que había estado embarazada de mi ex. Fueron días en los que tuve que digerir la noticia de mi embarazo, la noticia de la pérdida, el quiebre. Por si fuera poco, se sumó la repentina muerte de mi abuela materna, a quien adoraba.
Viví todos esos momentos en mucha soledad, y es que quienes se suponía eran mis amigas, decidieron estar más cerca de mi ex. Como hicimos prácticamente una vida juntos, nuestros amigos también eran los mismos. O eso creía yo, porque la verdad es que al momento de terminar la relación, escogieron mantener su amistad con mi ex y no conmigo, a pesar de que fui yo la que quedó mucho peor.
En la única conversación que tuve con él luego de terminar, le conté lo de la pérdida y nunca más me volvió a hablar. Supe de él años después porque coincidimos en algunas juntas, pero no intercambiamos más que un saludo. Asumo que ni siquiera me creyó, cuestión que tuve que aprender a sanar con muchos años de terapia.
Independiente de él, en los años que vinieron, con mis amigas tratamos de reconstruir esta relación quebrada entre nosotras sumando algunos intentos fallidos. Es raro, pero nunca entendimos por qué jamás nos resultaba.
Hace como un año les conté que me iba a casar después de una nueva relación y una hija maravillosa en común con mi actual pareja a quienes ellas conocen desde el inicio. Fue recién ahí que una de ellas aprovechó ese feliz momento para develarme que años atrás, luego del término con mi ex pareja, dos de la que entonces eran mis mejores amigas se habían involucrado sexualmente con él y que el resto también lo sabía.
En ese momento todo tomó sentido; entendí su distancia, los malos ratos que pasé y la sensación de una deslealtad terrible que ni siquiera el perdón podría sanar. Ellas en realidad me mintieron por años, no me querían y en consecuencia ya no merecían más un lugar en mi vida. Tomé la lista de invitados a mi matrimonio y las borré, así como las borré también de mi corazón y de este intento eterno por recuperar algo que en realidad jamás tuve.
Y es que a lo largo de este doloroso proceso, descubrí la importancia del autocuidado. Entendí que no necesito la validación ni el afecto de quienes en realidad no me valoran. Pero lo más importante fue que al soltar a quienes me hicieron daño, abrí espacio en mi vida para nuevas personas, conexiones significativas que realmente merezco”.
* Francisca es lectora de Paula. Si como ella tienes una historia de amor que contar, escribenos a hola@paula.cl.