La bronca de Jota Castro
Un banquete hecho de restos de comida recogidos de la basura y cincuenta palos forrados en papel higiénico son dos de las obras que el artista franco-peruano Jota Castro muestra por primera vez en Chile en el MAC, desde el 24 de julio. Abogado y cientista político, le tocó estar en muchas zonas de conflicto mundial y comprometerse con los derechos humanos. A los 35 años, abandonó su carrera diplomática para ejercer una potente crítica social a través del arte.
Paula 1150. Sábado 21 de junio de 2014.
Un banquete hecho de restos de comida recogidos de la basura y cincuenta palos forrados en papel higiénico son dos de las obras que el artista franco-peruano Jota Castro muestra por primera vez en Chile en el MAC, desde el 24 de julio. Abogado y cientista político, le tocó estar en muchas zonas de conflicto mundial y comprometerse con los derechos humanos. A los 35 años, abandonó su carrera diplomática para ejercer una potente crítica social a través del arte.
"Soy hijo de hippies. Mi padre decía que me pusieron así porque era muy jodido. Y mi madre, que odiaba a mi padre, dijo que fue porque no me pudo llamar Fidel". Así explica Jota Castro su particular nombre, que hoy es una marca registrada en el mundo. El artista ha sido dos veces curador de la Bienal de Venecia, además de otras importantes curatorías, y ganador de la Bienal de Korea, la más importante de Asia. Jota Castro, a pesar de ser escéptico respecto al éxito, ha logrado un impacto muy potente en el arte contemporáneo.
Nacido en el Amazonas, dice que desde chico le indignaron las injusticias y desigualdades. De partida, cuenta, que siempre sintió la discriminación racial que afectaba a su madre en ciudades como Lima, por el hecho de ser mestiza. A los 15 años dejó su país y se fue a Francia. "Me echaron de la casa por ser muy politizado y no adaptado al medio burgués peruano. Al final, fue mejor", cuenta. Irreverente, rabioso y bohemio, pero muy mateo al mismo tiempo, se recibió como abogado y cientista político y durante 20 años fue diplomático. Su trayectoria en las Naciones Unidas lo llevó a zonas de conflicto en todo el mundo. "Me preocupaba de derechos humanos, de comportamientos. No era un diplomático de salón, sino de terreno", dice. Fue allí cuando afianzó su postura crítica frente a la violencia, al matonaje de los países ricos contra los pobres, el racismo y la explotación del medio ambiente. A los 35 años decidió abandonar la abogacía para manifestar su desasosiego a través del arte, mientras seguía siendo diplomático. Desde ese tiempo su obra utiliza videos, instalaciones, fotos, objetos, acciones de arte y siempre se vale de objetos y situaciones que están a la mano, las que combina creando agudos contrastes que son metáforas de paradojas sociales.
Una de las obras más fuertes que expondrá en el Museo de Arte Contemporáneo, del 24 de julio al 25 de septiembre, se llama La última cena y consiste en una mesa de cartón sobre la cual se desparraman restos de comida. "La obra cita el episodio bíblico, donde se comieron unas migajas de pan y un poco de vino. Era una cena pobre. Y lo imaginé en el siglo XXI. Yo he hecho este trabajo en distintos lugares, recogiendo restos de comidas de basureros en barrios pobres y ahora la voy a hacer en Santiago", cuenta. El trabajo pone, literalmente sobre la mesa, la injusta distribución de la riqueza y los alimentos, pero también puede leerse bajo una clave de sustentabilidad, en el sentido de reutilizar aquello que se desecha. "Tiene que ver con el concepto de decrecimiento, que en los años 60 ya estaban planteando algunos pensadores, pero que en ese momento fue considerado esotérica. Ya entonces se hablaba de la necesidad de parar la obsesión capitalista por la producción y el consumo, porque se advertía que el sistema iba a colapsar", explica el artista. De hecho, ese concepto también atraviesa su obra, que intenta sustraerse de las dinámicas del mercado, resultando amenazante dentro del mismo circuito del arte.
Here comes the rain again.
Investigador, reportero, comentarista social: cada trabajo de Jota Castro es producto de una obsesiva investigación, donde el artista recoge informaciones de los medios de comunicación y de análisis especializados. Pero siempre la obra está nutrida y energizada por su propia experiencia. Los problemas que trata no están allá fuera, no son algo que les suceda a "los otros" y que él denuncie desde sus "privilegios artísticos". Lejos de esa postura, bastante común en algunos de los artistas que ejercen la crítica política, Jota Castro se mete con asuntos que él padece en carne propia, lo que otorga a su obra una fuerte carga de honestidad emocional y desfachatez intelectual. Sus montajes, a pesar de ser densos en contenido, nunca resultan herméticos ni fríos. Son directos, apasionados, interpelan a un público masivo y heterogéneo y mezclan, con habilidad y gracia, la tragedia y el humor negro.
La obra Amazonas, donde construye especies de árboles forrados en papel higiénico, es un comentario sobre la indiferencia existente frente a la explotación de la selva. "Yo vengo de ese lugar y busqué la mejor manera de expresar la ignorancia y el abuso. Es como el papel higiénico: todos lo utilizan sin pensarlo. Solo se dan cuenta de que existe cuando se acabó".
Elocuente es la acción que realizó en 2005, en el Palais de Tokyo, quizás el lugar más relevante de arte contemporáneo en París. Bajo el título Discrimination Day, el artista convocó a 6 mil negros que residen en los suburbios de la capital francesa y, en el día de la apertura, instaló dos entradas diferenciadas al espacio: en una decía "blancos" y en la otra decía "otros". A los blancos se les exigía toda suerte de documentación para poder ingresar, mientras que los negros gozaban de acceso privilegiado. El trabajo surge de la experiencia de haber sido detenido por "sospecha" en un aeropuerto de Europa, debido a su apariencia tercermundista. "Como yo estaba muy triste, porque mi asistente se había suicidado recién, no atiné a hacer nada", cuenta. Tras ser liberado, sus amigos no podían creerlo, pues ya entonces Jota Castro había recibido mucho reconocimiento internacional y participado en las exposiciones y bienales más importantes del mundo. Por ello, pudo exhibir en un espacio tan importante, que le permitió hacer lo que quisiera. La obra en París, sin embargo, provocó gran molestia y el artista durante años tuvo que lidiar con muchas demandas judiciales de los blancos humillados, algunas de importantes autoridades del medio cultural francés. "Pero las he ganado todas", cuenta.
Here and now, jugaad.
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