En abril pasado se grabó el programa de reunión de Friends, donde los protagonistas de esta popular serie noventera volvieron a ponerse en la piel de sus personajes y a recordar momentos del programa. Entre lo más icónico, la actriz Lisa Kudrow –que interpretaba a Phoebe Buffay– llega al café Central Perk para interpretar la canción Smelly Cat. Cuando está cantando, aparece una persona que no tiene nada que ver con Friends, pero sí con el personaje de Phoebe: Lady Gaga. Kudrow y la cantante interpretan juntas Smelly Cat, apoyadas por un coro de música Gospel, y terminan muy emocionadas. Es ahí donde Lady Gaga le agradece a Lisa por haber dado vida a Phoebe, y a través de ella haberle regalado un espacio seguro a todos los niños y niñas que, en algún momento de su vida, se han sentido raros.

Si Phoebe logró eso en Lady Gaga, esta última lo logró conmigo. Muy alta, muy narigona, muy tímida, pero a la vez loca por las presentaciones, por el teatro y el drama en general. Por muchos años sentí que tenía que vivir escondiendo partes de mi personalidad y de mi cuerpo que podían no gustarle al resto, pero que no se iban a ir a ninguna parte. Temía incomodar con mi presencia, con mis opiniones y mis ideas, así que durante muchos años simplemente las callé.

Es divertido como funciona la mente humana, porque hoy veo fotos mías de aquellos tiempos y era una persona de lo más normal. Nadie me hacía sentir mal conmigo misma, yo sola me inventaba enemigos y exageraba problemas, justificándolo en mi “rareza”, que no era más que individualidad. Individualidad que todos y todas tenemos, pero que a algunos nos cuesta aceptar más que a otros.

En ese proceso estaba, y pasando por una etapa bien fome y enredada de depresión y medicamentos, cuando en plena época universitaria apareció Lady Gaga. Con su primer disco yo ya había caído rendida ante el talento, la creatividad y ¡el drama! Una mina evidentemente distinta, que no escondía sus rasgos ni sus emociones sino que las exageraba, las ponía sobre el escenario y triunfaba; no pese a ellas, sino que gracias a ellas. Empecé a ver que ser distinta no es un problema, es un mérito.

En febrero del 2011 aparece la canción Born this way, donde Lady Gaga lanzaba su manifiesto. Con su primer disco, The Fame, había mostrado quien era al mundo, pero con Born this way dejaba claro que nada era un accidente, que ella también se sentía distinta y quizás un poco alejada de los demás, pero que sabía que allá afuera habían muchos como ella. Y a los que la escuchamos nos hizo todo el sentido del mundo.

“No hay otra manera, porque yo nací así”, repetía una y otra vez, y nosotros repetíamos con ella. “No te escondas en el remordimiento, ámate y estás lista”, nos decía y vaya que nos hacía sentido. Ámate y estás lista. Qué básico, qué fácil, y a la vez quizás lo más difícil que nos toca hacer en esta vida. Amarnos tal y como somos. Y no porque de esa forma podremos amar a alguien más (¿será cierto eso?), sino que simplemente porque es importante amarnos a nosotros mismos antes que cualquier otra cosa.

Cuando vi a Lady Gaga en concierto, la única vez que vino a Chile, me sentí en casa. El Estadio Nacional estaba lleno de gente que se sentía como yo, a las que Born this way les había resonado de alguna forma u otra. Los que nos disfrazamos de tortuga ninja en las alianzas del colegio, los que nos rompimos el pie por hacer coreografías encerrados en la pieza, los que pensábamos que estábamos solos en este mundo. Para mi, Born this way es una canción que nos une a todas y todos, porque somos únicos, nos hemos sentido ajenos a ciertas situaciones que la sociedad nos hace sentir que debería ser la norma, y es importante que sepamos que dentro de nuestras individualidades estamos juntos. Porque nacimos así, baby.