Los problemas alimenticios y la dismorfia corporal afectan a millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, en la comunidad LGTBIQ+, estas experiencias adquieren una profundidad y complejidad que no podemos ignorar. En mi consulta como nutricionista, me encuentro frecuentemente con historias que reflejan estas vivencias. Para muchas personas, el cuerpo se convierte en un campo de batalla. Escuchar frases como: “Caro, el médico me dijo que tengo que bajar 5 kilos en un mes... Y, honestamente, prefiero que me insulten por ser trans antes que escuchar que estoy gorda”, me revela un dolor tan profundo, que es imposible no conmoverse.
Desde mi experiencia, las personas de la comunidad LGTBIQ+ enfrentan un riesgo elevado de desarrollar trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y dificultades con su autoimagen. He escuchado muchas historias personales de rechazo, discriminación y de una presión constante por encajar en una sociedad que castiga la diversidad en lugar de celebrarla. Si queremos entender esta realidad, necesitamos abordarla con una mirada crítica, compasiva y, sobre todo, dispuesta a escuchar.
En este camino, he tenido la oportunidad de trabajar con un equipo multidisciplinario especializado en TCA. Gracias a esto, conocí a personas como Paz Ariztía, psicóloga del CIDEM (Centro Interdisciplinario de las Mujeres), quien se ha dedicado a trabajar con la comunidad LGTBIQ+. En una de nuestras conversaciones, Paz me dijo algo que revela una realidad tangible: “Cada grupo enfrenta sus propios ideales, ya sean internos o impuestos por la sociedad. Si a eso le sumamos experiencias de trauma corporal, antecedentes de bullying o vivencias emocionales intensas, el riesgo de desarrollar un TCA se incrementa. En particular, las personas trans enfrentan factores emocionales y sociales adicionales que intensifican este riesgo”.
Esta incongruencia, esta lucha interna, puede generar un malestar profundo. Muchas personas trans recurren a dietas extremas o al ejercicio excesivo en su intento de alinear su apariencia con su identidad. Aunque estas prácticas pueden brindar un alivio temporal, terminan poniendo en riesgo su salud física y mental a largo plazo.
Corie, una persona trans no binaria de 20 años, compartió conmigo su historia y me permitió incluirla en esta columna: “Cuando comencé mi transito, me preocupaba muchísimo cómo me iban a percibir. Me daba un miedo terrible subir de peso, porque sentía que eso iba a acentuar mis caderas o mi busto, lo que me generaba una disforia inmensa. Además, sentía una culpa enorme por ser ‘así’. Al final, terminé restringiendo la comida como si fuera un castigo”. La experiencia de Corie no es única. Muchas personas de la comunidad enfrentan una lucha diaria por aceptarse en un contexto que les empuja constantemente a cumplir con estándares cisnormativos inalcanzables y dañinos.
Para las mujeres lesbianas, también existe una cosificación cultural que reduce sus relaciones a un objeto de deseo, en lugar de reconocerlas como auténticas. En una sociedad patriarcal, su autonomía se cuestiona constantemente, lo que contribuye a problemas de autoimagen, dismorfia corporal y presión de género.
Por otro lado, los hombres queer se enfrentan a las expectativas de la masculinidad hegemónica. Incluso cuando no encajan en estos rígidos estándares, muchos terminan reproduciéndolos. Dentro de la misma comunidad, aquellos que se acercan más a esta idea de masculinidad suelen ser más valorados. Esto genera una presión intensa por tener cuerpos musculosos y delgados, mientras que la gordura es vista como “femenina” o débil. Todo esto no hace más que reforzar un ciclo de autoexigencia y objetivación que aumenta el riesgo de desarrollar un TCA.
Y, finalmente, está la realidad de las personas no binarias, una de las áreas menos estudiadas y más complejas. Los conflictos con la autoimagen son comunes, y el uso de la alimentación y el ejercicio surge como un intento de alinear el cuerpo con su identidad. Las mujeres trans, en particular, enfrentan una vigilancia corporal extrema que las lleva a adoptar conductas perjudiciales para su salud con tal de cumplir con estándares de belleza femenina que ni siquiera son realistas para muchas mujeres cis.
En definitiva, el riesgo de desarrollar un TCA dentro de la comunidad LGTBIQ+ no es solo una estadística; es un reflejo de la lucha diaria por la autoaceptación en un mundo que constantemente les exige adaptarse a normas excluyentes. Como bien dice Paz Ariztía: “Necesitamos espacios de apoyo afirmativos y compasivos, especialmente ahora que peligra el financiamiento del Programa de Apoyo a la Identidad de Género (PAIG). La falta de opciones seguras y adecuadas empuja a muchas personas a recurrir a conductas peligrosas para modificar su cuerpo”.
No podemos seguir perpetuando los mismos estándares corporales en nombre de la “salud”. Hacerlo no solo prolonga el sufrimiento, sino que nos aleja de nuestro deber de ofrecer un bienestar integral, accesible y humano para todas y todos.
* Carolina es Nutricionista especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y autora del libro “Te lo digo porque te quiero: derribando estereotipos estéticos en salud”.