Puede que la pareja lave los platos, pero ¿quién se acuerda de que falta lavalozas? Puede que ambos hagan dormir a los hijos, pero ¿quién sabe que no hay pijamas limpios? Por mucho que la sociedad avance hacia una corresponsabilidad en las tareas domésticas, la labor de organizar, planificar y tomar decisiones en la administración de un hogar, la siguen asumiendo las mujeres. Así, algunas, a pesar de haber logrado que la ejecución de las tareas domésticas se reparta con sus parejas u otros miembros del hogar, siguen cargando con el excel mental de cuándo toca control con el médico, qué vacunas le faltan al perro, a qué hora es la reunión de apoderados, donde está el uniforme y qué se acabó en el refrigerador. “Todas esas pequeñas y grandes demandas domésticas empiezan a hacer presión en la ollita de mi cabeza y cuando ya no puedo más, exploto”, decía la psicóloga Andrea Puelma en una columna sobre maternidad y salud mental hace unos meses. “Exploto cuando siento tanto peso mental de temas administrativos de casa, porque me da rabia cargar con tanta información. Al final somos nosotras las que tenemos la lista mental de colegio, vacaciones, vacunas, colaciones, pediatras, y un sinfín de temas que en lo personal me agotan”. A eso le llaman “la carga mental”; una desigualdad invisible y difícil de abordar que silenciosamente va agotando y desgastando a las mujeres, aún cuando para afuera pareciera que todos aportan con las tareas del hogar.
La periodista Jimena Colombo también siente esa carga mental. Se sorprende revisando pendientes y organizando la semana mientras intenta quedarse dormida por la noche; hay que entrar la ropa, descongelar el pollo para el almuerzo, comprar pan, recoger la caca del perro del patio. “A pesar de que mi pareja colabora con algunas tareas de la casa cuando llega del trabajo, siento que él descansa en que yo le delegue. Es un avance respecto de los hombres ‘de antes’ que no ponían ni la mesa, pero todavía es insuficiente porque nosotras tenemos que pensar en todo. Qué almorzar al día siguiente y qué necesito para eso, qué necesitan los niños para el colegio, útiles, colaciones, ropa limpia, etc. En el caso de tareas y pruebas soy yo quien retiene esa información en la cabeza y está más atenta. Lo mismo con las horas médicas, mi pareja es parte, está al tanto de las vacunas, de las indicaciones del médico, pero a la hora de tener un niño enfermo, no tiene idea si hay o no medicamentos en la casa”. Jimena asume que, a diferencia de su marido, ella es más detallista y preocupada. “Tal vez si fuera más relajada, cómo mi pareja, no ocuparía tiempo en organizar los quehaceres, pero probablemente nuestras rutinas serían caóticas. A mí, por ejemplo, me preocupa que mis hijos coman saludable, no soy talibana, pero intento ser consciente de lo que comemos, y eso requiere organización. Él, resuelve con lo que hay, es una preocupación que no tiene. Cuando recibimos visitas, ya que vivimos fuera de Santiago, ese trabajo logístico se duplica porque me preocupa ser acogedora, tener ordenado, hacer camas extras, baños de invitados, comida especial, etc. Son cosas que él ni ha pensado, tal vez son detalles, pero todo va sumando. En ese diario vivir se evidencia mucho la carga mental que requiere organizar lo doméstico. Y no es que no tenga nada que hacer, tengo mis pegas, mis estudios.”
Carolina Peyrín Bravo, Directora de Consultorías de Género de ComunidadMujer, señala que para poder avanzar en el desafío que significa lograr una verdadera corresponsabilidad y repartición justa de las labores domésticas y de cuidado, lo primero es reconocer el trabajo mental, algo difícil al no tener estadísticas. Si bien en Chile, a diferencia de otros países, no se han identificado mediciones específicas sobre la carga mental que afecta a las mujeres, para Carolina sí existen antecedentes directamente relacionados que pueden dar luces sobre el tema. Un estudio reciente de Deloitte, por ejemplo, indica las complejidades que trae el trabajo híbrido para las mujeres, en cuanto a que las 24 horas del día resultan insuficientes para responder a las demandas profesionales, a los cuidados familiares y la carga doméstica. “Esto conlleva a que ellas se sientan agotadas y con menor bienestar social, mental y físico”, dice Carolina. Por su parte, datos aportados por el “Termómetro de la salud mental en Chile” (ACHS-UC, 2022) indican una mayor proporción de mujeres que de hombres con “sospecha de presencia de problema de salud mental”, algo concordante con el mayor porcentaje que representan las enfermedades profesionales de salud mental en las mujeres respecto de los hombres (Superintendencia de Seguridad Social, 2020). También la doble presencia es un dato que da información al respecto, que se refiere a la tensión de tener que atender simultáneamente a demandas del puesto de trabajo y del ámbito doméstico y de cuidados, representa un riesgo psicosocial en el trabajo reconocido mayormente por las mujeres en las mediciones aplicadas por la SUSESO. “La sobrecarga y el esfuerzo constante que implica para las mujeres estar a cargo en mayor proporción no solo de la ejecución, sino del “nivel ejecutivo” (mental) de las tareas necesarias para la mantención del hogar, sus integrantes y del cuidado de personas dependientes -como son planificar, prever, organizar, diseñar soluciones, coordinar, entre otras- influye en que ellas sean más afectadas por la “pobreza de tiempo”. Que tengan jornadas diarias que no garantizan tiempos mínimos para dormir o para el necesario tiempo de ocio. Si a ello sumamos la falta de posibilidades de destinar tiempo al desarrollo profesional, tenemos, como evidencian las mediciones señaladas anteriormente, que la carga mental afecta la calidad de vida, la salud mental y física, la disposición a tomar oportunidades de estudios, de optar a cargos de mayor responsabilidad y jerarquía”, enfatiza Carolina.
¿Qué podemos hacer las mujeres en términos prácticos para empezar a delegar y repartir la responsabilidad mental?
“Es importante entender que la carga mental deriva de una construcción cultural que sitúa a las mujeres como las principales responsables de las tareas del hogar y de cuidado, mientras que el rol de los hombres es el de “ayudar”. Hacerse consciente de esta situación es un primer paso para la redistribución de estas labores, de manera corresponsable entre mujeres y hombres. Muchas veces ellas mismas no son conscientes de su carga mental, como también de la exigencia y auto expectativa de cumplir bien en todos los niveles y en todos los roles. En este sentido, es importante promover la auto reflexión individual y colectiva para cuestionar estos paradigmas, soltar la culpa y empoderarnos. Algo que no sólo deben realizar las mujeres, sino que también deben practicar los hombres para ser más activos en el cuidado del hogar y de otras personas. Para avanzar en este desafío, además, es necesario implementar acciones y políticas en distintos ámbitos. Necesitamos acelerar un cambio de patrones que permeen la cultura laboral, así como la cultura familiar. Esto significa romper con la tradicional división sexual del trabajo que, hasta ahora, nos decía que las mujeres somos las responsables principales del funcionamiento doméstico y de los cuidados familiares, mientras que los hombres están desprovistos de estas responsabilidades o las tienen en menor medida. Para esto, es fundamental contar con una educación libre de estereotipos y sesgos de género. Y, por supuesto, son necesarios cambios legislativos que avancen hacia una ampliación y equiparación de los derechos parentales entre mujeres y hombres. Pero lo primero es reconocer las labores no remuneradas que se realizan al interior del hogar, lo que requiere medirse, porque lo que no se mide no existe. Por lo tanto, sería un gran aporte contar con mediciones y estadísticas específicas sobre la carga mental.