Crecí en un departamento chico, en un segundo piso, en unos block: eran dos edificios de cuatro pisos, enfrentados, de esos que tienen los pasillos abiertos al aire libre. Al medio había un patio y un estacionamiento, y a un costado estaban esas casitas en las que se guardaban los balones de gas. Estaba a seis cuadras de la Gran Avenida, en Primera Avenida con José Joaquín Prieto. Al frente, cruzando la Panamericana, está el Museo a Cielo Abierto, y hay muchos más edificios como el mío.
Mi block era como una familia grande, había cinco departamento por piso y vivíamos súper pegados todos. Cuando llegaba alguien nuevo era todo un evento. Para la Navidad un vecino se disfrazaba de Viejito Pascuero y se armaba una fiesta navideña en el edificio. No comíamos juntos, pero nos daban unos regalos y pintaban unas ampolletas de rojo y las colgaban en un cordel de un edificio al otro. Después, para Año Nuevo con mis papás y mis hermanos íbamos casa por casa, por todo el edificio, saludando a los vecinos. Recuerdo que esas fueron mis primeras curaderas, porque en todas las casas te ofrecían un copete: cola de mono o champaña con helado.
Mi departamento tenía tres piezas, una para papás y dos para hijos. Nosotros éramos cuatro hermanos y vivíamos todos apretados. Encima, mis papás trabajaban mucho, así que teníamos una nana que vivía con nosotros porque era del sur, y dormía con mi hermana y conmigo. Yo pasaba mucho tiempo afuera de mi casa, en la escalera. Cuando chica era como los gatos: quería entrar y salir sin parar, y mi nana se aburría de abrirme la puerta y me dejaba afuera. Ahí jugaba con los vecinos de mi edificio o los de al frente. Afuera había una perrita chiquitita, peluda, un poco parecida al perro de Lipigas, y con mi hermana nos encariñamos con ella. Al principio mis papás no la querían, porque mi mamá pensaba que iba a ensuciar todo, pero después nos dejó tenerla. Le pusimos Samy.
Tenía una amiga con la que jugábamos a las barbies en el pasillo, y a veces jugábamos a la escondidas con todos los niños del edificio. También le tocábamos el timbre a una señora a la que todos le teníamos mala. La Rosa Salvaje le decían, porque se llamaba Rosa, señora Rosa, y era súper mañosa. Cuando jugábamos y corríamos por afuera nos salía a retar. Me acuerdo que un día tiró agua caliente afuera de su puerta para que nadie la molestara. Era la típica señora que va a acusarte con tus papás.
A veces mis amigos entraban a sus casas, pero yo generalmente seguía afuera, esperando a que llegara mi mamá. Y cuando lo hacía a veces escuchaba a mis vecinos. Me acuerdo que en el departamento de abajo se escuchaban gritos y platos rotos, de una pareja que peleaba. Todo el ambiente era un poco precario. A mi mamá le robaron la radio del auto como cuatro veces. Comprábamos Coca-Cola y la hacíamos rendir con agua. En esa época hubo crisis económicas y había protestas. También había apagones para el once de septiembre. Recuerdo haber visto por la ventana toda la calle llena de velas, en fila.
Las compras del mes se hacían en el Unimarc de Departamental con Gran Avenida. Había una casetería en esa parte del supermercado donde ahora ponen farmacias. Vendían lo que estaba de moda: Red Hot Chili Peppers, Nirvana, todo muy de los noventa. Pop anglo. Una vez, cuando éramos chicas, mi hermana dijo que se había encontrado plata botada en ese camino. Con esa plata fuimos a comprar casetes. Ahí ella me compró el Nevermind de Nirvana.
Cuando chica escuchaba mucha radio en mi pieza. No tenía Internet, y me acuerdo haberme hecho la enferma para no ir al colegio y grabar un especial de Sonic Youth, de esos que daban en la Rock and Pop como a las doce del día. Siempre veía al Pogo, de Los peores de Chile, caminando cerca de mi casa, y yo sabía quién era porque me quedaba despierta como hasta las dos de la mañana esperando el programa de música que hacía Rolando Ramos en el canal 4. Más grande una amiga del colegio, que tenía un hermano mayor que era amigo de Dj Raff, me contó que el Pogo también vivía en San Miguel.
Cerca de mi casa no había ningún kiosco, pero cuando andaba en el centro con mis papás compraba cancioneros de esos que vienen con todos los acordes malos y biografías de los artistas. En esa casa también empecé a grabar casetes: me grababa con una radio tocando algo y después me grababa encima de otro caset, como un pista a pista. Quedaban unas grabaciones llenas de aire.
Viví en este departamento hasta los 15 años. Después nos fuimos a una casa muy cerca, como a cinco cuadras. Nos llevamos a la Samy y se quedó con nosotros hasta que murió.
Daniela Saldías tiene 36 años y es profesora de inglés. También hace música bajo el nombre Dadalú.