Todos los viernes a las diez de la noche Federico Sánchez dispara su energía por los rayos catódicos y nos impacta, directo en la retina, a través del programa City Tour, en el canal de cable 13c. La pantalla lo muestra con su look de excéntrico full design, recorriendo lugares de Santiago. Sanchez se ríe, se mueve, se enfoca y se desenfoca, mientras conversa animadamente con un interlocutor en off, que es su amigo Marcelo Comparini. Se trata de dos tipos y una cámara que vacilan a la ciudad, algo que Sánchez denomina "la antitelevisión". Eso basta para que uno descubra un Santiago que no había visto antes. Es como mirar desde los ojos curiosos de un gozador experto como Sánchez y acompañar la experiencia con la banda sonora de sus comentarios, en los que se mezcla, en dosis precisa, la erudición y la risa. Pero lo suyo no tiene nada que ver con la ironía agresiva de un programa como CQC. Cuando Sánchez se ríe de un edificio kitsch o de las casas tipo fantasilandia que florecen en La Dehesa, lo hace con un desenfado dulce y agudo, poco frecuente en televisión.
Fuera y dentro de la pantalla, Federico Sánchez despliega un entusiasmo extragaláctico. No sólo le encanta su trabajo sino que, además, se declara el más feliz de los maridos. Casado hace 15 años con Ximena Torres (directora académica de la Fundación Astoreca), tiene dos hijos hombres, de 7 y 10 años, y dice que su mujer –clásica y rigurosa– es quien le ordenó la vida. De hecho, su vida funciona como reloj, aunque reconoce: "Yo no retengo nada, absolutamente nada". Claudia, su secretaria de la Universidad Diego Portales, es su agenda viva y eficiente disco duro, a quien llama cada cinco minutos para que registre cualquier nueva información que llega a su cabeza y encienda la alarma que le recuerda sus múltiples compromisos.
En su casa –un edificio antiguo en Providencia– Sánchez reúne todas sus pasiones. En el segundo piso está la familia y en el tercero su empresa personal, Ídem, que se dedica al diseño estratégico. Ahí mismo, en medio de la oficina, tiene una sala de juegos con una colección de autitos de marca, dvds, una pista de scalectrix y un desorden ordenado en el que se divierten sus hijos y las personas que trabajan para él, la mayoría ex alumnos suyos de Diseño.
A mediodía, su auto pequeño y ultra contemporáneo, como él, estaciona en la calle República. Además de ser director de la Escuela de Diseño de la UDP, allí dirige el Taller Vertical Integrado, un invento que combina arquitectura, diseño industrial, diseño gráfico y arte. En él, alumnos de distintas carreras trabajan en equipos multidisciplinarios. "A mí me interesa construir el perfil de un personaje que no es arquitecto", explica. "Me siento más como un diseñador, alguien que mira desde múltiples disciplinas. Creo que el cruce disciplinario es clave, de él surge la innovación. No me resultan los límites y eso es lo que me interesa transmitir en las clases".
¿Y cómo llegan tus alumnos?
Aterrados. Tengo fama de ser un personaje terrible.
¿Por qué?
Porque soy súper exigente. Soy como un entrenador deportivo. Yo les hago sentir que cuentan conmigo, pero les digo: "Compadre, aquí usted me deja el alma. Si usted no se vuelve loco, si no me deja los zapatos, se va".
La imagen es todo
Federico Sánchez siempre anda de traje y corbata. Lleva una melena canosa que cae sobre su cara de niño viejo y unos lentes ópticos de marcos grandes. Varias veces le han dicho que se parece a Andy Warhol y a los monos de playmobil. El bastón en que se apoya al caminar termina de cerrar la singularidad de su facha. Es la consecuencia de un accidente que tuvo hace dos años, cuando estaba probando una moto y se le cayó encima. Literalmente, se hizo añicos el pie izquierdo, tuvieron que armárselo de nuevo y quedó con esa cojera que lleva con admirable estilo.
Yo pensaba que el bastón era un suplemento estético…
No pues. Yo soy cojo profesional, no cojo amateur.
¿Nunca te sacas la corbata?
No. Es que me encanta. Como no usé corbata en el colegio, no estoy traumado. Al contrario, me parece un accesorio maravilloso.
¿Y los fines de semana?
Ahí varío un poco, me pongo unos pantalones de patchwork y unas chaquetas escocesas que parecen del Tony Caluga.
¿Siempre has sido tan metido en onda con la ropa?
Sí, la historia del vestuario me alucina y me gusta vestirme. Pero he cambiado de estilo. Antes era hippie, pura lana. Mi vida cambió cuando vi La ley de la calle, de Coppola. Apenas salí del cine fui a cortarme el pelo.
Lo visual mueve la vida.
Absolutamente. Para mí todo está en la superficie. La esencia de las cosas no es un cuesco oculto, sino que está en la superficie completa. La historia del diseño es la historia de la superficie con potencial comunicante.
Dame un ejemplo de cómo la superficie determina al contenido.
Los carabineros. ¿Qué es un carabinero? Es el poder de la superficie. Y está tan claro que difícilmente puedes encontrar un defecto en la superficie de un carabinero. Es decir, en la superficie está su poder.
Tú has experimentado con el look, pero nunca adquiriste facha de intelectual….
No, qué lata, a mí no me gusta la figura social del intelectual, la encuentro demasiado fome.
¿Y a ti los intelectuales te encuentran muy chacotero?
Claro, y los chacoteros me encuentran muy intelectual. Soy como una culebra con orejas, como una gallina con labios, no se sabe lo que soy.
A lo mejor saliste del laboratorio de Frankenstein…
Muy probablemente.
Pero por otro lado eres súper mateo…
Me gusta mucho leer y llevo mis ideas hasta el final. Puedo llegar a ser un fanático terrible. Pero es un fanatismo emocional, más que intelectual.
¿Por dónde pasa tu fanatismo?
En el tema de la arquitectura y el diseño es súper loco, porque yo insisto en que tienen reglas y que hay una obligación ética de cumplirlas.
¿Y eso qué tiene de loco?
Para los demás es loco, porque no es lo que pasa hoy en día. Ahora todo es posible. El cliente quiere hacerse una casa georgian y decorarla estilo victoriano y está bien. Falta un profesional competente, con autoridad, que lo oriente.
Y desde tu fanatismo, ¿piensas que los arquitectos que hacen casas georgian deberían irse presos?
No sé si presos, pero tendrían que ser sancionados de alguna manera. Un arquitecto que no respeta profundamente la relación con su contexto tecno histórico no merece ser arquitecto. Porque el diseño está definido por su tiempo y por su tecnología y esa determinación es fundamental. Una casa georgian puede ser maravillosa en su contexto. Fuera de su contexto, es falsa, un disfraz. Y eso no lo acepto.
Todo va a colapsar
Santiago está lleno de chiches que no tienen pie ni cabeza…
Porque está lleno de arquitectos incompetentes. Se supone que son profesionales, no pueden hacer cualquier cosa que les pidan. Tú cuando vas al dentista no le dices qué hacer, le dices dónde te duele y él, que es el especialista, te dice qué va a hacer.
Quizás el arquitecto no tiene tanta autoridad social…
Ése es el problema, los arquitectos no están suficientemente legitimados en Chile. No soporto esa vaguedad del trato entre el cliente y el arquitecto, que responde a un encargo. La arquitectura está supeditada al mercado, donde el cliente define lo que quiere y yo soy un simple hacedor. ¡Ni a tarros! Hay un descalce feroz entre el poder del mercado y el poder del conocimiento y eso produce monstruos y aberraciones.
¿Cuál es la expresión máxima de esta aberración?
En general hay una proliferación de la casa georgian, de la neochilensis con tejas coloniales y de la neofrancesa. Son casas aspiracionales, falsas. Uno tiene mucha claridad para distinguir cuándo alguien anda vestido y cuándo anda disfrazado. A una persona puede gustarle mucho la ropa de Los Tres Mosqueteros y se la pone para una fiesta de disfraces, pero no va vestido así al trabajo. Sin embargo, cuando tiene que optar por una casa para vivir, opta por la casa de Los Tres Mosqueteros. Eso es lo que está pasando.
Son casas como de fantasilandia…
Totalmente. Hay muchas casas nuevas que mezclan estilos y que hemos mostrado en City Tour. Por ejemplo, hay una en La Dehesa que, en el buen sentido de la palabra, es un monstruo. Le lleva de un cuanto hay: un tímpano, una semipirámide, unas columnas raras y todo con vidrios oscuros de aluminio negro y ventanas de madera. Mezcla lo neoclásico, la arquitectura moderna, la arquitectura francesa, algo de grecorromano antiguo… Es chistosísima.
¿Qué otra aberración puedes mencionar?
Por ejemplo, en las comunas rurales, cuando hacen un paradero de micro inmediatamente recurren a la imagen de la casa patronal chilena, donde el paradero de micro tiene un techito de tejas y un pilarcito con una base de piedra canteada. ¡Lo único que le falta al paradero es un cántaro de greda y una rueda de carreta! Eso lo encuentro extraordinario, es para desternillarse de risa.
¿Y piensas que eso es lo que predomina en Santiago?
No, para nada. Me interesa que se hable del tema, justamente porque soy hincha de esta ciudad. Santiago es una ciudad maravillosa. Si tuviera que elegir un lugar dónde vivir, Santiago sería una opción en primera línea. Me parece una ciudad súper vivible, independiente de los errores que se han cometido. Providencia, por ejemplo, ha sido súper castigado, pero todavía es un lugar muy interesante.
¿En qué barrios está la mejor arquitectura?
El centro de Santiago, en general, tiene muy buena arquitectura neoclásica y modernista. Lo que se hizo con Apoquindo, desde El Bosque hasta Alcántara, es interesante. El edificio del Consorcio es un edificio potente, maravilloso, una propuesta compleja. También encuentro extraordinario el edificio de la Cepal y, en general, el equipamiento urbano de la comuna de Vitacura. Eso es muy bueno, en cualquier ciudad del mundo.
¿Qué arquitectos chilenos destacas?
Aprecio el trabajo de Sergio Larraín García-Moreno, también de Ricardo Larraín Bravo, pero de los jóvenes pienso que el más power es Mathias Klotz. Va a sonar muy de cerca, porque yo trabajo con él, pero de verdad pienso que su obra es absolutamente consistente con el contexto tecnológico e histórico. A nivel internacional está considerado dentro de los top ten y lo que se ha valorado es la calidad de su obra, no la cantidad. De hecho se ganó una tremenda posición internacional teniendo poca obra, pero muy fuerte.
¿Volviendo a la ciudad, compartes la crítica de que Santiago tiene poca vida de calle?
Ésa es una autoimposición de los santiaguinos, porque hay muchos lugares donde se hace vida urbana. En el centro, en Lastarria, en el barrio Universitario hay mucha calle. Pero si hablamos de La Dehesa, ahí no. La Dehesa es la anticiudad.
¿Y qué es Colón con Manquehue?
Eso es un cuásar, un hoyo negro.
Ahí vivo yo, en el cuásar.
Es un lugar que no tiene imagen. No existe.
O sea, ¿ yo no existo?
Claro que existes. Y eso es lo insólito. Lo que pasa es que la vida de ahora está dada para existir en no-lugares. Las casas son refugios donde la gente pasa la noche. Estamos viviendo en una sociedad de neotrashumantes. Si bien tenemos una sede, un lugar donde volver, nuestro ciclo está fuera de esa sede. En rigor, estamos sin lugar.
¿Qué ganamos y qué perdemos al ser trashumantes?
Nos trasformamos en personas desarraigadas, que llevamos con nosotros todo lo que necesitamos: el teléfono, el ipod. Somos nómadas. Y eso genera una tensión. Uno está desdoblado, porque sigue teniendo la cabeza en la casa. Pero esto tiene su lado atractivo, porque te impone una dinámica en la que uno tiene que convivir con otros, con gente que ni siquiera sabemos quiénes son. Uno arma redes de relaciones de información, es como si estuviéramos en una película.
¿Y la arquitectura se hace cargo de esa realidad social?
No, para nada. Aún hay un anacronismo en los arquitectos. Siguen pensando en una casa para esos tiempos en donde uno tomaba desayuno, almorzaba y dormía siesta. Hay que repensar esa dinámica. A estas alturas, la casa propia satisface una necesidad de ser, "para ser, necesito tener casa", pero ya no satisface una necesidad práctica. La casa es una especie de accesorio grande e inmóvil, con el que uno carga en su cabeza. Es una casa mental, sobre todo.
Si fueras ministro de Planificación, ¿qué harías en Santiago?
Incentivaría que la gente viva en el centro, porque ahí está el genoma urbano, y dejaría de promover el sueño del suburbio, que es mefistofélico. No sólo está destruyendo la ciudad, sino la idea misma de ciudad, que es la máxima expresión de lo social.
¿Qué es lo menos te gusta de Santiago?
Una de las cosas que encuentro deplorable es la Costanera Norte, porque transformó la ciudad en un bien de consumo, cuando la ciudad debiera ser el paradigma de la democracia: de todos, para todos y por todos. La Norte Sur era mía, la Kennedy era mía, y ahora pago por usarla y ni siquiera tengo participación en el negocio. Es casi apropiación indebida. Falta que uno salga de su casa a la vereda y tenga que pagar 300 pesos.
¿Qué lugar de Santiago ves al borde del colapso?
Todo va a colapsar. Eso es lo entretenido.