Este proceso ha sido largo, no sé cuánto ha durado, pero al menos yo lo siento como un viaje eterno, entre montañas, mares, infiernos y paraísos.
Mi matrimonio fue una relación de varios años. Los primeros muy felices, pero con la llegada de la maternidad todo cambió rotundamente. Sentí desde un principio como mi marido dejó de ser partícipe de la dinámica familiar. Lo que llevó a que, al cabo de un tiempo, me enamorara de otra persona.
Salir de ese matrimonio no fue fácil, no fue rápido y una vez que lo logré, comenzó el abuso post separación. Durante el último año de matrimonio yo ya había bajado más de 20 kilos y no lograba estar despierta ni dormir, hundida en una profunda depresión. Me había enfermado tanto física como mentalmente y necesitaba mejorar. Por eso es que decidí estar sola. Pensé que no iba a sanar si no me enfocaba sólo en mí y en mi hija. Así que decidí terminar con la otra persona al cabo de unos pocos meses.
Durante más de dos años las promesas y las palabras vacías de mi ex marido eran diarias. Finalmente nos encontramos en tribunales por causas de cuidado personal y pensión de alimentos. Lo más duro fue darme cuenta de que al separarme de mi ex marido emocionalmente, me separaba del apoyo económico y de cuidados (aunque la Ley diga lo contrario). Por suerte conté con el apoyo y cuidado de mi mamá, sin ella no sé si lo hubiese logrado.
Con el paso del tiempo comencé una terapia. Pieza clave en esta historia. Con mi psicóloga logramos poner cada cosa en su lugar, identificar patrones negativos, reencontrarme con la maternidad desde lo positivo, lo dulce y desafiante. No desde la pena y la injusticia que fue lo que me pasó en un principio. Comenzamos a trabajar y potenciar tanto habilidades como talentos que estaban dentro de mí, a tener esas conversaciones incómodas que te hacen reflexionar, asumir y decidir. Nunca falté a terapia, el compromiso no era solo conmigo, sino que también con mi hija, quien merecía mi mejor versión.
Durante este proceso, el tener a cargo la crianza y la economía sin apoyo del padre me tuvo sumergida en un sentimiento profundo de injusticia y culpa por haber escogido un hombre como él, decía frecuentemente en mi cabeza perdona hija, merecías mucho más. Pero mi terapeuta me hizo ver que nada de eso era mi culpa. Nunca olvidaré el día que me dijo: “Amapola son dos personas adultas y tú sólo puedes hacerte responsable de tus actos. De los de él no eres responsable. Es su decisión”.
Fue la frase que necesitaba para despegar. Comencé a conversar con personas cercanas sobre el tema. Sentí que tenía que compartir mi experiencia. Comencé a hacerlo por redes sociales, abrí la cuenta @madressuperpoderosas: un lugar de encuentro donde hablamos de diferentes materias en torno a cómo proteger a los niños y resguardarnos legalmente como madres cuidadoras.
Desde entonces, y a diario, leo decenas de historias. Es curioso cómo el patrón se va repitiendo, como el machismo y el patriarcado se ven reflejados en cada historia. Cómo el egoísmo parece ser el centro de todo y cómo el despecho de esos padres puede ser el gatillante de tanto dolor.
Creo que necesitamos tejer una red de mujeres en todo Chile para escucharnos, contenernos y ayudarnos. Para mí ha sido fundamental el contacto con otras, el compartir experiencias, el acompañamiento que nos damos. El proceso de reconstrucción después de una experiencia como ésta no es sencillo, pero se puede.
Ser madre implica un nivel de compromiso y fuerza con nuestros hijos. Necesitamos tener el espacio para criar, cuidar y amar en tranquilidad.