Alejandra y Nico llevaban 8 años juntos cuando tuvieron a su primer hijo. Se habían conocido en un matrimonio, por unos amigos en común, y desde ese día no se separaron más. Se fueron afiatando en una relación estable, romántica y de mucha complicidad. Pasaban las noches jugando scrabble y tomando vino, cocinaban, iban al cine, paseaban por los parques; se daban el tiempo para estar juntos. Durante sus años de pololeo muchas veces fantasearon con tener un hijo o una hija, incluso jugaban a ponerle nombre; tenían la seguridad de que el amor y la buena comunicación entre ellos sería una base sólida para criar a otro. Por eso, luego de ocho años, planificaron el embarazo y esperaron con ansias la llegada de su primer hijo. Pero ese cambio en sus vidas, si bien los llenó de alegría, trajo consigo un terremoto para la relación que nunca esperaron. “Fue uno de los desafíos centrales de mi puerperio”, dice Alejandra. “Si bien éramos una pareja que desde lo romántico funcionaba muy bien, aprender a ser mamá y papá fue bien complejo. Discutir, ponernos de acuerdo, negociar respecto a la crianza, tolerar las maneras distintas del otro. Nadie nos había preparado para esa nueva realidad”. El poco tiempo y la falta de sueño terminaron provocando tensiones y desencuentros entre ellos que llevaron a la relación al borde del colapso y los obligó a tener que reconfigurarse como pareja.
Alejandra y Nico son una de las 17 parejas que la doctora en psicoterapia y terapeuta familiar Francisca Pérez, junto a un equipo de profesionales, han estado siguiendo desde 2019 en su proceso de embarazo, puerperio y primer año de vida del bebé. El objetivo: levantar el primer estudio sobre la construcción de la coparentalidad en las parejas de padres primerizos en Chile. En términos simples, buscan saber cómo una pareja logra coordinarse en las tareas de crianza diaria y qué repercusiones tienen esas nuevas dinámicas entre ellos. “La etapa entre el embarazo y el posparto del primer hijo, se sabe, es una etapa que constituye una crisis normativa en la vida de las personas. Junto con la expectativa y la alegría que puede acompañar todo este momento del nacimiento del primer hijo o hija, también existe una etapa de muchos desafíos y descoordinación. En algunos casos es muy demandante, de hecho, es una etapa en la que habitualmente ocurren muchos divorcios”, dice Francisca.
¿Cuáles son las principales tensiones a las cuales se ven enfrentadas las parejas cuando se convierten en madres y padres?
En la mayoría de las parejas hay un discurso bastante teñido por mandatos de género más bien tradicionales. Todavía está instalada la idea de que las mujeres son las expertas en crianza, ya que sabrían natural e instintivamente cómo ser mamás, pero eso en la práctica no es real. Esto también está promovido porque son ellas las que tienen posnatal. Por eso, la distribución de tareas tiende a seguir esta lógica tradicional, donde las mujeres son las principales a cargo del cuidado y de lo doméstico. Los hombres están más enfocados en el trabajo y apoyan, acompañan y ayudan desde un rol más secundario. Esto significa que ellas, después de un rato, se empiezan a incomodar, porque empiezan a sentir que están más sobrecargadas. Esperan que ellos ojalá tomaran más la iniciativa, que se les ocurrieran más cosas. Dicen “bueno, en realidad si yo le digo lo hace, el problema es que no se le ocurre”.
Ellas se llevan la carga mental…
Es que va más allá de la carga mental. Por ejemplo, son ellas las que se despiertan en la noche, porque ellos tienen que trabajar al día siguiente. Ellas mismas no visibilizan que los cuidados y lo doméstico también son un trabajo, porque se no se valora el trabajo no remunerado. Las mujeres tampoco quieren molestar durante la jornada laboral a sus parejas, porque ponen mucho valor ahí, cuidan el trabajo de sus maridos, y eso se entiende igual ahora por la crisis misma de la pandemia; está la sensación de que hay que cuidar aún más la pega. Pero inevitablemente esto empieza a generar que estén más cansadas, más irritables, que haya más malestar, desgaste y roce al interior de la pareja. Tenemos relatos de parejas que dicen “nosotros siempre nos llevamos bien, nunca habíamos peleado” y ahora están al borde del colapso, por cualquier cosa chica estallan, viven al límite. Tienen, además, esta sensación de que no están dando abasto, están reventados, una sensación como de mucho agobio, estrés y eso tensa evidentemente la relación de pareja y también tiene un impacto finalmente en la relación con los hijos.
¿Qué herramientas tienen disponibles las parejas para lograr subsanar esas tensiones?
La medida que de alguna manera viene a “rescatar” a estas parejas es abrir e incorporar a terceros. La red de apoyo es clave, sobre todo para ellas, porque en el caso de las parejas más tradicionales, ellas tienen unas creencias de género que les impide exigir mayor corresponsabilidad, entonces poder contar con otras mujeres, abuelas, nanas, hermanas, se hace vital.
¿Cómo lo llevan las parejas donde efectivamente existe una distribución más o menos equitativa de tareas?
En las parejas más equitativas se maneja mucho mejor la tensión porque, si bien están agotados, tienen la sensación es que están los dos agotados. Esa sensación de justicia ayuda a que se tense menos la relación de pareja, están menos incómodas. La mayoría hace un sistema de turnos, eso les permite hacer una pausa y recuperarse un poquito. Pero te diría que en el estudio estas son las mínimas. Suceden porque, en esos casos, ellas valoran mucho su trabajo, entonces exigen una distribución mucho más equitativa en el cuidado doméstico. Pero para que esta conciliación realmente resulte, también se vuelve clave la tercerización, contar con otra persona, ya sea la familia, una nana o la sala cuna. La red de apoyo facilita y permite efectivamente que la conciliación sea posible.
La investigación se vio cruzada por las crisis sociales y sanitarias de los últimos años. Entre otras cosas, las limitaciones de movilidad y el teletrabajo han permitido una mayor presencia de los padres ¿Qué significa para la pareja que los hombres estén en la casa durante el periodo de gestación y primer año de vida de sus hijos?
Esta crisis sanitaria ha permitido de forma inédita que los papás pasen tiempo en la casa, como nunca antes había pasado. Esto ha significado una tremenda oportunidad para ellos de involucrarse. En el estudio, durante el periodo de embarazo, ellos decían tener mucho anhelo de poder participar, de poder involucrarse, de poder establecer un vínculo afectivo con sus hijos. Pero ya hemos sabido por otros estudios que, si bien los hombres tienen este anhelo, en la práctica es muy difícil llevarla a cabo, porque el trabajo y la jornada laboral impide la participación cotidiana. Pero la cuarentena permitió que estén todo el tiempo en casa, y eso tiene un impacto súper importante en lo que es la dinámica de pareja. Ellos están por primera vez inmersos en lo que implica hacer vida doméstica, empiezan a valorar ese cuidado. Y salen frases textuales donde dicen que nunca imaginaron que era tanto trabajo cuidar a un niño. Se visibilizan los cuidados y los hombres empiezan a valorar mucho más lo que implica esta pega. Se hicieron mucho más conscientes, por ejemplo, de que los primeros meses eran mucho más pesados para la mujer, a propósito de la lactancia, y de ahí también tratan de compensar. Por ejemplo, algunos se levantaban más temprano en la mañana para que las mujeres pudieran dormir un poco más, a propósito de que les había tocado una noche donde habían tenido que seguir amamantando.
¿Cómo se han vivido estas mujeres la presencia de sus parejas en la casa?
Ellas en general dicen sentirse súper apoyadas por ellos, significa para ellas de manera muy positiva estar acompañadas. Muchas decían que era muy bonito, habían frases como “yo he podido ser mejor mamá porque él ha estado acá conmigo”. De hecho, había mujeres que decían: sí, esto es demasiado difícil, es demasiado pesado, pero si la cancha no estuviera pareja entre nosotros, sería mucho más difícil aún. En el fondo, el sentir que la distribución es justa, es un factor totalmente protector para lo que pasa a nivel de pareja y para lo que pasa con la guaguita también.
“Hoy en día nos sentimos muchos más firmes” dice Alejandra, a meses de terminar su participación para este estudio. “Ha sido un desafío, pero un aprendizaje permanente, si uno logra sacarle la vuelta”. Con Nico ya no juegan scrabble, con suerte logran ver medio capítulo de una serie antes de caer rendidos, y cocinar ya no es un panorama entretenido, solo resuelve qué comer. Los pocos momentos juntos los consiguen a punta de calendario. Es así también como lograron bajar la tensión entre ellos y dejar de discutir: sosteniendo una distribución equitativa y organizada de tareas, hecha casi con un excel, y por supuesto pidiendo ayuda. A dos años desde el comienzo de la investigación, con un estallido social y una pandemia de por medio, y tras pasar meses junto a su pareja organizando horarios y redes de apoyo, hoy Alejandra define la relación entre ambos como un amor nuevo, más profundo, de mayor comprensión y tolerancia. Entre sus conclusiones, pone el foco no solo en el trabajo necesario que hay que hacer como pareja para sobrellevar el tránsito a la coparentalidad, sino en la responsabilidad social y las falencias en cuanto a políticas públicas que hacen falta para que esta sea realmente posible. “Hay que tener una visión comunitaria a nivel más macro de cuánta ayuda necesita una pareja para poder sostener un momento difícil, es muy injusto que la responsabilidad quede solamente en nosotros…El primer hijo y el primer postparto es un período de mucha vulnerabilidad, pero en la medida en que hayan otros que nos sostengan desde la flexibilidad en los trabajos, un postnatal parental exclusivo, más redes de apoyo y acceso a la salud mental, creo que también va a ser más fácil para la pareja poder hacer ese tránsito”.