Paula 1163. Sábado 20 de diciembre de 2014.

Está acostado en un sillón de cuero, leyendo.

–¿Quieres sentarte? Aquí hay un sillón blanco y aquí uno negro: elige. Elijo el blanco, por si acaso. Su mujer, Alejandra Lastra, se sienta al frente, en el negro.

Ella dice que las respuestas (pidió que enviara preguntas previamente) están todas en unas hojas que imprimió, que no pregunte más. Pero Manns se entusiasma y abre su corazón frente al Club de Yates de Higuerillas donde está este departamento que en realidad son dos: una mansión frente al mar comprada al contado.

Él también es inmenso como su casa: tiene 77 años e historias para tirar a la chuña. Supo que sería escritor cuando vio en el cine a Montgomery Clift leyendo un libro tirado en su litera (igual como está hoy él) y un sargento le dijo: "Esta mierda está prohibida, ¿comprendes? Prohibida". Era el Ulises, de James Joyce.

–Ese libro me cambió la vida, lo fui buscar a la biblioteca y lo he leído muchas veces–, afirma.

Envió su primer poema a los 14 años al diario El Colono de Traiguén. Hoy, ya tiene 30 obras publicadas entre poesía, novelas y ensayos. Entre ellas, Cavalier Seul (El corazón a contraluz, Editorial Phebus) fue una de las tres mejores novelas del año 1986 en Francia y obtuvo el premio Prix Rhône Alpes. También La conjetura escita, una novela suya donde Alcibíades trata de seducir a Sócrates en plena guerra del Peloponeso, que fue postulada al Altazor en este año 2014. Lo han candidateado también al Premio Nacional de Literatura tres veces, pero nunca ha ganado.

De niño supo que sería un "músico tremebundo" cuando vio a su madre tocar el piano de la casa paterna iluminada con velas. De joven cantó durante 1965 con los Parra en la emblemática peña de Carmen 340 y junto a otros colegas fundó el movimiento musical, la Nueva Canción Chilena. Las canciones de Manns han sido emblema del repertorio popular latinoamericano. Suyos son esos temas de la historia musical chilena que preguntan, por ejemplo: "¿qué sabes de cordilleras, si tú naciste tan lejos?", (de Arriba en la cordillera) o dicen por el guerrillero Manuel Rodríguez "que es Manuel su nombre y que se lo llevan camino a Til Til",  (de El cautivo de Til Til) o ese himno del exilio que asegura que "Cuando me acuerdo de mi país, me sangra un volcán, me escarcho y estoy, me muero de pan, me nublo y me voy". Por esa lira política,  Michelle Bachelet le dio el Premio Presidente de la República en el año 2009 y, sus compañeros, el Altazor en 2010 y 2011.

–Ese día Michelle me dio un beso cuneteado bien cerca de la boca–, se jacta hoy.

La canción Arriba en la cordillera, que compuso en 1965, fue elegida en 2009 como "La mejor canción chilena de todos los tiempos" en el Festival de Olmué. Y en el año 2011 ganó una Gaviota de Plata en la competencia folclórica del Festival de Viña del Mar.

Con toda esa fama en el pecho, abre esta mañana el "Antro del Ego", una pieza empapelada con todos los recortes de prensa donde ha aparecido: Le Monde, Le Figaro y otras varias revistas y diarios chilenos. Salimos pronto de ahí y muestra su oficina: una hamaca amarrada en la terraza.

–Con esos binoculares, sapeo a las minas que andan en bikini–, ríe.

Lo sigue su mujer que insiste: "Patricio estuviste trabajando dos o tres días en el cuestionario. ¡Que lo lea!".

–Sí, sí–, dice él.

–Sí, sí–, repito yo.

A ella, Alejandra Lastra, su mujer, la conoció un día que no habían entradas para el cine en París. Es rubia, argentina y usa jeans ceñidos y deshilachados con lentejuelas en la entretela. Trabajó en Naciones Unidas y se llevó a Manns a vivir, en 1979, desde el Barrio Latino de París al Chemin de Taverney en Ginebra. Ahora es su mánager y compañera desde hace 36 años. Después de 17 años de exilio, se vinieron juntos a esta playa en 1990 y de aquí no se movieron.

Manns nació en Nacimiento. "¿Dónde más se puede nacer?", pregunta el cantante.

Allá, en el sur de Chile, él y sus cinco hermanos desayunaban chupilca: "vino tinto con harina tostada y azúcar, pan con miel, nata y café". Su padre le leía El Conde de Montecristo antes de irse a dormir. Y los caballos entraban al dormitorio al día siguiente para llevarlos a tomar leche al pie de la vaca. Después se fueron a Chiloé a una casa sin electricidad ni agua potable, pero con dos pianos.

Hoy su cabeza está allá, en esa casa de la Isla Grande donde con su hermano menor, El Chalito, "cazaban al puma a pata pelá". Ese hermano se acaba de matar en Venezuela.

–No empecés con eso–, dice su mujer y se va. Así quedamos solos con la pena de Manns, frente al mar inmenso.

 ¿Dónde está tu familia ahora?

A mi madre la atropellaron en una autopista venezolana, la tiraron como a cien metros. Mi padre murió de viejo en la cama y mi hermano menor se suicidó en Venezuela de dos puñaladas en el pecho.

¡Qué espanto!

Mi hermano era un huevón de un metro noventa y cinco. Y yo nunca me di cuenta que tenía problemas tan profundos. Tenía dinero, autos, toda su familia bien tenida, bien alimentada, todos estudiando. Un día que estaban todos en su casa fue a la cocina, tomó un cuchillo y dijo: "me voy a matar". Y mi hermana le agarró el brazo y, como pudo, le sacó el cuchillo, pero por desgracia había otro en la cocina, ella lo tiró para la calle y mi hermano buscó el otro y ¡pam! Se atravesó hasta atrás. Se lo sacó y se metió uno de nuevo. ¡Cómo serían las ganas de matarse!

"Soy un gallo práctico: si hay que ser fuerte, soy fuerte. Si hay que salvar a alguien, me tiro de cabeza. Si hay que cantar, canto, porque si no saco lo que tengo acá dentro, me convierto en una bola y salgo para arriba, lleno de música. Soy partidario de que hay que hacer fiesta hasta morir".

¿Cuándo fue eso?

Hace poco.

Pobre.

Estaba en una fiesta y me dicen: se mató tu hermano menor. Siempre pensé que se iba a matar en auto porque vivía a 200 kilómetros por hora, pero ¿clavarse un cuchillo? Y sin decir ni una palabra...

¿Has hablado con alguien de esto?

No he hablado con nadie seriamente de esto. Todo lo sé por carta, por internet. ¿Qué cosa tendría él dentro?

¿Sería bipolar?

No, él se dedicaba a los autos: armaba un auto, lo desarmaba y lo volvía a armar.

¿Tuvieron los Manns una infancia infeliz?

¡Una infancia fantástica! Con el Chalito cazábamos el puma y andábamos en pelota todo el año. A caballo, porque bicicletas no había. A galope saltábamos cercos y robábamos fruta: ¡qué cosa más increíble! No sé cómo un gallo, después de vivir eso, se mata.

¿Has soñado con tu hermano?

He tratado de sacarle el poto a la jeringa, no me quiero meter ahí porque también a veces ando con las mulas al revés.

Menos mal que no viste la escena de su muerte.

Le habría pegado. Le agarro el cuchillo y le saco la chucha al  tiro antes que lo use. Soy decidido y pego como un Dios. Lo agarro, le amarro las manos al huevón y lo dejo castigado una semana. Él, si a alguien le faltaba plata, agarraba un cheque mierda y lo pasaba. Andaba en auto último modelo. Él enterró a mi madre, enterró a mi padre, enterró a mi hermano mayor y se enterró a sí mismo.

MANNS Y EL CHACAL

Cambiamos de tema. Manns, además de ser cantautor y escritor, fue periodista de radio y prensa escrita. Pasó por La Patria y la radio Balmaceda. A ese tiempo retrocedemos para capear el dolor y el duelo. Le pregunto cómo fue su vida de periodista. Pero entra su mujer y dice: "eso está todo en las respuestas. ¡Que las lea!".

–Partí en La Patria, un diario de ultraderecha. El director era un tipo que le daba a la droga como carretonero. A veces no llegaba. Yo era el subdirector, tenía 18 años, y le cubría las espaldas.

¿Llegaste al diario golpeando la puerta?

No, me llevaban recomendado, todavía no cantaba ni nada. El director dijo: "siéntese ahí y escriba una crónica". Le hice una con diálogos, con todo lo que sabía. Había aprendido leyendo, porque no estudié.

 ¿Y de qué se trataron tus primeros artículos?

Primero cubrí policial: llegaba un cadáver y uno iba con el policía, los tiras, los pacos, para allá y para acá, foto y foto. Cositas chicas que te van formando hasta que terminé asistiendo al fusilamiento del Chacal de Nahueltoro.

A ver, cuéntame eso.

Tenía 20 y tantos años y fui mandado por radio Balmaceda. El alcaide era tartamudo y el juez, íntimo de mi padre: se habían conocido en Chiloé. El juez dijo: "vaya Manns adonde el Chacal, le voy a poner un guardia por si lo ataca". Yo le contesté: "me defiendo solo, no he perdido nunca una pelea". El Chacal era chiquitín, me llegaba hasta la nariz, pero era maceteado, con el pelo como escobilla.

¿Y qué te dijo?

Me dijo: "Oiga: yo ya no soy un asesino". Le respondí: "pero acabas de asesinar a tu mujer y a cuatro hijos con una echona". Y él me contestó: "Bueno, eso era antes de leer". Así que lo atrinqué más: "No me vengas con huevás, si la gente que lee mata más que la gente que no lee". Y me tiró un: "ya no soy más asesino, ahora he comprendido todo". Cuando salí de ahí descubrí que se había enredado la cinta de la grabadora. Me dije a mí mismo: "aquí cagué".

¿Cómo lo resolviste?

Con la verdad. Fui adonde el juez y le dije: "oiga don juez, se me trancó la grabadora y toda la entrevista de dos horas no la tengo: voy a perder mi pega". Y me hizo otra orden. Llamé al Chacal y le dije: "permítame grabar de nuevo y le llevo un regalito. ¿Qué le gustaría?". "Una mina", me dijo.

¡Una mina!

Le dije que más bien le podía llevar un vinacho. Entonces me metí una botella en las canillas y al tira que revisó le dije: "calleuque". Y se hizo el sueco. El Chacal chupó como loco. Así que por fin pude mandar la entrevista a Santiago.

Cuando lo fusilaron ¿viste todo?

Hasta fui a contar las balas que dieron en el disco rojo. Para despachar antes que todos, había dejado tomada la única línea telefónica, cinco minutos antes de la ejecución. Así que al rato me llaman: ¡Oye Manns ven para acá huevón, dejaste la línea tomada! Corrí y le dije al periodista que estaba en Santiago: ¡graba! Y le conté toda la historia. Después me fui con el Chacal en una carreta con bueyes al cementerio.

"Cuando mi mujer me dice: 'a usted mijito le voy a quitar el vino', le digo: 'eso es como quitarme la vida'. Vivo en función del vino, no concibo la vida sin estar a medio filo".

¿Por qué dejaste el periodismo?

Más bien por qué entré: por necesidad. Era fácil: te hacían una prueba de redacción y, si escribías bien, para adentro.

¿En esos medios de derecha tuviste problemas por pensar distinto?

Es que el director se iba de putas y tenía que reponerse con caldito y en esas me llamaba: "Oiga Manns, haga el editorial, pero no se pase para la punta". La gente decía: "qué raro este diario, un día parece ultraconservador y al otro día, ultracomunista".

¿Y te echaron?

Me echaron: "Mire Manns, tengo que despedirlo porque el obispo es el dueño del diario, el Partido Nacional es el dueño del diario, ¿qué quiere que haga? Yo tengo que cuidar mi pega y me están diciendo: 'eche a ese gallo, un bandido culiado que se nos infiltró'".

DE ACERO

Con todo esto que pasó con tu hermano menor, ¿no te dan ganas de volver al clan?

Soy solo. En toda esta casa vivimos los dos con la Aleja.

¿Te deprimiste?

No, estoy hecho de acero.

¿Cómo es tu cabeza? ¿Más de escritor o más de cantante?

En mi cabeza tengo una radio tocándome. De repente me pongo la Novena sinfonía de Beethoven y me aprieto el ombligo y ¡chik! pienso en ella. Desayuno, leo y estoy escuchando una música fantástica de memoria.

¿Qué lees?

Desde Sartre hasta las notas necrológicas.

¿Tus amigos dónde están?

Cada diez días aparece uno con el que, por supuesto, nos pegamos una borrachera acá hasta las 5 de la mañana. Mira el mar. Mira mi cama. Todo está ahí, al lado. La doctora me dijo: si quieres curarte, cúrate en tu casa entre los tuyos.

¿Qué te brinda el alcohol?

Vivo de alcohol. Me gusta el vino, en mi casa había vino por todas partes. Mi padre era un buen bebedor, no lo vi nunca borracho, pero sí peleando. Era como Buffalo Bill con dos pierneras de cuero y una pistola Colt acá en el cinto, y un poncho medio atravesado y un sombrero. Soy parecido a él, bueno para el combo. Nunca insultó a mi madre, nunca tuvieron una pelea por eso.

¿Y Alejandra no te reta por el copete?

Cuando me dice: "a usted mijito le voy a quitar el vino", le digo: "eso es como quitarme la vida". Vivo en función del vino, no concibo la vida sin estar a medio filo. Y ella no me cree, pero soy el huevón más sano del mundo, claro que el otro día me operaron de cáncer.

¡¿Cómo?!

Por primera vez en mi vida,  en 2013, me abrieron la guata, nunca me habían operado de nada. Fuimos a revisarnos y teníamos los dos cáncer.

¿Cáncer a qué?

No tenía ni un dolor, si lo único era que sangraba, tenía las tripas agujereadas enteras. No me quise operar de inmediato, porque tenía que ir a la Feria del Libro de Chiloé. "Pero mijo", me dijo el doctor, "si tienes cáncer y esto va avanzando. Te saco de esto, pero obedece. Tienes que hacer una pila de cosas antes de que te operen. Desintoxicarte, por ejemplo". Y le respondí: "Voy a Chiloé y vuelvo". Y me advirtió: "A ver si aguantas".

¿Y te fuiste?

Sí, pero volví. En tres semanas más ya no me saca el doctor. El cáncer me habría agarrado el hígado, los riñones, los pulmones, el páncreas. Estaría cagado. No habría fuerza del mundo que me hubiera sacado. No sé cómo la Aleja intuyó que había que ir. Si apenas el doctor me metió el láser para arriba dijo: "¡chucha!, tienes cáncer. Pero yo soy el mejor cirujano de la tierra: te voy a sacar de esto". Le respondí: "estoy preparado para todo, no tengo miedo a nada".

ALEJANDRA

¿De dónde saliste así tan achorado?

La lectura me hizo así. Con la Aleja, por esto del cáncer, nos pusieron a los dos en la misma pieza, porque ella tenía un cáncer por allá abajo. "Chao guachita", le decía yo.

Este amor de ustedes es como exagerado ¿no? ¿Cuántos años llevan juntos?

Treinta y seis años de los cuales no he dormido nunca fuera de mi casa. Cuando duermo fuera, ella va conmigo. No la he dejado nunca, ni un metro sola, nunca. Dormimos en la misma cama, no como algunas parejas que duermen uno en una pieza y el otro, en la otra. Ella está donde mis ojos la vean.

 Donde mis ojos te vean, ¿ella a ti o tú a ella?

Yo a ella, porque ella no me los saca en todo el día. Está integrada a mi vida: dirige mi grupo musical, prepara los conciertos, me vende por teléfono. Yo me dedico solo a lo mío: compongo y escribo y eso se convierte en dinero.

¿Qué haces con las viejas que se te cuelgan después de los conciertos?

Cuando me dan besos, se hacen las suecas y me corren mano, digo: échale nomás marino.

Ya te salió el actor de cine.

Soy un gallo práctico: si hay que ser fuerte, soy fuerte. Si hay que salvar a alguien, me tiro de cabeza. Si hay que defender a la Aleja, voy. Mi papá me enseñó unas técnicas de pelea, que para qué te digo. A mí me echaron al mundo bien preparado. Si hay que cantar, canto, porque si no saco lo que tengo acá dentro me convierto en una bola y salgo para arriba, lleno de música. Soy partidario de que hay que hacer fiesta hasta morir. Tengo 77 años, ya no soy un gato nuevo, en tres años más tendré 80, pero siempre pienso en fiesta.

¿Tuviste hijos?

Como 16, con distintas mujeres porque no repito nunca una mina. Les doy la ocasión a todas. A uno de mis hijos me lo mataron en la Base Naval de Talcahuano, cuando estaba haciendo el servicio militar y yo estaba en Europa.

¿Quién lo mató?

El Ejército. Se enteraron que era hijo mío, me andaban buscando. Fueron 16 bayonetazos en el pecho. Era un tipo fantástico de un metro ochenta, tenía labio leporino. También se me murió otro, en Chiloé: le dio un infarto.

¿Y los otros hijos?

A veces vienen. Son despegados. Para ellos soy Patricio Nada, una cosa con patas que anda hueveando.

¿Nunca viviste con ellos?

¿Pero cómo iba a poder vivir, si tuve que salir rajado de Chile en el 73? Además, ellos vivían en distintas casas. No podía tener a todas las mujeres reunidas en un harén. Tomé la vida como vino nomás.

¿Te gusta tu vida?

La única cosa dramática que me espera es la Aleja. ¿Quién muere primero yo o ella? Pienso en cómo evito eso.

¿Quién quieres que muera primero?

Creo que sería mejor que muriera primero yo. Pero ella va a quedar sola. No tiene padre, los hermanos viven lejos, los primos están todos muertos, no tiene familia. Y en la noche cuando llueve y hay relámpagos, cruje todo.

¿Entonces que se muera ella primero?

¿Y qué hago ahí? Imagínate quedarme solito a los 90 años.

¿Qué pasaría?

Seguiría escribiendo, con su botella aquí, mierda. ·