Pasa a menudo. Trabajaste duro toda la semana, a veces incluso horas extra, y finalmente llega el sábado. Ese día para el que ya te programaste: dormir hasta más tarde, pasear con los hijos, salir con las amigas, ver series, compartir con tu pareja, ir de fiesta o simplemente estar sin hacer absolutamente nada. Sí, sí. Eso es lo que quieres. Lo quieres con ganas.
Pero las horas avanzan y empiezas a sentir que algo te hace falta. Que no estás siendo cumplidora, responsable. Que debes abrir tu correo en el celular o en el computador y ponerte a trabajar. No importa que sea tu día libre. No importa que sea tu derecho disfrutarlo. No. Algo pasa en tu mente. Peor: en tu corazón. Sientes culpa por no estar trabajando y que estar haciendo cualquier otra cosa es un desperdicio.
Es una tendencia en aumento e internacional. Este año, Pew Research Center mostró que muchos profesionales estadounidenses dispensan el tiempo de ocio para poder trabajar. Una contradicción: el estudio reveló que 62% de las personas consideran el tiempo libre un beneficio importante en el trabajo, pero la mitad de quienes contestaron eso también reconoció que saca menos tiempo de descanso que lo permitido por sus empleadores.
En otros países, como España, incluso se ha planteado que la hiperproductividad o “productivitis” es uno de los males de nuestro tiempo, mientras en Reino Unido Claudia Hammond, autora del libro “The art of rest”, ha sostenido que “estar ocupado se ha convertido en una cuestión de honor. Se ha vuelto algo que esperamos de nosotros mismos y de los demás”.
“No soy nadie importante”
Lucero Chávez (32), periodista, se sentía particularmente culpable por no estar trabajando cuando estaba con su novio, de fiesta o con amigos y amigas. “Básicamente cuando estaba haciendo cosas que no tenían mayor responsabilidad familiar”, puntualiza.
Ese sentimiento se incrementó cuando se vino a vivir a Santiago, desde Lima. “Cuando migré todavía tenía muchas cosas que resolver en cuanto a temas de vivienda, mejor empleo, cuidar a mi mamá, entonces sentía que no me estaba esforzando lo suficiente para cumplir esas metas o para tener un mejor sueldo… Me sentía súper culpable por eso, por sentir que no estaba aprendiendo lo suficiente, que no soy nadie importante en mi carrera o no he llegado a tener los éxitos profesionales que debería tener a mi edad”, comenta. Como resultado de esos pensamientos, cuando debía estar divirtiéndose con sus seres queridos, consideraba que debía trabajar para llegar a cumplir esas ideas preestablecidas.
A Estéfany Farías (27), encargada nacional de comunicaciones de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), le pasa algo similar. “Siento que debo producir todo el tiempo, que debo buscar en qué estresarme nuevamente. Cuando salimos del trabajo o cuando tengo tiempo libre los fines de semana, trato de ver en qué más producir, qué otro negocio hacer, de qué manera buscarlo y creo que por una parte es bueno, pero por otra parte igual es desgastante”, comenta.
En su opinión, esto es fruto de una obligación social que te impulsa no necesariamente a hacer cosas, sino a obtener resultados tangibles, como dinero, ganancias y bienes. “Es como un castigo que nos hacemos nosotros mismos para poder conseguir más, pero a costo de nuestra tranquilidad mental”, dice. Estéfany recuerda que en pandemia estuvo suspendida del trabajo, contratada, pero sin sueldo y que se sentía entonces una “perdición para la sociedad. Me sentía súper mal, de alguna forma sentía que no valía. Eso te afecta mucho al ser mujer, y si estás sola, tratando de subsistir, es más difícil todavía”.
Factores de género
Ivonne Moris (34), del colectivo feminista La Rebelión del Cuerpo, ha conversado con mujeres de distintos oficios sobre esta a temática. En esos diálogos se ha dado cuenta de que hay un factor de género muy importante al analizar situaciones como la de Lucero o la de Estéfany. “Creo que constantemente estamos demostrando que podemos, que nuestro puesto no es por suerte sino por esfuerzo. Muchas veces hacemos más trabajo que nuestros pares hombres y se nos exige más, porque hemos demostrado que podemos. Además, a muchas mujeres nos cuesta decir que no”, comenta.
Post pandemia, Ivonne se obligó a desconectarse del trabajo a una buena hora, a tener actividades posteriores, a hacer ejercicio y bailar. Dice que le resultó bastante bien. Hasta que este año tuvo un accidente y tuvo que someterse a una cirugía, licencias médicas y rehabilitaciones.
“Esto ha hecho que mi nivel de ansiedad y culpa aumente, haciendo que aún con licencia esté pendiente de resolver dudas que mi equipo pudiese tener en el trabajo”, reconoce. “Siento culpa porque creo que no cumplo todo lo que me exigen hacer. Creo que puedo hacer mejor uso de mi tiempo y producir más en el mismo tiempo que estoy conectada, y si me distraigo en alguna cosa que no tenga relación con el trabajo, aumenta mi ansiedad, hasta que vuelvo a enfocarme en lo que estaba haciendo”, añade.
Carolina Valenzuela, académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Diego Portales, dice que esos sentimientos de culpa ocurren por dos variables: una a nivel psicológico y otra a nivel cultural. Ambas están directamente vinculadas.
La mujeres, dice, estamos –desde nuestra cultura y a la vez es una exigencia de nosotras– al cuidado de los demás, tenemos la idea de que tenemos que estar para otros y nos postergamos constantemente. “Entonces en ese estar para otro ya no solo tengo que estar pendiente de mis propias necesidades, sino que también cubrir las de otros. Por lo tanto, la sensación de que hay tiempo libre no se computa, no se configura como una opción porque, precisamente, si es que tengo algún tiempo o algún espacio libre lo voy a ocupar para otro, para satisfacer las necesidades de otro”, sostiene.
Además, defiende, en la sociedad chilena culturalmente se entiende que si las personas no están trabajando significa que no están produciendo, lo que se grafica en el dicho “el ocio es la madre de todos los vicios”. “Cuando a nosotros nos inculcan ese tipo de mandatos culturales funcionamos desde ese lugar también, por lo tanto es muy difícil disfrutar tiempo de ocio cuando te dicen que ese tiempo debería estar siendo utilizado para algo productivo. Entonces no solo nos cuesta disfrutar sino, que si es que se logra obtener y tener un tiempo de ocio, muchas veces se siente culpa porque en alguna medida siempre vamos a considerar que podríamos estar haciendo algo mejor con ese tiempo”, afirma la experta.
Desde el punto de vista psicológico, un estudio publicado en el Journal of Experimental Psychology demostró que considerar el tiempo dedicado a actividades de ocio como desperdicio perjudica el disfrute de esas actividades.
Superar la culpa
Claudia León (37), periodista, humanista y artista visual, también sintió, durante mucho tiempo, culpa. Ya fuera porque creía que no estaba haciendo nada productivo, ya sea porque su tiempo de ocupación lo veía como una vía de escape de sus propios sentires y autoobservación.
“Siempre menciono que en esa época estaba mucho más afuera que adentro mío. Prestaba más atención a lo que podía hacer por otras personas que lo que podía hacer por mí. Sencillamente no podía quedarme quieta y ni siquiera pasaba mucho tiempo en casa. Trabajaba mucho pero también salía mucho, y el ocio en realidad no era un tiempo de pausa, sino de hacer otras cosas que me gustarán pero seguían haciendo algo. Mi cabeza no paraba”, cuenta.
La primera señal de advertencia se la dio el libro “¿Qué sentido tiene la revolución si no podemos bailar?”, del Fondo de Acción Urgente, que trata sobre el autocuidado. En ese momento Claudia comenzó a prestar atención al poco tiempo que daba a así misma. “Poco a poco fui regulando mis tiempos de pausa, aunque seguía posponiéndolos, es decir, posponiéndome. Y fue realmente en pandemia y postpandemia, que entendí la importancia de fortalecer los rituales de autocuidado y pausa. De atesorar los momentos de contemplación, de reencontrarme con mi respiración, de sentarme en las mañanas, tardes, noches o cualquier momento que lo necesitara, a escucharme bien adentro, solo ser, solo sentir y después pensar y hacer”, cuenta.
Hoy, comenta, valora mucho más las instancias de ocio porque entendió que la pausa le da salud a su cuerpo y a su mente.
Carolina Valenzuela también dice que ya dejó la culpa atrás. A sus 46 años, recuerda que en la juventud no podía tener tiempos de ocio, que sentía que estaba perdiendo el tiempo. Hoy ya no. Hoy disfruta de los momentos libres de trabajo y cree que las nuevas generaciones ya están logrando entender mejor la conciliación entre la vida personal y la laboral.
Quizás sea importante que más mujeres compartan sus experiencias en esta materia con sus pares. “Quisiera hacerlo, de verdad sería interesante saber cómo se sienten otras mujeres respecto a eso. Lo que he leído al menos es que siempre está el sentimiento de que no eres suficiente, de que siempre tienes que hacer más. Además, a las mujeres se nos impone cierta carga de lo que tenemos que hacer, cómo tenemos que hacerlo y que siempre tenemos que dar más, sin contar el síndrome del impostor… Sí, se puede volver súper agotador y extenuante. Por eso estaría bueno conversarlo con más personas”, concluye Lucero.