“Desde que nace tu segundo hijo, y el mayor deja de ser el único, dicen “al amor se multiplica”. Y es verdad, una siente el mismo amor con ambos. Lo que sí cuesta, a medida que van creciendo, es hacer que ellos sientan que una los ama por igual. Y eso les puede afectar con rivalidad, con los “celos”, haciéndolos sentir que los papás quieren más al hermano o hermana menor.

Todos dicen “es normal”, es una etapa, se le va a pasar. Pero, ¿qué ocurre cuando a medida que crece te lo dice directamente: quieres más a mi hermano/a? por más que una diga les diga ‘no mi amor, los quiero a los dos por igual’, una no se da cuenta que puede estar equivocándose con lo que dice o hace. Finalmente, uno debe demostrar con hechos y no con palabras todo orden de cosas. Para niños, adultos o la vida en general. La frase Las acciones hablan más que mil palabras es un hecho. La culpa nos sigue como una sombra eterna mientras somos madres, de querer ser lo mejor para ellos, pero cuestionando todo lo que hacemos a cada momento.

Me he visto como una pelota de ping pong diciéndole ‘te quiero’ a uno y luego como reflejo, al otro, con el mismo tono, gesto y beso. Igualdad de condiciones. Pero aún así, una nunca deja de sentirse suficiente. La presión de llevar una crianza respetuosa no es menor. Hay días que uno de los hijos se portará mal o haga algo que no merezca una felicitación, donde me he visto intentando respirar para no salirme de mis casillas, pero la frase ‘por qué esperar que me enoje para hacerme caso’ ha sido el trending topic de mi vocabulario últimamente. Y así, me he visto agotada por demostrar el mismo nivel de amor a cada uno en esta fase temprana.

Sé que hay mil formas de que cada uno tenga su espacio, salir sola con ellos, dedicarles tiempo individual y familiar, pero cuando una está corta de tiempo por el día a día, agotada a veces, no se hace tan fácil que sea algo rutinario o constante. Y la culpa sigue ahí, donde hay días buenos y otros malos, donde no puedo premiar a uno que diga o haga cosas malas versus el otro que tuvo un día bueno. Y ahí se generen estas rabietas de que la mamá no es ‘justa’. Sé que hablarles y hacérselos entender es parte del proceso, pero hay días en que simplemente no nos da para aplicar todo. Sé que una es la adulta y modelo para seguir, pero a la que no se le ha escapado un grito y querer mandar todo a la punta del cerro, no estaría siendo sincera del todo.

Lo bueno es que la noche hace maravillas, y es un reseteo de energía en mi caso. Y al otro día vuelvo a pensar ‘hoy tendré paciencia’, ‘hoy intentaré que los dos sientan su espacio y que esta mamá alcanza para los dos’. Hay días buenos, hay días malos, hay días donde mi ansiedad crece y siento que cada cosa que hago les afectará a futuro, otros días que me repito el mantra de ‘haces lo que puedes, y eres la mejor versión para tus hijos’, pero otros quiero gritar y llorar.

La maternidad es difícil, cada etapa tiene lo suyo, sé que cuando sean mayores será mas complicado aún, y eso me aterra. Le tengo pavor a la adolescencia de hoy y espero poder contar con las herramientas para ellos. Equivocándose uno aprende, les digo en esta etapa que son más pequeños, pero espero no hacerlo yo con ellos. O al menos cuando lo haga, no me sienta tan mal”.

Andrea es psicóloga laboral y tiene 38 años.