Texto y fotografía: Roberto Farías

Paula 1241. Sábado 16 de diciembre de 2017.

Justo antes de morir en el año 2000, el padre de Emilia, Florindo Nuyado tuvo un pëwma, un sueño revelación. Estaba enfermo del corazón y le dijo a Emilia Nuyado Ancapichún en su casa, en la comunidad de Huacahuincul, a 30 km de Osorno, mirando por la ventana el valle del río Rahue:

—Tienes que ir a la elección. Lo vi en mi sueño. Vas a ganar. Tienes que aceptar, porque ahora es tu oportunidad. No va a ocurrir otra vez. ¡Es ahora!

Tenía 32 años y le ofrecían presentarse como candidata a concejal en San Pablo, una extensa comuna que une sectores rurales y huilliches desde el exterior de Osorno hasta la costa del Océano Pacífico.

Era de las pocas jóvenes de la zona que tenía estudios (tres años de Contabilidad en el Instituto Profesional de Osorno); ya había formado dos comités rurales de mujeres y había estado muy encima de la formación legal de la propia comunidad Huacahuincul. Conocía la burocracia estatal y ellos la conocían a ella.

Pero tenía miedo. Se consideraba tímida. No sabía hablar en público. Temía, también, que los propios mapuches la criticaran por ingresar a la política formal, por querer ser parte del Estado, al que casi por obligación deben detestar. Estaba indecisa.

El sueño de su padre moribundo inclinó la balanza. Los mapuches no se cuentan los sueños al desayuno como los chilenos. Soñar es algo íntimo, privado, una conexión con el hermano cielo, con la hermana noche. Y si el sueño es revelador, siguen sus designios como las tablas de la ley.

—Le hice caso a mi padre. ¡Y aquí estoy! —dice riendo a carcajadas.

Desde aquella elección en el 2000 ha ganado las 8 elecciones en que se ha presentado. Para concejal en San Pablo, en 4 oportunidades consecutivas, alcanzando la primera mayoría. Desde el 2008, tres elecciones como miembro del Consejo Nacional de la Conadi. Y este año, las elecciones parlamentarias que le garantizarán unos párrafos o unas páginas (el tiempo dirá) en la historia de Chile: la primera mujer mapuche diputada.

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No le gusta que le digan diputada "de origen mapuche" y menos "de apellido mapuche". Ella es 100% una ñaña (hermana) mapuche. Se viste de falda negra de pañolón de media vuelta. Refajo. Echarpe de lana. Blusa blanca. Zapatos negros bajos. Tiene la cara redonda, el pelo negro y denso. Y la mirada tímida y recelosa.

—Tengo mi identidad huilliche asumida desde niña. Desde siempre. Por mi padre, Florindo, quien era el campesino reclamador, el que alegaba por los otros en contra de los abusos. Y por mi madre, Sabina Ancapichún quien era líder cultural en la zona porque hablaba chezungún (es la lengua mapuche y huilliche) y a donde iba se paraba y saludaba siempre: "Mari, mari: fuera gringo, chileno o mapuche". Le daba lo mismo. ¡Tenía una tremenda personalidad!

Sabina Ancapichún la motivó a estudiar. Es la antepenúltima de 10 hermanos. Entró a la escuela de Lololhue en 1973.

—Teníamos que caminar 3 kilómetros y medio a pie pelado para ir a la escuela.

Era una escuelita unidocente donde el profesor Nicolás Ibáñez se esforzaba por inculcar las letras y las 4 operaciones matemáticas a una treintena de niños. La mayoría dormía o jugaba. A Emilia le cargaba la escuela. Solo iba por la leche Fortesán.

—Era una leche exquisita, como el Milo, que daba nuestro compañero Allende —dice—. Cuando después Pinochet la cambió por la Super Chill no fui más a la escuela.

Su madre Sabina la enrieló pronto. La matriculó en la escuela de la Misión de Quilacahuín, una iglesia fundada por los franciscanos en 1794 después del Tratado de Paz de las Canoas, donde los huilliches acordaron colaborar con Ambrosio O'Higgins. El padre belga Alfonso van Kemper, quien conocía a Sabina, le aseguró a Emilia un cupo.

—Ahí ya fui con zapatos. Caminábamos 6 kilómetros mañana y tarde, las tres hermanas menores: Doris, Marta y yo.

En invierno llegaban tan embarradas que debían lavarse los pies en el estero antes de entrar. Hoy le agradece a su hermana mayor, María, haberse sacrificado por ellas. Gracias a su sueldo de empleada doméstica puertas adentro

—que entregaba íntegro a su madre— ellas pudieron estudiar.

Solo las tres últimas hermanas Nuyado completaron la enseñanza básica y la menor, Marta, es una conocida abogada en Temuco. Otro de sus hermanos, Anselmo, también es un conocido dirigente huilliche cercano al Partido Comunista.

Marcia Yefi, una de las amigas de Emilia, dice que era una familia famosa por lo inteligente, pero que en las comunidades mapuches las mujeres no estudiaban.

—Una era empleada, agricultora y artesana. Tenías que lavar, cocinar, ayudar a cosechar y sembrar y, cuando tenías un rato desocupado, hacer artesanía, porque era imprescindible hilar, tejer y coser.

Así que Emilia casi no tuvo infancia. Su máxima entretención era rodear las gallinas en las tardes, en la lomas de Huacahuincul e ir a vender porotos a la feria campesina de Rahue, en Osorno. El resto del tiempo, trabajaba.

Cuando terminó la enseñanza básica, el padre Alfonso le consiguió un cupo en el internado de Osorno y en el Instituto Comercial de esa ciudad.

—Era tan tímida que no quería estudiar. No quería ir a Osorno. Era como un mundo nuevo para mí, desconocido. Quería quedarme en el campo.

Sabina, la madre, no se anduvo con rodeos.

—Un día llegó con dos carabineros. Casi me muero. Me dijeron que estaba obligada a ir estudiar al liceo o me iba presa. Así que fui. Aunque era mentira.

Cada domingo oía los pájaros, el cacareo de sus amadas gallinas y ya sabía que tenía que partir a tomar el bus para ir a Osorno. En la ciudad tuvo suerte, la profesora Carolina Lagos Oyarzún —ahora directora de la Escuela España— la apadrinó y la apoyó para que pudiera aprender porque le costaba adecuarse a la ciudad.

Después estudió Contabilidad en el Instituto Profesional de Osorno y luego, Planificación Social en la Universidad de Los Lagos, ambas carreras inconclusas porque tuvo que cuidar primero a su padre hasta morir y luego, hacerse cargo de su madre que hoy tiene 88 años.

—Y sigo siendo muy tímida —dice.

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Hoy el celular almeja de Emilia no para de sonar. La llaman de comunidades, colegios, agrupaciones, sedes sociales indígenas para felicitarla e invitarla. A través de su smartphone —su otro número oficial— la intenta ubicar Moira Millán, una de las principales dirigentes del movimiento mapuche argentino. La documentalista Jeanette Paillán también, porque quiere hacer un documental de ella.

Sin embargo, no la ha llamado ningún otro parlamentario, ni líder político chileno para felicitarla. Ni siquiera su compañero de lista, el socialista Fidel Espinoza. Solo la llamó quien la propuso, su amigo de la tendencia socialista "Grandes Alamedas", el presidente comunal norte, Enzo Jaramillo.

Según Ada Fredericksen, quien es dirigente comunal del Partido Socialista de Osorno, "las fuerzas de Espinoza la intentaron bajar cuatro veces. Él quería imponer a una ex gobernadora. O una ex Seremi de Bienes Nacionales. Pero ninguna había ganado nunca una elección. ¡Emilia tenía 7 victorias! O sea tenía base social ¡Votos! Que era lo importante".

En Chile ya hubo otros parlamentarios de origen mapuche en los años 20 y 30.  Rosendo Huenumán, un militante PC y ex minero de Lota, fue electo diputado en marzo de 1973. Y hoy Francisco Huenchumilla, electo senador. Pero, a diferencia de ellos, Emilia es 100% indígena y respeta la forma de vida mapuche. A veces es difícil de comprender el alcance. Cuando le pregunté si después de ser concejal por cuatro periodos, pensó ser alcalde de San Pablo, me respondió:

—¡Ni en sueños! Yo quería representar a mi pueblo, no gobernar para todos los chilenos, como dicen los políticos para caer bien. Yo quiero representar a las naciones originarias. De ellos es mi mandato.

Obtuvo 8.142 votos, lo que no parece mucho. Para Santiago fue una sorpresa, pero en el campo indígena lleva 25 años trabajando.

Los mapuches la conocen. La han visto en ceremonias, funerales, consiguiendo ayudas y recursos. En el sector rural se dobló la participación en esta elección, en comparación con la elección anterior. Y se podría afirmar que, además de esos 4 mil votos rurales, obtuvo una gran participación en la ciudad de Osorno.

Muchos de sus votantes la conocen desde que tenía 27 años y en su oficina en Rahue bajo, en Osorno, ayudaba a los jóvenes mapuches a conseguir beneficios sociales.

—Ella recibía gente de todo tipo y nosotras hacíamos gestiones en forma voluntaria: completar formularios para becas, bonos, ayudas para viajes por enfermedad, lo que sea. Miles de cosas —dice Prosperina Queupán, quien trabajó con Emilia.

Esa oficina lleva 25 años en funciones. Incluso con la oposición de la Conadi y la Junaeb que no querían reconocer sus oficios de intermediarios con las comunidades indígenas. Primero ayudó a las madres, ahora a los hijos.

Después del 2000, cuando fue electa concejal y luego como consejera nacional de la Conadi, continuó con su oficina. Ningún otro consejero tiene una oficina de atención de público similar.

Entonces, no es raro que cuando se proclamó como candidata a diputada se le acercaran jóvenes como Daniel Ilimaqui, quien le dijo: "Tía, estoy tan contento que vaya, ahora ya tengo 18 años y voy a poder votar por usted". Daniel es uno de esos niños a los que consiguió becas indígenas.

En el fondo no se ha movido del barrio. Esa oficinita está cerca de la feria de Rahue donde de niña vendía la cosecha de porotos verdes junto a su padre Florindo.

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Pero entre los huilliches Emilia tiene detractores. Le golpeo la puerta al cacique osornino, Antonio Alcafuz, quien lleva 30 años liderando comunidades.

—No quiero hablar de ella: es una política y los mapuches no somos políticos. Los mapuches somos mapuches.

¡Plaf! Me cerró la puerta.

Otro líder de la zona, Ponciano Rumián, el primer alcalde mapuche en Chile en los 90 (en San Juan de la Costa) piensa que los antiguos liderazgos tradicionales, lonco, werkén, ulmén, no están muy de acuerdo con que algún mapuche ocupe cargos políticos del Estado chileno.

—Hay que considerar que obedecen a otra lógica muy tradicional. En su ADN está marcado a fuego odiar el Estado. Son viejos también.

Curiosamente los hombres que me hablaron mal de la diputación de Emilia eran muy ancianos o muy jóvenes. Cargados de tradición o de barricada. ¿Machismo ancestral?

Las ñañas mayores, en cambio, vieron en Emilia una luz de esperanza. Una anciana le donó los ahorros de toda su vida para financiar su campaña:

1 millón de pesos.

Sara Ilimanqui, una septuagenaria activista mapuche que ha estado en muchas batallas como Ralco, AdMapu y otras, me dice:

—Que un chileno piense mal de esta victoria, es normal. Su desconfianza, su temor. Pero me preocupa y hasta me duele que un mapuche piense que se vendió o que está entregada.

Emilia Nuyado dice que no irá a marcar la hora al parlamento. Ni a convertirse en política chilena. Intentará abrir la caja de pandora de "esta clase política racista y clasista", tan poco acostumbrada a tratar como iguales a los indígenas.

Además de las luchas obvias como oponerse a la ley antiterrorista, avanzar en el reconocimiento y en los recursos para los pueblos originarios, tiene otros planteamientos de fondo.

—Primero, hacer que se cumplan las leyes. Hoy en el Congreso es donde más se habla de integración, pero jamás han invitado a los consejeros de Conadi, que son autoridades nacionales ¡Jamás han sido oídos en las comisiones parlamentarias donde se tratan leyes y asuntos que afectan a los pueblos originarios! Nunca, y están obligados —dice Emilia.

Y no dejará su cargo de consejera de la Conadi. Solo renunciará a su dieta de cerca de un millón de pesos. Porque siente que fue elegida representante del territorio huilliche, el futawellimapu (desde Panguipulli hasta Chiloé) y debe cumplir su mandado. Y la ley que creó dicho Consejo, en el 2004, ni siquiera contempló la remota posibilidad que un consejero fuera parlamentario.

—Así que seré doblemente representante de las naciones originarias. Es el concepto que me gusta: no etnia o minoría, sino "primeras naciones". Naciones preexistentes a la nación chilena. Porque estamos muy vivitos.

Y desde el parlamento, dice, soplará las brasas de la vieja fogata nuevamente. Y el humo de ese cambio, creen por allá, nos impregnará a todos.