La escritora que emerge
Con muchos elogios debuta Carmen Galdames (32) con El cielo que pintamos, una novela que narra la relación incestuosa entre dos hermanos. Formada en los talleres de Pablo Torche, Diamela Eltit y Pablo Simonetti, sobre el tema de su libro dice: "es bueno incomodar un poquito".
Paula 1177. Sábado 4 de julio de 2015.
Hay hijos que no se parecen en absoluto a sus madres: ni en la cara, ni en el color de pelo, ni siquiera en los gestos. Ni un ápice de semblanza entre ambos. Y, sin embargo, uno engendró al otro, y por sus venas corre la misma sangre. Algo similar sucede entre Carmen Galdames (32) y su novela debut, El cielo que pintamos. O, más bien, entre Carmen y Ana, su personaje principal, una mujer de veintitantos, sin proyectos, posiblemente depresiva (o, cuanto menos, muy triste), inmersa en un triángulo de amor bizarro que incluye a su hermano, Matías, y un amigo, Iggy. El humo espeso y apesadumbrante en el que se mueven sus personajes es casi palpable, y sus vaivenes y conversaciones –a veces terribles, a veces incómodas– están narradas con tal naturalidad y coherencia que le confieren al texto un tinte autobiográfico: la verosimilitud que aflora de una confesión, de un diario íntimo. Pero esta novela no tiene nada de autorreferencial (Carmen ni siquiera tiene hermanos hombres), lo que implica asumir que se trata de una autora con una capacidad de fabular hasta el infinito y, además, un manejo virtuoso de las palabras.
"Creo que si mi vida hubiera sido terrible o hubiera tenido hermanos, no habría podido escribir esta novela. Para mí es súper incómodo escribir de cosas cercanas a mí, siempre trato de inventar. La idea de que el artista tiene que ser sufrido es un cliché: basta tener muy buena imaginación", dice Galdames, a pocos días de haber presentado la novela junto al conductor Alfredo Lewin y la escritora María José Viera-Gallo, que no escatimaron en halagos y reverencias hacia la novela. Dijeron que se trataba de un libro valiente y, también, difícil de clasificar, un poco aparte de la literatura de los escritores de su camada. "Debe ser porque no tuve la misma formación que muchos de mis contemporáneos", dice Carmen. Su formación fue, de hecho, poco ortodoxa, relativamente corta y algo tardía: a los 26 años partió con el taller de Pablo Torche y siguió con los talleres de Pablo Simonetti y Diamela Eltit, donde trabajó, a dos voces, el texto que se convertiría en esta novela, que le llevó casi tres años.
¿Cómo fue tu decisión de ser escritora?
Cuando terminé el colegio no tenía idea de lo que quería hacer en mi vida, me tincaba el teatro, medicina, un montón de cosas muy distintas. Y mi familia nunca ha sido de ver mucha plata. Entonces, para no estar saltando de una carrera a otra, me demoré en decidirme, y en eso me embaracé y me quedé cuidando a mi hijo, Pascal. Pero siempre me gustó escribir. No sé en qué minuto lo decidí, pero desde bien temprano tenía ganas de dedicarme a esto. Cuando empecé a ver que me gustaba mucho, y al parecer no lo hacía tan mal, al menos por lo que me decían en los talleres, dije: "ya, hagamos esto". Imagínate, descubrí a los 32 años qué quiero hacer de grande.
En la novela de Carmen hay pasajes como este: "En todo caso no nos interesaba disimular, la interpretación que pudieran darles a nuestras actividades en el patio del colegio, era algo que no tenía importancia para ninguno de los dos. Incluso, nos divertía verlos incómodos. Nos sentábamos muy cerca, nos tocábamos un poco más de lo normal. Su mano sobre mi pierna, unos centímetros más arriba: eso bastaba para hacerlos hablar."
Sobre el libro de Carmen, la escritora María José Vieragallo dijo en el lanzamiento: "Nuestra narrativa no termina de familiarizarse con el sexo (...) El atrevimiento se esta autora reaviva a nuestra casi siempre asexuada narrativa contemporánea y asume el morbo que eso pueda traer".
En el libro el tema del incesto se asoma de a poco, aparece primero como una sospecha. Hay una especie de juego con el lector.
¡Claro! Uno piensa: "¿Soy yo o es que mi mente es muy sucia?". No sé si estuvo bien o no, pero traté de no leer cosas que tuvieran que ver con el incesto antes de escribir el libro, de no contaminarme. Quería que saliera así intuitivamente. De hecho, partí con una imagen de Ana sentada afuera de su casa mirando el cielo, apareció Iggy y después el hermano. Los personajes fueron llevándome al tema del incesto y pensé: hay que darle, entrar ahí y ver qué pasa. En mi libro los papás son bien víctimas, no son malos papás, no les hicieron daño a los hijos. No quise que nadie tuviera la culpa.
¿Qué crees que va a pasar con el libro?
Creo que le va a gustar a la gente que tenga gustos parecidos a los míos. Si yo me hubiera topado con este libro, me encantaría. Y a otros no les va a gustar, por los temas que toca. Pero hace bien incomodar un poquito.
¿Qué le pareció a tu familia?
Les encantó. A mi papá le mostré el borrador final. Estaba orgulloso. Me dijo: "Qué bueno que no tenga nada que ver con nuestra vida". Porque sería un poco terrible.
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