Paula 1189, Especial Felicidad. Sábado 19 de diciembre de 2015.

Estaciona su camioneta, de esas grandes y embarradas, justo un minuto después de la hora acordada fuera de su casa en Vitacura. Una casa de portón de fierro negro algo destartalado y mucha hiedra verde fuera de control.

–Hola. Pasa. Estás resfriada. Siéntate. ¿Qué quieres tomar? ¿Jugo de cranberry?

Sobre la mesa de la terraza hay unos chips de todos colores –de colores naturales, de tubérculos naturales–, lonjas de pechuga de pavo y palta molida. Y, bajo ella, tres labradores traviesos que convirtieron el pasto que alguna vez alfombró este patio, en hoyos de tierra. Pero Roberto Ibáñez (31) no se sienta. Ha ido hacia dentro de la casa a buscar algo. Regresa con unos pequeños cilindros de plástico.

–Tómate esto. Te va a hacer bien, es oscillococcinum, ¿lo conoces?

–¿Homeopatía?

–Sí.

Roberto Ibáñez, hombre de negocios y marketing, nieto del fundador de D&S –Almac, Ekono, Lider– que ha sobrevivido, si es que esa palabra existe, a un melanoma, a ese cáncer veleidoso y agresivo para el que no hay quimioterapia ni radioterapia, que se extirpa, pero que si regresa, lo hace con una metástasis mortal en el cerebro o en los pulmones, toma píldoras homeopáticas. Esas diluciones eternas que la ciencia llama placebo. Y trae otras píldoras. Unas de concentrado de maqui.

"Me pude haber ido bien a la cresta. Yo creo que internamente quería hacer este cambio, era el momento de concentrarme en mí mismo, de ir al sicólogo, pero con el cáncer me di mucho más el espacio para poder hacerlo".

–Tómate una, son antioxidantes.

Se toma una él también, se sienta y con voz de mando, ordena:

–¡Sit!

Y los tres labradores hacen lo mismo.

"Si quieres, después te muestro la cicatriz, dice tocándose el hombro derecho donde hace cuatro años le apareció una "fea callampita de carne" que escondía bajo un parche curita, y que desencadenó un drama familiar, pero también el comienzo de una nueva vida, la del Roberto Ibáñez 2.0, que plasmó en el libro ¡MIERDA! Tengo cáncer, ¿qué hago?, que acaba de publicar.

"Toma, este es para ti. Si quieres te escribo una dedicatoria", dice orgulloso de las 455 páginas donde, con la ayuda de la periodista Carolina Díaz del estudio Memoria Creativa, plasmó su travesía por el infierno y las lecciones que sacó de ahí. Un libro de autoayuda moderno, lleno de fotos, sin frases relamidas ni lastimosas, escrito en clave optimismo, donde también entrevista a decenas de sobrevivientes –y a algunos caídos, también– de los más variados cánceres, que dan sus tips para hacer más llevadero el tsunami que la enfermedad causa en sus vidas y las de sus familias. "Porque el cáncer no le da solamente al enfermo de la familia, le da a todos. Todos tienen cáncer", dice.

Esta es una foto de su archivo personal donde aparece con sus hermanos.

Cuando le apareció el melanoma tenía 27 años, su propia empresa de marketing, dormía cuatro o cinco horas diarias, por el carrete intenso, por trabajólico. Era un mujeriego sin remedio, se alimentaba sin conciencia y sufría diarreas crónicas. Descansaba en los deportes al aire libre, el kite surf, el tenis, el fútbol, el rugby, la pesca, el esquí, la bicicleta, que practicaba sin jamás protegerse del sol, cuando su piel blanca delataba los genes escoceses que heredó de su madre, Heather Atkinson, que le suplicaba, sin éxito que usara factor solar. Pero era también una persona con tremendos altibajos en el ánimo. Alguien que veía el vaso medio vacío, según lo describe su madre en el libro. "A mí esta cuestión me dio la oportunidad de parar. Llevaba una vida súper intensa, súper emocional".

¿Ridículamente intensa?

Internamente sí. No sé si lo demostraba tanto, pero es algo que me lo he tratado con la sicóloga y me tomo unos remedios que me hacen re bien. Yo le dije al doctor: tengo un problema, cuando estoy feliz estoy muy feliz, pero cuando me da depre me tira mucho para abajo.

Entonces eras susceptible a caer muy hondo con el cáncer.

Me pude haber ido bien a la cresta. Yo creo que internamente quería hacer este cambio, era el momento de concentrarme en mí mismo, de ir al sicólogo, pero con el cáncer me di mucho más el espacio para poder hacerlo. Dije, no quiero caer en una cuestión negativa, voy a darle más tiempo a mi vida para darme cuenta qué cosas me gustan y qué no. Antes hacía muchas cosas que no quería hacer. Aprendí a decir que no.

Tenía 27 años cuando le descubrieron que una "pequeña callampita de carne" era un melanoma.

Esas son las frases que se les escuchan a personas de 50, 60 años.

Se ríe.

Yo siempre digo, el cáncer es lo mejor que me ha pasado en la vida. No sé si volvería a tener cáncer, porque ya lo tuve, pero estoy agradecido de que me pasara algo que me haya ayudado a meterme en esta nueva vida.

¿Le dio sentido a tu vida?

Sí, estoy feliz.

¿Y qué es la felicidad?

Estar tranquilo.

Pero las cosas no partieron así para Roberto Ibáñez. Partieron con la incredulidad que dio paso a una rabia intensa con la que lidió buena parte de su enfermedad. Desde esa tarde en que lo llama la dermatóloga, pera pedirle que fuera a verla a su consulta urgente. Él no quiso y le pidió que le dijera lo que fuese por teléfono. "Roberto, tienes un melanoma", le dijo.

"¿Qué cresta es un melanoma?", le contestó sin que la palabra cobrara sentido. "Es un tipo de cáncer que según su estado de avance puede ser mortal", le dijo.

Escribe en el libro: Fue un momento silencioso y lento, como si fuera el momento de otro, como si no me estuviera ocurriendo a mí. Lloré, pero apenas unos segundos, y me pregunté ¿Por qué estoy llorando si no tengo nada, lo repetí varias veces en mi cabeza, no tengo absolutamente nada. Llamé a mi papá que estaba en un directorio de Wallmart. Me contestó de inmediato y le lancé sin pausas un resumen de esa breve conversación con la doctora: lunar + resultado biopsia + melanoma + mortal. Lloré un poco y mi papá selló la conversación con un: "No va a pasar nada. Te llamo en un ratito". Entonces pensé que no era para preocuparse, si él se lo tomaba con calma... Pero estaba equivocado, a los veinte minutos mi papá, que hacía solo un instante figuraba presidiendo una reunión, me llamó para decirme que estaba en la clínica con la doctora y que me fuera para allá.

Antes del cáncer, Roberto era un hombre de negocios y marketing, nieto del fundador de D&S. hoy su sensación es otra: ser un sobreviviente a un melanoma para el que no hay quimioterapia ni radioterapia.

Luego, y en esos pocos días que avanzaban a una velocidad imparable, vino la reunión con el oncólogo, la operación donde confirmaron que el melanoma, además, había hecho metástasis en los ganglios, la extirpación de estos y un peregrinar eterno por distintos doctores en Chile y Estados Unidos de la mano de su padre que organizó su periplo médico, con la misma obsesión que se reconoce en él y que a ratos le molestaba tanto – "un gen muy Ibáñez"– y del resto de su familia que lo apoyó, hasta encontrar el mejor tratamiento. Aunque esa palabra sea un eufemismo, no existe tratamiento para el melanoma, solo queda esperar que no vuelva a aparecer. Roberto Ibáñez, que lleva cuatro años sano, encontró la respuesta en la consulta de un médico naturista cerca de Boston, que lo llevó a hacer un profundo cambio de estilo de vida y de alimentación: adiós carnes, adiós harinas, adiós lácteos, adiós trago, adiós a toda la vida como la había visto hasta entonces. Y lo hizo con tal intensidad y obsesión que dejó de carretear, bajó la carga del trabajo –ahora duerme ocho horas–, y bajó 12 kilos. "Los primeros meses, yo nunca he sido drogadicto, pero era como tener síndrome de abstinencia. No puedes comer torta, helado, carne, nada. Fue muy angustiante.

Pero hubo un día en que me desperté y dije estoy bien y me empecé a sentir mejor. Hay que tener fuerza de voluntad, pero si es que no hubiese tenido tan clara esta posibilidad de que te puede volver el cáncer, no sé si hubiese hecho el cambio en la alimentación", dice Roberto, que fue tal su auto convencimiento que se convirtió en una especie de "predicador" de la vida saludable, que hasta se da permiso para estar en "modo cáncer ON" como lo describe en el libro. "Los primeros tres años, yo era 'hola, soy Roberto, tengo cáncer'. Era una cuestión que necesitaba vomitarla y sacarla y hubo gente que me decía: Roberto, no me hables tanto de esta cuestión. Sabía que me pelaban, pero no los juzgo, porque es súper fuerte estar con alguien que está en esa onda. Esto es muy difícil entenderlo y a veces la gente no quiere entenderlo. ¿No te ha pasado que alguien anda súper triste cerca tuyo y dices no me quiero juntar más con esta persona que esté triste? Imagínate que el cáncer es algo así.

Como se trata de una posibilidad de vida o muerte, hay ciertas personas que no quieren estar pensando en la vida o la muerte. Además, como el melanoma no tiene quimio ni radio ni nada y te ves normal, la gente no cacha que tienes cáncer. Ese 'modo cáncer ON', esa licencia que te puedes dar, la necesitas, porque en tu cabeza están pasando muchas cosas, quieres ordenarte y estar sano. Independiente de que puedas cruzar la calle y te atropellen, cuando tienes esa posibilidad de que te puedes morir, te apresuras. Para mí el cáncer fue una cuestión que me dijo ok, empieza a vivir el día. Hay gente que tiene que esperar que le pase algo fuerte para poder darse cuenta que tiene que empezar a vivir el día y disfrutar de las cosas simples.

¿Cómo lo hace la gente que no ha pasado por eso?

En el libro lo pongo, ojalá puedas hacer un cambio antes de vivir una experiencia como esta, pero mi experiencia de vida esta ahí y a mucha gente le he dicho: sería increíble que dejes de tomar tanto, que dejes de comer tanto estás gordo, acuérdate de la salud, ese estilo de vida puede ser peligroso.

¿Le dices eso a la gente?

A alguna. Pucha, a mí un amigo me había dicho: ese lunar puede ser feo.

¿Dejaste de ser la misma persona para alguno de tus amigos?

Sí.

¿Y se resintió con algunos la relación?

Yo creo que sí. Los amigos de toda la vida a mí me conocen como "el cholo", que hace ciertas cosas y de la noche a la mañana el cholo ya no está haciendo esas cosas. Ya no está tan mujeriego ya no está chupando tanto. Yo me fui para adentro. Después decidí qué cosas me encantaban del cholo y que cosas me encantan del Roberto de hoy y quise conjugarlas.

¿Antes eras más frívolo?

Sí, era más frívolo.

¿Te ves en el futuro haciendo conferencias?

Desde que me dio cáncer hago charlas y lo paso súper bien. Antes del cáncer el legado que deja uno en la vida lo veía súper lejano.

Y era seguramente una empresa.

Claro, alguna cuestión así. Aprendí que el legado no hay que dejarlo muerto, hay que generar impactos en la gente, en vida y yo me he dedicado a eso. Muerto no sirvo mucho. Por eso escribí el libro. Y por eso también mis relaciones personales son súper honestas. Busco tener un buen canal de conversación, un canal abierto, donde las emociones tengan espacio.

¿No eras así antes?

No. Era más frío.

Hubo cuatro versiones del libro. Las primeras las escribió desde la rabia. La final, más amorosa y neutral, emergió de una conversación con su padre, cuando entendió el dolor que esto le había causado a su familia.

CUATRO VERSIONES

Este libro no hubiera sido escrito si no fuera por un encuentro fortuito. Fue en la sala de espera cuando aguardaba para hacerse una mamografía. ¡Una mamografía! Jajaja... Yo no podía creerlo ¿Hasta dónde llegaría esto del cáncer? Ahora tenía que ir a poner mi pecho en una máquina que aplasta las pechugas para ver si tenía un tumor metastásico en esa zona. Sentí cierta vergüenza, era el único hombre sentado en aquella sala de espera.

Ahí sentada, también estaba Loreto Agurto quien se le acercó. "Oye , tú eres Roberto Ibáñez, ¿no? "Sí, soy yo, le respondí, todavía incrédulo de que alguien me hubiera reconocido a la salida de mi mamografía. Ella siguió hablando: "Soy la Loreto Agurto, la amiga de tu mamá a la que no querías conocer. Sorry que te pare así".

Era la persona con melanoma que su madre le había pedido tantas veces que contactara para que le hablara de su experiencia, a lo que él se había negado tenaz.

No me quedó más remedio que aceptar que algo mágico estaba pasando y me di el espacio para conversar con ella. Me contó rápidamente su experiencia y me dijo que estaba al tanto de mi caso. Mientras me hablaba me miraba con una sonrisa que transmitía puro cariño y amor. Por primera vez sonreí y me dije: "Aquí hay alguien que ha pasado por lo mismo que yo y se ve feliz".

Sus largas conversaciones con Loreto Agurto le cambiaron su mirada a una más positiva. Entendí que yo también tenía que hacer un cambio radical. E, inspirado en ella, corrió a escribir un texto que envió a varias revistas, pero en cada una fue rechazado. Fue considerado "sentimental". "Pero lo mejor que me pueden hacer es decirme que algo no se puede hacer", dice. Emergió su espíritu emprendedor y se largó a escribir un libro. Un libro que escribió cuatro veces.

¿Por qué?

Porque al principio tenía mucha rabia, después un poquito más de entendimiento. A medida de que iba teniendo cierta madurez, lo leía y decía, cresta, este no soy yo, una persona que estaba muy metida, ensimismada en algo. Hoy no soy esta persona. Además, aunque tuve rabia, siempre dije: yo no voy a publicar una cuestión que dañe a alguien. Tenía rabia, no sé, contra el modus operandi de las clínicas, de los doctores, de mi familia. Y al final, de qué sirve: estoy vivo, me operaron, salí bien.

El último borrador lo cambió después de una larga conversación con su padre, quien le hizo ver que solo contaba la historia desde su punto de vista sin tomar en cuenta el sufrimiento de su familia. "Ahí empecé a contrarrestar lo que a mí me pasaba con lo que a ellos les pasaba. Y decirle al paciente: oye es normal que tú sientas algo, pero también preocúpate de averiguar qué le está pasando a la otra persona".

¿Te dolió esa crítica de tu padre?

No, al revés, es lo que yo quería que pasara. Además, si me pongo a vivir hacia el atrás, es recordar el pasado y hoy el presente de la familia está increíble. Si dependiera del pasado diría: oh, me pasó esto, me pasó lo otro y al revés. Obviamente mis papás tenían una forma de hacer las cosas y yo como cabro chico no la entendía y esa forma me daba rabia, pero después cuando más grande te das cuenta de que en el fondo es porque querían lo mejor para ti y porque querían educarte bien o que estuvieses contento, o protegerte. Cuando te das cuenta de eso, dices bacán. Está perfecto.

Loreto Agurto, la que inspiró este libro, no sobrevivió al melanoma. Roberto Ibáñez lleva cuatro años sano, pero no lo darán de alta hasta cuando cumpla diez. Mientras tanto vive en la incertidumbre de las probabilidades: 80% de que no vuelva, 20% que sí. "Pero yo elegí vivir en el 80%", dice. Aún así, cada vez que va a la clínica a hacerse el PET CT, ese examen que revela si el melanoma ha regresado, llora. "La idea de que me puedan volver a encontrar cáncer con toda esta cuestión positiva que me está pasando, con todo este cambio buena onda en que estoy empezando a vivir la vida desde otro punto de vista, me da miedo", dice. Dentro de la máquina intenta olvidar dónde se encuentra. "Digo, no estoy aquí, estoy corriendo en la playa. Siento que me desdoblo".

Hace dos años, además, encontró a una mujer. Se enamoró. "Me caso en abril". Le pidió matrimonio en un cerro en Matanzas donde tiene la casa que se construyó para reconectarse consigo mismo.

¿No te lo cuestionaste?

Obvio que me lo cuestioné, es una etapa más de la vida, es pasar de un estado a otro. Antes me costaba mucho más pasar de un estado a otro. Hoy un poco menos.

Sonríe. Se para y entra en la casa, vuelve con un frasco de píldoras. Son de concentrado de albahaca.

Esto te va a ayudar para el resfrío. Tres en la mañana, tres en la tarde. ¿Te muestro la cicatriz?

Claro.

Se saca la camisa y muestra en su hombro derecho un enjambre de surcos. Las marcas desesperadas que dejó el cirujano en un paciente grave. Las marcas desesperadas de un hombre que volvió a vivir.