La familia atípica de un puntaje nacional

Alejandro Araya I.

En la última PSU Alexis Castillo (18) sacó puntaje nacional en Matemáticas e ingresó a Medicina en la Universidad de Chile. El estudiante, uno de los 220 con mejor rendimiento del país, es el hijo mayor de una familia atípica: tiene dos madres, Marcela Miranda y Marcela Riquelme, lesbianas, profesionales y orgullosas apoderadas de Rancagua. Pero también mantiene una relación cariñosa con su padre, quien respeta y acepta la nueva realidad de su ex mujer e hijos. Esta es la historia de cómo se construyó esta familia diferente.




Paula 1144. Sábado 29 de marzo de 2014.

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La profesora de Educación Física, Marcela Miranda (izq), mamá biológica de Alexis y Sofía (9), en la casa que comparte hace 8 años con su pareja, la abogada Marcela Riquelme, segunda madre de los niños.

A fines de diciembre de 2013 se conocieron los resultados de la PSU y Alexis Castillo (18) celebró con su familia: fue uno de los 220 puntajes nacionales. Sacó 850, la máxima puntuación en Matemáticas, y 799 en Ciencias, un puntaje que le permitía ingresar a la carrera de sus sueños en la universidad que él tanto quería: Medicina en la Universidad de Chile. Esa noche fue con sus dos madres y su hermana chica a una famosa pizzería de Rancagua y comió su plato favorito, fettuccini con salsa Alfredo. Los mozos, que lo conocen desde niño, le regalaron un postre con la dedicatoria 'Muchas felicidades'. Ese día fue inolvidable. Incluso fueron a su casa a entrevistarlo para el diario local El Libertador. Y así, el 28 de diciembre de 2013, en primera plana, apareció Alexis junto a Marcela Miranda, su madre biológica, y Marcela Riquelme, su segunda mamá, posando en el diario. "Fue nuestro minuto de la fama", dice Alexis riendo.

Marcela Miranda, 42 años, la madre biológica de Alexis, es profesora de Educación Física, separada y madre de dos hijos: Alexis y Sofía, de 9 años. Vive en una casa de dos pisos con piscina, parrilla, dos perros, dos gatos y tres tortugas en un barrio residencial de Rancagua. Desde hace 8 años comparte esta casa con su pareja: Marcela Riquelme, de 41 años, abogada. Para distinguirlas, sus hijos las llaman, respectivamente, "Mamá" y "Momo". O en plural: "las mamás". Las dos usan en su dedo anular izquierdo anillos que tienen grabado en la cara interior sus nombres: "Marcela R" y "Marcela M". "Esperamos que algún día podamos grabarles la fecha", dice Marcela Riquelme, haciendo alusión a que le gustaría casarse con todas las de la ley con su pareja. La relación de ambas es conocida por su entorno más cercano: el padre de los niños, la nana, el pediatra, los profesores, los compañeros de sus hijos y también los apoderados saben que esta es una familia distinta. Y han aprendido a aceptarlo.

"No nos hemos escondido. Les hemos mostrado a todos que somos dos mamás comprometidas y responsables. Y que nuestro principal objetivo es que nuestros hijos estén bien. Alexis acaba de sacar puntaje nacional. Es una pequeña demostración de que en nuestra familia las cosas funcionan bien", dice Marcela Riquelme, la segunda mamá, quien, durante los días en que se realizó este reportaje, fue nombrada Seremi de Justicia de la Región de O'Higgins, y dimitió al cargo 24 horas después, cuando se dio a conocer un sumario abierto en su contra por la Defensoría Laboral de Rancagua donde ella trabajó los últimos tres años como abogada jefe. Paula intentó conocer el contenido del sumario, pero la respuesta de la Corporación de Asistencia Judicial, de quien depende la Defensoría, señaló que el sumario era secreto.

Dice Marcela, "en mi último trabajo sufrí hostigamiento, burlas homofóbicas; me prohibieron tener fotos de mis hijos en el escritorio. Por eso en octubre pasado tuve una licencia por estrés laboral; el mismo día que salí con licencia abrieron ese sumario", explica. A su juicio, son las presiones homofóbicas las que incidieron en la acusación de la que está siendo parte. "He pagado un alto costo por no ocultar mi orientación sexual. La prueba más clara es que me vi forzada a dimitir solo 24 horas después de mi nombramiento", dice.

Las dos mujeres fueron las apoderadas de Alexis mientras estuvo en el colegio. Las dos lo acompañaron a postular a la universidad. Y las dos vinieron a dejarlo a Santiago días antes de que comenzara las clases de medicina en la universidad.

En los últimos meses la exposición pública de su condición de familia homoparental las sacó del pequeño círculo protegido al que estaban acostumbradas. "Nos demoramos dos meses en animarnos a contar nuestra historia porque nuestra primera preocupación siempre ha sido proteger a nuestros hijos. Decidimos hablar ahora porque queremos que ellos vivan en un país que reconozca nuestra familia", dice Marcela Miranda, la madre biológica.

EL ENCUENTRO

Hace 9 años, Marcela Miranda tenía 33 y estaba pasando por un proceso de quiebre con el padre de sus dos hijos, con el que vivía hace 12 años, pero el último lo habían pasado en situación de separados puertas adentro. Aunque toda su vida fue heterosexual, había sentido atracción hacia otras mujeres, pero nunca se había atrevido a explorar esa opción. En cambio, Marcela Riquelme (Momo), quien entonces era abogada de la Defensoría Ciudadana de la Municipalidad, era lesbiana asumida desde que salió de la universidad. A sus 32 años soñaba establecerse con una mujer y, de alguna manera, tener hijos. Pero no se imaginaba embarazada de algún amigo, o por medio de inseminación artificial. "Me daba susto en una ciudad chica como Rancagua. Por eso veía casi imposible desarrollar mis ganas de ser mamá y tener una familia", dice.

Ese año Marcela Miranda entró a trabajar como encargada del programa Comuna Segura en la Municipalidad de Rancagua: ahí se conocieron y les tocó trabajar juntas. La química fue inmediata. "Nos hicimos muy amigas", cuenta Momo. "A los vecinos les encantaban las charlas de educación ciudadana que hacíamos juntas, porque teníamos ese feeling en que una tiraba una talla y la otra la contestaba altiro. Me presentó a sus hijos y empezamos a hacer panoramas juntos. Con Alexis, que tenía 9, tuvimos mucha complicidad, y con la Sofía, que era guagüita, fue amor a primera vista. Con Marcela nos buscábamos siempre, había una necesidad cada vez mayor de vernos y una atracción tan poderosa, que si seguíamos así, íbamos derecho a tener una relación". Sin embargo, implicaba un cambio de vida tan radical que asustaba a Marcela Miranda, la mamá biológica de los niños.

Pasaron varios meses en ese tira y afloja, hasta que un día, después de tomar varios pisco sour, Momo se envalentonó y le dio un beso. "Desde que empezamos a estar juntas, ya no hubo vuelta atrás. Nos enamoramos hasta las patas y ya no nos separamos más", dice Marcela Miranda. "Aunque estaba aterrada, tenía claro que quería hacer mi vida con ella y con los niños".

A los pocos días, Marcela Miranda les contó a sus padres, hermana y al padre de los niños de esta relación sentimental con otra mujer y les explicó que era una relación seria. Ninguno se lo tomó bien. Su ex pareja le dijo que si quería irse con los niños, que se fuera, pero la casa era de él. Su mamá le pedía que lo reconsiderara, que no se separara. "Por los hijos uno tiene que aguantar", le decía. Pero ellas estaban decididas a seguir adelante.

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"Para mis papás fue desconcertante, porque ellos son una familia tradicional de Rengo", dice Marcela Miranda. "Mi papá todavía presenta a Momo como su sobrina. Les asusta la exposición que hemos tenido en el último tiempo. Pero nunca dejaron de ser cariñosos con nosotras y han ido aceptando nuestra relación en la medida que han visto a los niños y a mí felices", agrega la madre biológica.

Lo que más las preocupaba era cómo se lo tomaría Alexis, que entonces tenía 9 años. "En un comienzo lo más difícil para él fue que dejó de vivir con su papá. Eso le costó. Por eso dedicamos varios meses a preparar una casa, para que al menos este nuevo lugar donde viviríamos con Momo fuera un lugar bonito y acogedor para ellos. Por primera vez cada niño tendría su propia pieza", explica la madre biológica.

Eligieron una casa muy cerca del padre de los niños, y del colegio. La pieza de Alexis la pintaron azul con naves espaciales, y la de Sofía, rosada, con una cama con un refalín.

Después de seis meses Marcela se mudó a esa casa con sus hijos y su nana. "A nuestra nana y a las dos que siguieron no fue necesario explicitarles. Ellas solas se dieron cuenta al ver que dormíamos en la pieza matrimonial. Siguieron siendo igual de amorosas", dice Marcela Riquelme, la segunda mamá.

Marcela Miranda de inmediato hizo a su pareja partícipe en la crianza. De vivir sola y sin hijos, de un día para otro Marcela Riquelme se encontró en una casa llena de juguetes y películas infantiles, mudando, bañando y revisando tareas. "Fue una experiencia preciosa ir creando una relación con los niños. Con el Alexis hay una relación de alta complicidad y de admiración mutua, de contarnos cosas, leer, discutir. Y con la Sofía, es puro regaloneo, porque la conocí cuando era guagua. Ella es una niña muy cariñosa, exquisita. Los quiero como si fueran mis propios hijos", dice Marcela Riquelme.

El padre de los niños no estaba contento al comienzo con este cambio. A los dos meses de que las mujeres vivían juntas con los niños, amenazó con poner una demanda para pelear la tuición. Marcela Miranda se alarmó. "Existía el precedente de Karen Atala, la jueza lesbiana que perdió la tuición de sus hijos por causa de su orientación sexual en 2004. Por eso lo conversamos fríamente con Marcela y nuestra decisión fue que si llegaba a ser necesario nos separaríamos o viviríamos en distintas casas, pero no pondríamos en riesgo el perder el cuidado de los niños", relata la madre biológica.

Finalmente, el padre de los niños no concretó su amenaza. Y ellas, para calmar las aguas, mantuvieron con él una relación de puertas abiertas: hasta hoy, puede llamar y visitar a sus hijos cuando quiera. "Tenemos un acuerdo de palabra en cuanto a la pensión de alimentos de los niños. Nosotras costeamos de manera constante los gastos y él aporta cuando puede. De alguna manera, ese acuerdo nos permite vivir en paz. Y tiene una buena relación con los niños, que es lo importante", dice la madre biológica.

CONTARLES A LOS NIÑOS

Un mes después de vivir todos juntos hablaron con Alexis, que tenía 9 años. "Pensamos ingenuamente que se había dado cuenta solo, pero no fue así", recuerdan las mujeres. Y decidieron tantear terreno. Le pidieron que definiera la relación que tenían las dos mujeres.

–Tú eres la mejor amiga de la mamá –respondió Alexis– son amigas. ¡Pero súper, súper amigas!

–¿Y nada más?

Ahí el niño dudó.

–No. ¿O sí..?

Y miró con cara de interrogación a su mamá. Marcela le dijo con tono suave que ellas eran una pareja porque se amaban y querían estar juntas. Alexis comenzó a llorar. Entonces Momo salió de la pieza para que Marcela pudiera contenerlo. Él le reprochó que le hubiera mentido. "¿Por qué no me dijiste?", le reclamó. Ese día Alexis quedó enojado.

Al día siguiente, el niño se levantó y fue directo a abrazar a la pareja de su madre, a Momo. Le dijo que igual seguía medio enojado porque no le habían contado desde un principio, pero que él ya la quería y no podía dejar de quererla.

Alexis recuerda ese momento: "Igual era chico y fue chocante cuando me dijeron. Pero después me di cuenta que no cambiaba en nada el amor ni la relación que teníamos", dice.

Con Sofía fue distinto porque tenía un año. "Ella asumió siempre que las dos somos sus mamás, y que también tiene un papá que vive en otra casa. Le explicamos desde muy chica que habían muchos tipos de familias y se lo tomó con naturalidad", dice la madre biológica.

Con la espontaneidad de los niños, apenas aprendió a hablar, Sofía contaba en todas partes –en un restorán, en la plaza, en un mall– que tenía dos madres. Las Marcelas, que evitaban tener demostraciones de afecto en lugares públicos, más de una vez se sintieron incómodas por la soltura con que la niña se refería a la relación de ellas.

"Al principio le pedíamos a nuestros hijos que mantuvieran nuestra relación como un secreto. Teníamos miedo de que trataran mal a los niños si lo contaban", dicen las madres.

Este temor se disipó en 2010, cuando participaron de un encuentro de familias lesboparentales en el Cajón del Maipo. "A ese encuentro llegaron 40 familias formadas por parejas de lesbianas con sus hijos. Nos ayudó conocer a otras familias como la nuestra. Fue una forma de encontrar pares e intercambiar inquietudes, experiencias comunes", cuenta Momo.

En aquel encuentro un sicólogo les dijo que era un error pedirles a los niños que guardaran silencio, porque les estaban haciendo sentir que la relación de sus mamás era algo malo. "¡Nos dimos cuenta de que estábamos inhibiendo a nuestros hijos! Desde entonces los niños tienen permiso para contar a quien quieran cómo es su familia. Nos relajamos y dejamos de ocultarlo", dice Marcela Riquelme, la segunda mamá.

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Alexis recuerda el momento en que su madre le contó que Marcela era su pareja y no su mejor amiga: "yo era chico y fue chocante. Pero después me di cuenta que no cambiaba en nada el amor ni la relación que teníamos", dice.

LAS APODERADAS

Ese año decidieron cambiar a Alexis de colegio y transparentaron su situación al momento de postularlo. La madre biológica le explicó a la directora del colegio que ella iba a quedar inscrita como apoderado, pero que las dos irían juntas a las reuniones y firmarían la libreta y las pruebas. Como teléfonos de emergencia, dejaron anotados los de ambas mujeres.

"Fueron muy respetuosos: la directora, los profesores y apoderados. No nos pusieron ningún reparo", cuentan. Al año siguiente, también entró Sofía a prekínder. Momo y Marcela se turnaban para ir a dejar a los niños e iban juntas a todas las actividades del colegio. Para el Día de la Madre el colegio hace una misa, y todos los años las invitan a ambas y les entregan un regalo a cada una.

Alexis les contó a sus compañeros que era hijo de una familia homoparental. "Cuando ya les tenía más confianza les decía 'oye, tengo dos mamás' y ninguno dijo nada, para ellos es normal. Mis compañeros las quieren caleta, para ellos son la tía Momo y la tía Marce", dice.

La casa de Marcela y Momo se transformó en centro de reuniones de los amigos del colegio de Alexis. Mientras los hijos jugaban playstation, los papás se sentaban a tomar pisco sour y disfrutar los asados de Momo, que es buena parrillera. Se hicieron muy amigas con ese grupo de papás del curso. "Para ellos, somos una pareja más", dice Marcela Riquelme.

Las dos son apoderadas activas. El año pasado, cuando Alexis estaba en cuarto medio, su mamá biológica fue la presidenta de los apoderados del curso, mientras que su otra mamá fue presidenta del curso de Sofía, que está en cuarto básico.

El único momento tenso fue a fines del año pasado, cuando Sofía llegó a la casa muy afectada porque un compañero se burló y le dijo que era imposible que tuviera dos mamás. "Le decía que podía tener una mamá y una madrastra, pero no dos mamás. A ella le dio rabia, porque no supo cómo rebatirle", dice Marcela Riquelme. Para resolverlo, le pidió permiso a la profesora para hablar con los apoderados y les explicó, al final de una reunión de curso, que ellas eran efectivamente dos mamás y que este tipo de burlas de los niños incomodaban a su hija. "Les pedí a los papás que así como el colegio encargaba para el verano que nuestros niños practicaran la lectura, también incluyéramos dentro de esos libros y conversaciones el tema del respeto a las distintas familias. Porque era nuestra responsabilidad como padres educar a niños tolerantes y respetuosos. Los papás nos apoyaron y se comprometieron a hablar con sus hijos".

LA PARTIDA DE UN HIJO

Domingo 2 de marzo. Falta una semana para que Alexis comience las clases en la Universidad de Chile. Sus dos madres y su hermana partieron temprano a la capital a dejarlo y a ayudarlo a instalarse en la casa de una tía. Le ayudaron a instalar la ropa en el clóset, lo acompañaron a hacer el recorrido en metro y micro hasta la Facultad de Medicina y también le organizaron un gran asado de despedida con sus amigos.

"Ahora viene una etapa difícil para nosotras, porque quedamos con el síndrome del nido vacío. ¡Lo echamos de menos!", dice la madre biológica,y la segunda mamá asiente.

En el fin de semana siguiente Alexis volvió a la casa con una carpeta llena de materiales de estudio para el semestre. Momo, como había hecho siempre en el colegio, empezó a perseguirlo con un calendario. "Tienes que dedicar tiempo hoy y mañana para estudiar", le ordenó. Su mamá biológica de inmediato matizó: "Alexis, tú decides si estudiar o no. Ahora vas a tener que hacerlo sin que nadie esté encima", le dijo.

"Es difícil dejar de meterse. Uno no quiere dejar de formar parte de su vida. Y, si una mamá es hinchapelotas, ¡imagínate dos! Ahora estamos aprendiendo a dejarlo ir", dice Marcela Riquelme, Momo, la segunda mamá.

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*PREMIO A LA DIFERENCIA

El 18 de marzo las dos Marcela recibieron un premio de Todo Mejora, –fundación dedicada a prevenir el bullying homofóbico–, por visibilizar a las familias diversas. Sin embargo, ellas creen que en la sociedad chilena falta mucho camino por recorrer.

"Nuestros temores se van a disipar en la medida en que nuestro país también tenga una legislación que nos reconozca. Nosotras somos pareja, apoderadas de los niños, pero para el Estado no somos nada", dice Marcela Riquelme. "Yo me desvivo por los niños, he sido tan parte de su crianza como la Marcela, que es su mamá biológica. Pero legalmente no tengo ningún vínculo con ellos. Cuando la Sofía estuvo hospitalizada de virus sincicial a los 3 años, no pude entrar a verla porque según la ley no soy su mamá, y fue doloroso. Los niños no pueden ser carga mía previsional. Y si algún día le pasara algo a su mamá biológica, el padre legítimamente podría reclamar la tuición y ante el tribunal yo no tendría ningún derecho", reflexiona Marcela Riquelme, minutos antes de la premiación.

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