Paula 1190. Sábado 2 de enero de 2016.

Polonia Vargas, pelo tomado, lentes y bototos, no tiene ni una pizca de maquillaje. Hincada frente al lavamanos, escudriña con sus yemas teñidas de negro las tuberías de una casa en Las Condes. Revisa la llave de agua, el wáter y le dice su diagnóstico a la dueña de casa: "Hay que cambiar la llave, este estanque hay que sacarlo y si quiere sacar la ducha le ponemos dos tapones".

Polonia es una de las pocas mujeres gásfiter en Chile. Tiene 40 años, 2 hijos y es separada. Armó una pyme llamada Polos que presta servicio de gasfitería y que maneja sola. Vestida de overol y con su caja de herramientas llega muchas veces en una bicicleta eléctrica o en su Fiat a arreglar cifones, calefón y tuberías. "No es como los maestros chasquilla que dan una solución parche y se van. Es muy profesional y cuidadosa. Que sea mujer me da confianza", dice Gabriela Harsanyi, la clienta donde Polonia trabaja esta mañana.

Polonia nunca imaginó que iba a terminar siendo gásfiter. Siempre le han gustado las herramientas, incluso alguna vez le pidió de regalo a su ex marido –cuando aún estaban juntos– un taladro para Navidad. También era ella quien arreglaba las fallas de su casa con manual en mano. Pero jamás pensó que se dedicaría a eso. Para darse cuenta de que esta era su pasión, tuvo que recorrer un largo trecho.

DE MINI FALDA A OVEROL

Polonia pasó la mitad de su infancia viviendo en la casa donde su mamá trabajaba puertas adentro. Una madre que siempre le decía: "El mundo no termina en tu nariz, tú puedes hacer todo lo que quieras. No tienes que tenerle miedo al género ni sentirte menos por ser hija de la nana. Lo puedes lograr". La pequeña Polonia de siete años asentía con los ojos bien abiertos.

Terminó su enseñanza media en un liceo técnico con mención en ventas y publicidad de Talagante. Mientras estudiaba, hizo múltiples trabajos para ayudar en su casa: en una fábrica de helados, revelando fotos, vendiendo huevos y cigarros.

Cuando salió del colegio agarró sus maletas y se vino a probar suerte a Santiago. Tuvo varios trabajos pasajeros, hasta que se metió de lleno a trabajar en ventas de departamentos. Y así conoció a su ex marido, un arquitecto con quien tuvo dos hijos: Luna y Sebastián. Vivían en una casa en Peñaflor, rodeada de naturaleza, y Polonia cuidaba a sus hijos.

Todo iba viento en popa, cuando en 2006 el dueño de la constructora estafó a su pareja. Antes de que alcanzaran a embargarles la casa, ella empezó a trabajar el día completo en una tienda de ropa usada mientras su marido cuidaba la casa y a sus hijos. Pero el cambio de roles no funcionó. "Él no estaba acostumbrado a no ser proveedor, quería que yo estuviera en la casa. Le afectó profundamente", dice hoy Polonia. La relación se fue a pique y un día Polonia dejó a su marido y partió, con un niño en cada mano y cuarenta mil pesos en los bolsillos.

Pero salir adelante no fue fácil. Tenía que dejar solos en la tarde a sus hijos en el departamento para poder ir a trabajar. Se las arreglaba con 400 mil pesos. Pasó tres años sin comprarse un par de zapatos. Recibía ropa vieja que le regalaba gente del trabajo y para aplacar las ganas de sus niños de ir al cine, compraba un par de películas pirata y hacía cabritas caseras. La situación ya no era sostenible, por eso cuando la condición económica de su ex marido mejoró, sus dos hijos se fueron a vivir con él. Ahí Polonia tocó fondo. Se deprimió. Hasta que un día de 2012 decidió hacer algo para cambiar las cosas: buscó una capacitación gratuita.

16 DIPLOMAS

En una revista vio el anuncio de un curso gratis de dirigente sindical en la fundación Trabajo Para un Hermano. La malla curricular incluía leyes laborales y sistema de previsión. Se matriculó y empezó a estudiar todos los días después del trabajo que tenía por ese entonces en un banco. Fue la mejor alumna, tenía puros 7 y los profesores la adoraban. "En la fundación vieron mi potencial y me dijeron que tenía que seguir estudiando", cuenta. Entusiasmada, Polonia decidió meterse a más cursos, "aunque fuera para tallar palitos de fósforo".

En eso iniciaron las postulaciones para un curso de albañilería y resvestimiento en el IP Chile y Polonia se inscribió. Había empezado recién, cuando le hablaron del Instituto de Formación y Capacitación Popular (Infocap). Buscó en internet los oficios que enseñaban y sus ojos se posaron en uno: Instalaciones sanitarias y de gas. "Y si soy gásfiter?", pensó. Y agrega: "Me gustó altiro. Es lo mío".

Pero reconoce que le costó. Para mejorar pidió trabajar en una tienda de repuestos: barría a cambio de que la dejaran mirar y preguntar el uso de cada cosa. Los contenidos teóricos los repasaba todos los días hasta la madrugada. Pero las herramientas, en cambio, eran su debilidad. Se enfrascaba horas revisando los últimos modelos en las revistas de construcción y, hasta hoy, le fascina vitrinear los corredores de las grandes ferreterías; ahí se siente como un niño en un patio lleno de juguetes.

En 2013 postuló un proyecto al concurso Impulsa, de la municipalidad de Santiago. La idea era simple: Polonia Vargas recorría el barrio República sobre una bicicleta eléctrica y su caja de herramientas prestando servicios básicos de gasfitería a los vecinos, como cambiar llaves o arreglar cifones. Para ganar el millón de pesos de Impulsa debía destacar en una capacitación previa sobre negocios. Ahí se dio cuenta de que no bastaba con el oficio, sino que tenía que aprender a ser empresaria y se metió a una capacitación de contabilidad. De 9:00 a 13:40 hrs estudiaba contabilidad, de 14:15 a 18:00 estaba en el curso de Impulsa y a las 19:20 entraba a Infocap. Con suerte alcanzaba a almorzar una manzana y un huevo duro en el Metro, pero estaba fascinada, se sentía como una esponja que absorbía conocimiento.

El primer trabajo de gásfiter que tuvo fue cambiar un cifón en la casa de un conocido, por lo que cobró cinco mil pesos. Su caja de herramientas contenía lo básico: un alicate, un par de destornilladores, un martillo y una llave francesa.

A fines de ese 2013 ganó el concurso Impulsa y le cambió la vida. Se subió a una bicicleta eléctrica y empezó a recorrer su barrio prestando servicios de gasfitería. En 2014 ganó un Capital Abeja de Sercotec para formar una pyme. Era un millón y medio, y con ese dinero más algunos ahorros creó Polos Ltda, pyme que maneja sola desde su departamento y que hoy tiene un capital de 5 millones de pesos. El logo es una llave inglesa a modo de letra P con fondo rosado.

Polonia ha realizado en total 16 cursos gratuitos en los últimos años y tiene un diploma de cada uno: capacitaciones en distintos ámbitos de la gasfitería, cursos computacionales y de administración de empresas. El año pasado hizo uno en la fundación Promoción y Desarrollo de la Mujer (Prodemu) en que le enseñaron desde el empoderamiento de la mujer hasta contabilidad. "Ahí te alientan a seguir adelante", dice.

El último curso que hizo fue de relatoría, que le permite dictar clases en su rubro y que puso en práctica en 2015, luego de que en Infocap le ofrecieran ser instructora de Instalaciones sanitarias y de gas. Así, Polonia Vargas se convirtió en la primera mujer en impartir clases en el ámbito de construcción en los treinta años de vida de la institución. Está dichosa.

Por su historia de esfuerzo, ha salido en las noticias y en un programa de televisión por cable, en matinales y en el diario. Desde las apariciones que ha tenido en los medios le llueve pega. Por eso, una de sus amigas le puso "Gas Star".

MANIPULAR UN CIFÓN

A las 19.20 horas en punto de un viernes Polonia entra a la sala de clases y saluda a los quince alumnos, que tienen desde 25 a 64 años, que la esperan de pie junto a las mesas de trabajo en Infocap. Y dice:

– Seguimos con el cálculo de pérdida de agua. Saquen los cuadernos, vamos a ir por grupo resolviendo dudas. Don Juan, hoy día vamos a ponernos las pilas porque esta materia es media complicada, ¿ya? Y usted don Hernán, ¿cómo va por acá?, ¿ya entiende cómo se maneja la tabla?

La tabla de la que habla Polonia está dibujada a tiza en el pizarrón verde. Tiene una serie de símbolos y operaciones matemáticas que indican la pérdida de presión en la instalación de una red de agua. "Según los artefactos que usted tiene en su casa, se va perdiendo presión, en el último artefacto sale muy poquita agua. Esto es para ver si se necesita un nuevo medidor o agrandar las tuberías", explica de manera pedagógica Polonia y continúa con su recorrido saludando a los alumnos de beso en la mejilla.

Después de revisar uno por uno los ejercicios, los invita a visitar el Taller Tres, de instalaciones de gas. La clase se desarrolla en una sala llena de calefones. En los dos cursos, que suman cerca de 35 personas, hay solo cuatro alumnas mujeres.

– ¡Aquí cambiaron la minifalda por el overol!, dice el profesor del Taller Tres, riendo.

Las cuatro alumnas ríen con él, pero cuentan, ahora serias, que no ha sido fácil. Dicen que muchos compañeros son pesados, no las ayudan, les dicen que no saben, que no pueden. Tiran bromas como que ellas van a instalar puros calefones de cinco litros, esos bien chicos. Incluso, las recriminan por estar quitándoles la pega.

–El hombre siente que la mujer está entrando en su espacio. El otro día fui a destapar un baño a una oficina y un señor dijo: "Las mujeres nos están cagando en todo". Me sentí mal, cuenta Clara Rojas, una de las alumnas.

– Como que uno les está haciendo la collera, dice Ximena Vera, otra estudiante.

– "Usted no le está haciendo la collera a nadie, usted está haciendo un trabajo y el trabajo no tiene género". Eso se los voy a meter en la cabeza¬, interviene Polonia.

"Ser mujer gásfiter tiene sus ventajas: Las señoras que tienen hijas me dicen que están más tranquilas con una mujer, me dejan hasta las llaves de su casa. También aprecian que me preocupe de dejarles el lugar funcionando y limpio".

Polonia pasó por lo mismo que cuentan las alumnas. Recuerda que le decían insultos horribles y que un compañero hasta la tironeó una vez cuando estudiaba en Infocap. Lloraba en los recreos y llegó a tener crisis de pánico. Después de sufrir los primeros meses, dijo basta. Descubrió que la única manera de adentrarse en tierra de hombres era convertirse en una mujer fuerte y decidida.

"La mayoría de los gásfiter son hombres y es cierto que las mujeres tienen desventajas en términos de fuerza física: manipular un calefón, por ejemplo, no es nada sencillo", explica.

Pero asegura que con el tiempo se dio cuenta de que ser mujer tiene otras ventajas. "A la gente le gusta que sea mujer, hasta me dejan las llaves de la casa. Las señoras que tienen hijas me dicen que están más tranquilas conmigo. También aprecian que me preocupe de dejar el lugar funcionando y limpio", dice.

Y hace una reflexión final: "Cuando era chica, recuerdo, miraba a las niñas lindas que aparecían en la Revista Paula y quería ser como ellas. Ahora, saber que voy a aparecer en la revista por mi inteligencia y esfuerzo, y no por mi belleza, me enorgullece mucho más".

De la pared de oficina cuelga la imagen de un cerebro rosado enmarcada donde se lee: "Esto es lo que te hace linda".