“A pocos días del Día de la Madre, y habiendo reflexionado durante horas, llegué a la conclusión de que odio ese día. No siempre fue así, hasta la adolescencia, más o menos, me preocupaba del regalo, quizás de hacer un desayuno especial o algo para la once.

Este año, en cambio, los días previos al domingo estuve tiempo pensando en qué regalarle a mi mamá. Entre que no tenía mucha plata y que no sentía motivación. Esa sensación de guata que te paraliza.

Ha sido un camino largo darme cuenta de las heridas que tengo por mis padres, actualmente

estoy en el proceso de enfrentar esas heridas para poder avanzar, para dejar de tener miedo.

Así que pensé en ser “una miserable” y regalarle una foto enmarcada nuestra que le robé. Es de mis fotos favoritas con ella. Ahí debo tener menos de un año, tengo muchos rulitos y la nariz respingada de un duencecillo; también las mismas mejillas demasiado llenas que me han acompañado estos 28 años. Salgo con la boca abierta y estoy de perfil acercándome a darle un beso. Ella está de perfil también y se ve tan bonita, puedo presentir que hasta se sentía feliz.

Ella siempre me ha dicho que quería tenerme. En sus palabras, siempre quiso ser mamá. Aún así, me doy el lujo de dudar. Pienso que de haber tenido más oportunidades no se habría casado a los 19 años prácticamente con un desconocido, ni se habría dedicado a criar a esa edad.

En la foto estira sus labios para darme un beso, su nariz es bonita, no como la mía, pero su pelo es el mismo que el mío: rebelde, tierno, delgado y suave, se ve como una nube castaña.

Es mi foto favorita de nosotras porque sé que en ese entonces nos amábamos con locura. Sé que en ese tiempo ella tenía sólo 20 años y se estaba haciendo cargo de una bebé, una casa y un esposo al que había que alimentar cada vez que llegaba después del trabajo.

Yo ahora tengo 28 años, mi mamá a los 28 tenía dos hijas, un hijo en el vientre y su matrimonio se desmoronaba.

Yo ahora tengo 28 años y tengo dos gatos que trato como hijos, pero la maternidad me asusta y al mismo tiempo me genera mucha curiosidad y respeto.

Ya no vivo en su casa. Meses antes de irme, escribí en mi diario que no sentía que era parte de ese hogar.

Siento que la vida y las viejas heridas generaron una grieta entre mi mamá y yo, y me da pena, porque no tengo el corazón para trabajar en unirnos. Estoy más cómoda en la distancia, hablando de vez en cuando por WhatsApp y visitándola poco.

Pero la amo, es solo que duele demasiado.

Ese día que estaba buscando el regalo, en un momento me sentí abrumada y salí al balcón del departamento para despejarme, con la foto enmarcada en mis manos. La calma vino en forma de un llanto suave que luego se convirtió en una lluvia incontrolable que ya, poco a poco, va bajando a medida que escribo esto.

¿Qué nota o carta debería haber acompañado el cuestionable regalo? Si siento tanto dolor, si tengo tantas heridas, si tengo que tomar pastillas para poder “funcionar”, si tengo miedo siempre.

En la casa de mi mamá, uno nunca sabía si iba a terminar gritando por la ventana pidiendo ayuda, marcando el 133, o interponiéndose entre mi papá y ella para defenderla. Él siempre fue violento y ella siempre aguantó. Mi psiquiatra me ha dicho que, aunque ya no vivo en esa casa, aunque mi papá ya no está en nuestras vidas, es como si yo aún estuviera ahí, vivo con el miedo del pasado, de la violencia.

Creo que solo le diré esto, que en cierto aspecto, es verdad:

Te amo mamá, siempre lo haré y te agradezco cuidarme y criarme a pesar de las dificultades. No te preocupes por mí, yo estoy bien”.

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