Paula 1192. Sábado 30 de enero de 2016.
En las fotos en que se ve a Sebastián Dávalos leyendo su discurso de renuncia a la Dirección Sociocultural de La Moneda, en febrero de 2015, tras el escándalo por el caso Caval, aparece atrás, en segundo plano, de ajustado vestido blanco y hawaianas negras, mirándolo consternada, apenada, afligida, quizás demasiado consternada, apenada y afligida, Érika Silva. Pero nadie la notó entonces.
Marzo de 2014. Como suele hacerlo cuando va al centro, Érika se toma la micro 121 desde Pedro Aguirre Cerda, a pocas cuadras de la población La Victoria, donde vive en una casa modesta junto a su marido y su hija, vestida como siempre, de jeans, blusón y hawaianas. Se baja y camina hasta el restorán Blue Jar, ese enclave gourmet en el centro cívico justo frente a La Moneda donde la ha citado Sebastián Dávalos, el hijo de la Presidenta, su nuevo amigo, su compañero de curso en el magíster de Gobierno en la Universidad de Chile, con la excusa de que hablarían de un proyecto sobre inclusión educativa. Pero nada de eso pasa. Érika recuerda ese diálogo:
–Voy a ser el primer damo.
–Me estái hueviando, dime ¿dónde?, ¿dónde está la cámara?
–No, si la Presidenta me dijo que necesita a alguien de su confianza y acepté.
–Pero todos te van a hueviar, Seba...
–No, si no te llamé para eso, te llamé porque voh vai a ser mi jefa de gabinete.
Entonces Érika siente un zumbido en el oído y el mareo que precede a un desmayo.
–Cómo voy a ser tu jefa de gabinete si no tengo redes políticas. Te van a hacer bolsa y no voy a poder salvarte.
–Es que voh soy la única que me para el carro. Voh soy la única que me dice las cosas en la cara. Todos quieren poder y voh soy tan chanta que no querí ni poder. Necesito una mina que me mande a la chucha porque si no tengo a alguien así, esta cuestión no va a resultar.
Sobre el momento en que Dávalos le pide que sea su jefe de gabinete: "Me estaba diciendo que protegiera el lado más débil de la Presidenta. Lo sabía él, lo sabía todo el mundo".
¿Con ese vocabulario te pidió ser su jefa de gabinete?
Sí. Nos agarrábamos a las puras chuchadas, como si fuéramos amigos hombres.
Érika recuerda que en el restorán sentía que se iba a desvanecer. "Él me hablaba y yo pensaba en todo lo malo que podía pasar. Me estaba diciendo que protegiera el lado más débil de la Presidenta. Lo sabía él, lo sabía todo el mundo. Era cosa de leer los titulares", dice.
Para una militante tercerista del Partido Socialista desde los 14 años, una mujer de base, de dirigentes vecinales, de población, para quien Michelle Bachelet encarnaba un ídolo ("para mí Bachelet era todo"); una oportunidad para llegar a La Moneda a influir no era algo para pensar mucho, ni consultar con su marido, ni con su almohada, ni con nadie.
Érika relata el fin de aquella conversación en el Blue Jar.
–Ya. Bueno.
–Vamos a La Moneda a presentarte.
–Pero, mírame. Mira cómo estoy.
–¿Tú crees que a la Presidenta le va a importar?
Así, de jeans y hawaianas, fue su entrada a La Moneda. Tan improvisada como su salida, aunque esa fue un año después en vivo y en directo frente a las cámaras de televisión, y de tenida más formal, cuando sorprendió a los periodistas apostados en La Moneda con unas declaraciones destempladas, con el tono de voz que subía desde lo más grave al más tono más agudo, donde defendía a su amigo, Sebastián Dávalos, quien había renunciado tras el escándalo de Caval la empresa de su mujer, Natalia Compagnon. Una salida que la sacó del anonimato al mismo tiempo que la convirtió en un meme, en una máscara de Halloween, en una rutina de humorista, en una caricatura.
"LA LOCA DE LA MONEDA"
A un año del caso que obligó a Dávalos a renunciar y que también la afectó a ella, dice que quiere recuperar su dignidad. De jeans, polera verde y hawaianas, Érika Silva (41) abre la puerta de su casa color damasco un lunes al mediodía. En la reja del antejardín, como en todas las casas de la cuadra, cuelgan bolsas a la espera del camión de basura. Adentro, en medio del living de paredes amarillas hay una guitarra. Pasamos a la terraza. Hay una mesa, la casa del perro, herramientas, la lavadora de ropa, varias plantas, botellas vacías, un rincón para hacer compost, mosaicos. Ofrece café, –del verdadero, aclara–, como le enseñaron sus parientes que viven en Venezuela, mientras que en una olla a presión prepara sopa de lentejas para el almuerzo. Ha llegado su marido, Nelson Valencia. La guitarra del living es suya. Sus dotes de músico fue una de las cosas que le atrajeron de él cuando lo conoció a los 14 años, y él tenía 28. Iniciaron un pololeo resistido por sus padres, e incluso ilegal. A esa edad ella estudiaba en el Liceo Carmela Carvajal, y militaba en las juventudes socialistas y él –un obrero sin estudios y con un modesto trabajo en la fábrica de ceras Arela– era su dirigente. "Me hacía leer unas cuestiones de marxismo y leninismo que con los compañeros no entendíamos nada", recuerda. Pololeaban pero por seguridad no se sabían sus nombres ni direcciones, sino solo la chapa. Él era Bruno y ella Camila, como más tarde llamaron a su única hija, hoy estudiante de Diseño de la UDP. Érika vivió su infancia en Isla de Maipo en una casa que fue de seguridad durante la dictadura. Ahí estuvieron escondidos Camilo Escalona, y Elinett Wolff, entre otros. "Cuando ganó el No por tan poco, no lo podía creer, porque yo decía si todos odian a Pinochet, dónde está ese 44% de personas que nunca me he topado. Mi vida era gente de izquierda", dice. Estudió Párvulos becada en la Universidad Católica, pero nunca ha ejercido, siempre ha estado vinculada al sector público como especialista en e-learning. Su máximo orgullo son los telecentros, puntos con internet en barrios donde la red escasea.
Te convertiste en meme tras tu salida de la Moneda. ¿Cómo se sobrevive a eso?
Cuando pasó lo de los Lexus y después, cuando pasó lo de Caval yo le preguntaba a Dávalos "¿cómo lo haces para sobrevivir sicológicamente a la burlas, memes o mofas?". Él me dijo: "es que no veo prensa". Eso aísla. Si yo hubiera estado en su lugar probablemente habría caído en depresión profunda. Leer lo de Dávalos me generaba angustia y pena, así que no era difícil imaginar que si me ponía a leer lo que decían de mí, me iba a afectar. Cuando vi lo de mi salida de La Moneda cerré Facebook (tenía cientos de solicitudes de amistad) y Twitter y me fui a la casa de mis padres para esquivar a la prensa que estaba fuera de mi casa. Soy una mujer que sin pasos intermedios accedió al poder y que descubrió que ese poder lo ejercen personas de carne y hueso, con sus aciertos y sus errores. Evidencié que es imposible imaginar que cuando se gobierna se deja de ser madre, hija o hermana. Que los dolores y las alegrías afectan los roles que ocupamos. Corroboré lo que ya sabía: que la exposición mediática tiene costos.
Un youtuber subió el video de las declaraciones que dio a la prensa a su salida de La Moneda con la frase: "La loca de La Moneda". En él Érika se ve agitada mientras habla atropelladamente con los periodistas: "no saben lo cómodo que es ganar 3 millones 700 mil pesos y sentarse en la oficina de Allende; no saben para una socialista lo que eso significa, pero no hay nada mejor que decir la verdad. Sebastián Dávalos, lo dijo la Presidenta, fue imprudente. Sebastián Dávalos vino y renunció cuando asumió lo que podía provocar al gobierno. Pero Sebastián Dávalos no tenía por qué aguantar que ciertas cosas pasaran. Yo como su jefa de gabinete, ¡que no tengo ni una red política!, no quiero pasar a la historia como la jefa de gabinete de un hombre que se quedó taimado en Caburgua y que por eso no se vino. ¿Quieren que les dé una premicia? Creo que el señor Sebastián Peñailillo (sic) va a ser presidente en 15 años más. Creo que Sebastián Peñailillo (sic) no es un hombre malo. ¡Ay, perdón, Rodrigo Peñailillo! es un ministro que se equivocó y, ¿saben qué? Aquí somos todos humanos y nos podemos equivocar".
Hoy Érika dice sobre ese episodio: "Cuando la gente dice 'esta mina salió a hablar de La Moneda como loca'. No. Yo estaba como loca mucho antes", afirma.
¿De qué te arrepientes?
Creo que debí ser más rápida en reaccionar. También pienso que debí ser más hábil en la relación con los medios. No me arrepiento de nada.
¿Cómo te recuperaste anímicamente?
Descansé, estuve más tiempo con mi familia.
Se recuperó bordando junto a un grupo en el taller Memorarte, una comunidad de arpilleristas que rescata la técnica del bordado de la mujeres víctimas de la dictadura. También hizo clases en poblaciones, memoriales de mosaico, editó El valor de los nadie, libro escrito por su marido con testimonios de sobrevivientes de la dictadura de Pedro Aguirre Cerda, entró a un taller de baile nortino y practicó cueca brava. Volvió a militar en la base. "Esa fue mi terapia", dice. "Son mis espacios comunitarios, en donde soy una más dentro de un grupo, no soy la de La Moneda, no soy la cercana al poder, no soy la que hasta el cansancio sale en las noticias. Ahí soy una más", dice.
Cuando Érika Silva dice que estaba loca mucho antes de que saliera en la televisión, se refiere al momento en que estalla el caso Caval, tras la publicación de un artículo en la revista Qué Pasa. Estaba de vacaciones en Chiloé. Su jefe, Sebastián Dávalos, Natalia Compagnon y la Presidenta Bachelet estaban de vacaciones en el lago Caburgua. Previendo la gravedad del asunto, Érika inmediatamente regresó a La Moneda. El país estaba en manos del entonces ministro del Interior Rodrigo Peñailillo quien enviaba a la familia presidencial mensajes de tranquilidad, al mismo tiempo que Érika, dice, hacía todo lo contrario: llamaba y llamaba.
"Como se cortaba la comunicación con Sebastián, me conseguí el teléfono de Natalia, con quien no había hablado más que un hola cómo estás. Y le digo: 'pásame a la Presidenta...'. Te das cuenta que yo llamando a la Presidenta es una cuestión que no existe, es un peón llamando al rey. En mi desesperación decía: 'lo siento Natalia, pero me la tienes que pasar porque la Presidenta a mí me va a escuchar'".
"La Presidenta no se quedó en Caburgua porque quiso, sino que porque no tenía la información completa. Y cuando tu hijo político te dice que te quedes allá, te quedas allá (...). Hasta Sebastián le creyó a Peñailillo".
¿Por qué creías eso?
Me tenía pura fe, si estaba la embarrada. Era eso o me pego un disparo, porque ya se estaba quemando esta cuestión. Hablé con la Presidenta y sus palabras precisas fueron: "Parece que esto es más grave de lo que me han dicho". Nunca había hablado con la Presidenta, excepto para decirle buenos días.
Pasaste por encima del entonces ministro Peñailillo.
Claro, es que Peñailillo estaba en Rancagua entregando una cuestión a unas mujeres de la feria. Estaba la crema y él haciendo cuestiones nada que ver.
Érika Silva señala que, antes de dejar su cargo le entregó a Michelle Bachelet en persona y, en una única copia impresa, un informe pormenorizado de todo lo que sucedió durante esos días de febrero en La Moneda, cotejando lo que salía en la prensa con la agenda de Rodrigo Peñailillo.
¿Un informe que te pidió quién?
Nadie.
Después de mucho insistir consiguió una reunión a solas con Bachelet, cuando ella regresó a Santiago.
"La Presidenta me abrazó y fue heavy porque, si había dos personas que lo estaban pasando mal por el cariño hacia Sebastián Dávalos, eran ella y yo, nadie más. Entonces, le dije: 'no Presidenta, no vamos a hablar de lo que sentimos, sino nos vamos a poner a llorar las dos acá'. Estaba en la mejor situación para generar cualquier lazo que no corresponde. Estaba con David Bowie, estaba con mi ídola, pero hay una cuestión que se llama humanidad, dignidad y política. Encontré poco ético aprovecharme de un dolor compartido".
Érika relata que le entregó el informe. Recuerda así la conversación: "Le dije: Presidenta, quiero que sepa todo lo que pasó. Creo que aquí hay responsabilidades políticas y las tiene el ministro Peñailillo. Ella me respondió: Érika, Rodrigo jamás me haría eso. Y yo le dije: Lo que yo le estoy diciendo no es lo que usted quiere escuchar, este no es un informe donde yo emita juicios, solamente le presento hechos".
¿Por qué hiciste ese informe?
La única testigo era yo. Si no había nadie. ¿A quién más le iba a preguntar? El primero que llegó fue Elizalde (Álvaro, entonces ministro vocero) quien estaba en Israel. Ana Lya (Uriarte, jefa de gabinete de Bachelet) estaba en México; Haydeé (Rojas, jefa de comunicaciones), en la India. Además, a esas alturas no tenía nada que perder; perder el trabajo no me importaba, yo quería irme. Un hito importante para mí es que sacaron a Peñailillo, si lo hubieran dejado yo habría sentido que lo que dije no tenía sentido, pero, al ser sacado él, un hombre tan poderoso, de alguna forma evidenciaba que yo no mentía. La Presidenta no se quedó en Caburgua porque quiso, sino que porque no tenía la información completa. Y cuando tu hijo político te dice que te quedes allá, te quedas allá, qué me va a hacer caso a mí, uno es un peón. Hasta Sebastián le creyó a Peñailillo.
¿No se llevaban bien?
No sé si bien o mal, pero amigos no eran. Mirando para atrás y revisando, quizás habían muchas cosas que no le gustaban a Peñailillo de Sebastián. La relación era bien disruptiva en cómo se administra y se reparte la torta.
Tú, que eres tan fanática de Bachelet, quien encarna una forma de ser austera, ¿no te conflictuaba ser amiga de su hijo Sebastián, que es todo lo contrario?
Yo entendía perfecto que éramos total y completamente distintos, porque soy súper de izquierda y él es súper social demócrata. Además, el Sebastián tiene amigos acá en La Victoria, tenemos amigos en común. Cuando lo conoces, independiente de que tenga esa relación particular con el dinero, yo creo que el dinero no le da la felicidad. Vi a Sebastián súper contento y emocionado cuando dijo que el trabajo en la Dirección Sociocultural era el que le había dado más sentido a su vida.
"La Presidenta me abrazó y fue heavy porque, si había dos personas que lo estaban pasando mal por el cariño a Sebastián, eran ella y yo, nadie más. Entonces, le dije: 'no Presidenta, no vamos a hablar de lo que sentimos, sino nos vamos a poner a llorar las dos acá'".
¿Cómo veías la relación de él con su madre?
Él es un hombre reservado y yo nunca le hice preguntas invasivas.
¿Cómo es hoy tu relación con Dávalos?
Sigue igual como ha sido siempre. O sea no somos amigos súper cordiales, no. Hemos peleado muchas veces y tenemos muchas diferencias y las seguimos teniendo y a veces nos agarramos y a veces conversamos.
En el caso Caval se está hablando de tráfico de influencias.
Queriéndolo como lo quiero como amigo, nadie está por sobre la ley y si cometió un delito tendrá que pagarlo igual que Natalia. En eso no me pierdo.
Tras tu paso por La Moneda, no quedaste muy bien parada comunicacionalmente.
No, pero no me interesa una carrera electoral. Además, cuesta plata y no tengo plata.
¿Cuáles son tus planes?
Volver con la experiencia que uno tiene al Partido Socialista.
¿Sigues siendo bacheletista?
Absolutamente. La virtud de la Presidenta no son solo sus logros, sino que su capacidad de sobreponerse y salir adelante de dolores profundos, de esos que desgarran. Me causa admiración cómo transforma la rabia o lo que se siente cuando recibe un trato injusto, en energía al servicio de quienes más lo necesitan.
Finalmente renunciaste a su gobierno.
Irse era en parte un alivio, aunque igual ha pasado un año y casi todos los días estás en la prensa, por lo tanto aunque uno quiera no escapa por completo. Pero de a poco se empieza a retomar la vida anterior. Con el tiempo uno comienza a cosechar los aprendizajes, es como haber estado en medio de un cataclismo político, ni siquiera una tormenta. Lo que aprendí estando dentro del poder es inolvidable, es como esas marcas con hierro caliente que no se podrán borrar nunca.
¿Has vuelto a ver a Bachelet?
No.