Usa frenillos, lleva las uñas pintadas de rojo y aros como puntas de lanza que brillan con gracia cuando habla. Pricilla de Oliveira Azevedo –35 años, máxima autoridad policial de Rocinha, la favela más grande y peligrosa del lado sur de Rio de Janeiro– carga un fusil que tiene un alcance de 4 kilómetros, y una pistola en el pantalón. Es evangélica, duerme poco y sonríe con facilidad. Tiene un novio con el que quiere tener hijos: un ejecutivo bancario que conoció cuando le plagiaron su tarjeta y ella llegó a exigir la devolución de su dinero a la sucursal.
Pricilla es brava. La vida se lo enseñó. En 2007, cuando ya era policía, fue secuestrada desde la casa que compartía con su madre, en Niterói (ciudad metropolitana de Rio) y torturada durante horas por un grupo de hombres en lo alto de la favela São Gonzalo. Quedó herida pero logró arrancar. Dos días después regresó armada y no descansó hasta detenerlos, uno por uno. "Pensé que nunca iba a salir viva de ahí. Me preguntaba: ¿Esto es lo que la población vive a diario? Mi meta debe ser mejorar esto", afirma desde su oficina en la cima de Rocinha.
De ese ataque sacó las fuerzas para convertirse, el 19 de diciembre de 2008, en la primera mujer comandante, la primera en obtener un cargo tan alto dentro de la policía militar brasileña. Como coordinadora de Seguridad Estratégica de Rio de Janeiro, ayudó a implementar las 35 Unidades de la Policía Pacificadora (UPP) que están distribuidas en los cerros de una ciudad donde los índices de violencia, ad portas del Mundial de Fútbol, son un problema a resolver: existen 26,4 homicidios por cada 100 mil habitantes al año, según datos de 2013 de la Secretaría de Seguridad Pública de Brasil.
Las UPP son grupos especializados que la policía militar viene instalando de manera permanente en las favelas que rodean los sectores turísticos de la ciudad; su propósito es detener la delincuencia organizada. Pero, también, limpiar la imagen corrupta y represiva que la policía militar tiene en Rio y en todo el país. Reclutando a funcionarios que están recién empezando sus carreras y tienen entre 20 y 30 años, Pricilla se propuso cambiar la lógica de guerra que se mantuvo por años entre bandas armadas y policías que, antes de las UPP, apenas se atrevían a entrar a las favelas, salvo para operaciones puntuales.
Lo logró al menos en la favela Santa Marta, ubicada en el barrio Botafogo, cuando estrenó allí, en 2008, la primera UPP. Hasta 2010 y con 126 policías hombres bajo su cargo, trabajó 24 horas diarias para recuperar el control que por 30 años tenían las bandas de narcotraficantes a los pies del cerro en cuya cúspide está el Cristo Redentor. "La clave fue establecer lazos con los vecinos que confiaban en nosotros y comenzaron a denunciar. Nunca más hubo un homicidio y hoy sus habitantes caminan sin miedo", asegura Pricilla, que en marzo de 2012 fue reconocida por el departamento de Estado de Estados Unidos, con el "Premio a la Mujer más Valiente del Mundo" condecoración que se entrega a quienes luchan por los derechos femeninos a costa de un alto riesgo personal y que le entregó personalmente Michelle Obama.
Con apenas 33 años, Pricilla había llegado demasiado lejos. Pero lo más difícil estaba por venir. El 14 de julio de 2013, cuando la exitosa imagen de las UPP se había esparcido por el mundo, comenzó a correr la voz de que un albañil de 43 años, Amarildo Souza, había desaparecido en la favela de Rocinha tras ser detenido por la policía la noche anterior. Aunque la UPP, que en ese tiempo comandaba un colega de Pricilla, Edson dos Santos, explicó que solo le habían hecho algunas preguntas de rutina y posteriormente lo dejaron en libertad, un mes y medio después, el Ministerio Público reveló otra cosa: Souza habría sido torturado y ejecutado en el cuartel de la UPP.
El cuerpo de Amarildo no apareció. Y ante la imagen desgastada de la UPP, dos de las pandillas más criminales de Brasil, Comando Vermelho y Amigos dos Amigos, volvieron a tomarse Rocinha. Regresaron los tiroteos en la madrugada. Y los puestos de droga en los callejones. Entonces, llamaron a Pricilla para asumir la comandancia de esa favela que mira hacia la hermosa playa de São Conrado y al exclusivo barrio de Tijuca. Desde septiembre de 2013 Pricilla está instalada en uno de los seis containers superpuestos que forman las oficinas de las UPP en la cima de la favela más peligrosa de Rio. Ahí, en uno de sus ajetreados días al mando de 680 policías con los que intenta detener el caos, Pricilla se sentó a responder estas preguntas.
"Tráfico o policía. UPP ¿para qué?" han salido a rayar los vecinos en los muros de las calles de Rocinha. A tres meses del Mundial de Fútbol, gobernar este lugar parece ser tu prueba de fuego.
Sin duda es un gran desafío. No llevo ni seis meses y ya tengo 10 veces más problemas que cuando estaba en Santa Marta. Hay vagabundos con fusiles en las puertas de las casas, droga y armamento por todos lados. Además, tengo que conseguir restaurar confianzas que fueron quebradas. Estoy consciente de que asumí en un momento crítico. De una favela como Santa Marta con 6 mil habitantes pasé a esta, que tiene 120 mil. Pero la sociedad necesita creer que nosotros estamos ahí para protegerlos, porque el tráfico es tirano y mata gente, es el que juzga y domina en las favelas.
"Siempre me están diciendo que me cuide y no me crea la mujer maravilla. Pero a mí me gusta estar en la calle, me gusta el peligro. Tuve un tío policía al que mataron hace dos años arriba de un bus. Él me metió el bichito de trabajar en esto".
¿Cómo piensas ganarte el respeto de los habitantes de la favela?
Las UPP no son un paraíso y el tráfico y el consumo de drogas no se va a terminar por completo porque es demasiado grande, pero la conciencia del ciudadano puede cambiar las cosas. Si la gente se empodera, y ve que la vida es más que vender droga, nos puede ayudar a detectar realidades que están escondidas. Es vital la información que puedan dar los vecinos. Pero es un trabajo a largo plazo. Lo primero es detener los focos de violencia para que los turistas disfruten de favelas como esta, que tiene una vista espectacular de las playas de Rio.
Antes de aceptar este desafío contaste en una entrevista que tu sueño era ser madre a los 35 años y ya tienes esa edad.
Es verdad. Sueño con ser madre. ¡Quiero tener dos hijos! Pero no quiero para ellos lo que viven en Rocinha ni tampoco para su comunidad. Ser policía es el trabajo que me gusta, el que escogí. Aunque mi vida siempre esté en riesgo, mientras estoy en servicio o fuera de él, tengo esperanzas en contribuir a que Rocinha salga del olvido. Aquí la vida no es fácil, esta favela tiene el índice más alto de tuberculosis de Rio, pero no cuenta con hospital y algunas casas todavía no tienen agua potable. Sé que parece difícil revertirlo, pero alguien tiene que hacer la diferencia entre la policía, que muchas veces tiene fama de corrupta y violenta aquí, y la que es justa y honesta. La corrupción pasa por una cuestión de carácter y creo que las policías mujeres tenemos un plus ahí: sabemos imponernos pero también conciliamos mejor.
¿Cómo te marcó el haber sido secuestrada en 2007?
Me marcó completamente. Fueron cuatro o cinco horas las que estuve cautiva pero para mí fueron años. Fui torturada por siete hombres que me golpearon al mismo tiempo, me amarraron y arrastraron por el suelo, me amenazaron y torturaron sicológicamente. El líder de la cuadrilla quería violarme, pero conseguí escapar. Ellos no sabían que era policía, gracias a Dios, porque de lo contrario estaría muerta. Ese día en que me secuestraron, andaba de compras con mi familia y había dejado el arma en la casa y no llevaba uniforme.
¿Sabes por qué te secuestraron?
Nunca lo supe. Al parecer querían robarme el auto, pero terminaron llevándome con ellos. Me secuestraron en la puerta de mi casa. Fue muy rápido: un tipo se subió al auto y me puso una pistola en la cabeza y otro hombre entró al asiento trasero y me amenazó también. Así comenzó la pesadilla.
¿Qué pasó cuando te liberaron?
Estuve varios días policontusa en el hospital. Pero después, con otros policías, volví armada a buscarlos. Eran siete en total. Encontré a cinco, otro se entregó voluntariamente y a otro lo encontré después. Sin duda que esa experiencia me dio otra concepción sobre el bien y el mal y cuando asumí la primera UPP en Santa Marta, lo hice notar. La experiencia allí fue óptima, me transformó en una persona mejor porque hice lazos con sus habitantes, y ellos hasta hoy me llaman para contarme sus vidas. Las mujeres fueron las que más me apoyaron, vieron en mí una mujer valiente y con ganas de trabajar. Aquí en Rocinha, en cambio, no me conocen. Es más complejo.
¿Qué significó para ti ser galardonada como la mujer más valiente del mundo?
Fue muy especial. Fue ahí que comencé a tomar conciencia de lo que representaba. Me entregaron una placa que tengo en un lugar de mi casa junto al fusil que es lo único que tengo de policía ahí.
Hasta 1983 las mujeres en Brasil no podían ser oficiales de la policía militar, atendían teléfonos, se dedicaban al tránsito y usaban falda y no pantalón. ¿Cómo es ser policía mujer en un mundo que históricamente ha sido gobernado por hombres?
Es difícil. En Rio somos 45 mil policías y las mujeres representamos solo el 10 por ciento. Personalmente no he sufrido discriminación pero es cierto que nos ningunean porque nos crían de una forma más delicada y no nos sale tan natural la relación con las armas. A mí me respetan porque soy una tiradora experta, y sé defenderme.