La heridas de la infancia que nacen de nuestras expresiones cotidianas

heridas de infancia paula



“Nunca me cuentas nada... tus amigas te importan más que tu madre”, “¿estás haciendo dieta? Deja de tonterías y come lo que te preparo, deberías agradecer que tienes una madre como yo”, o “tu padre siempre nos hace lo mismo, no sé por qué me casé con él, ojalá no cometas los mismos errores que yo”. Son todas frases que solemos escuchar desde la infancia, de la boca de nuestras madres y padres, quienes, sin pensar en sus consecuencias, las transmiten sin una reflexión previa. Pero en una publicación del centro de salud mental @psicologiaparanadie explican que estas palabras pueden terminar en heridas infantiles.

Dicen que las heridas de la infancia no aparecen de la nada. “Se trata de patrones de vinculación que aprendemos poco a poco desde el núcleo familiar, a los cuales nos vamos habituando. Muchos de ellos han sido transmitidos de generación en generación como parte de un estilo de crianza que funciona de manera tóxica. Por eso, hacernos conscientes de esos patrones dañinos, es el primer paso para dejar de reproducirlos en nuestra familia y con las personas que amamos”.

La psicóloga Loreto Vega está de acuerdo y para explicarlo habla de las red flags (o banderas rojas, un término que se ha popularizado en los últimos años para referirse a comportamientos que pueden llevar a desconfiar de una pareja o relación), pero de la familia. “Que ridiculicen o minimicen tus emociones porque ellos pasaron cosas peores, que te hagan sentir mal por cómo te vistes, que te obliguen a asistir a sitios donde te sientes incómoda o que te comparen constantemente por logros de otras persona. Todos estos son patrones de comportamiento que provocan problemas emocionales o lo que se conoce como heridas emocionales de la infancia, una especie de lesión afectiva que nos impide llevar una existencia plena. Su huella es tan profunda que incluso nos dificulta las relaciones personales y también nos incapacita para afrontar los problemas con mayor soltura y resistencia”, dice.

Agrega que las heridas emocionales se originan en una edad temprana y muchas veces a raíz de una experiencia traumática que ocurre una vez o a lo largo del tiempo y de forma más o menos constante, como el fallecimiento de un familiar, la depresión de uno de los progenitores, una crianza inadecuada, malos tratos, el nacimiento de un hermano y los celos asociados a ello, entre otras cosas. “Pero no solo nacen de eventos evidentes como éstos, hay comportamientos que tenemos los padres y madres, y sobre todo frases como las que hemos mencionado, que parecen tener una buena intención; le digo a mi hija que no llore porque lo que está viviendo no es nada comparado con los que viví yo, con el objetivo de que se sienta mejor, pero sin quererlo minimizo su sentir y no la acompaño en el tránsito de esa emoción”, explica Loreto.

Por eso sugiere revisar nuestro lenguaje, porque finalmente se trata de expresiones que a veces se repiten por inercia, que normalizamos, porque es lo que escuchamos de nuestros propios padres y madres, pero que dan cuenta de una crianza en la que no se escuchan las necesidades específicas de cada niña o niño. “En una familia amorosa y sana, cada uno de los miembros saben cómo manejar los conflictos que pueden haber entre ellos. Son entornos en los que hay respeto y confianza y se busca tener una mentalidad abierta. Cuando se genera ese espacio seguro, los niños, niñas y padres se sienten capaces de expresar sus propios pensamientos, hablar y vivir su vida con sus propios ideales”.

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