Hace tan solo tres años, si una escribía la palabra “lesbiana” en Google, lo primero que aparecía en pantalla era un video pornográfico. Ese era el mismo buscador que Carmen Gloria Siel (38) y Francisca Castro (41) tenían en 2009 cuando se emparejaron en la primera relación lésbica de sus vidas. Francisca cuenta que hasta hace poco pensaba que ese porno era el único disponible: “Uno que coincidentemente es el más comercial, donde el patriarcado pisa más fuerte, y con un guion e imagen lésbica evidentemente creados por hombres y para hombres. Además de no erotizarnos en lo absoluto, con la Carmen nos daba risa lo irreal que llegaba a ser”.

Google cambió el algoritmo en 2019 para que lo primero que apareciera en la búsqueda fuesen datos y no pornografía. Francisca, abogada, y Carmen, periodista, son parte de esos nuevos resultados de información, porque durante la cuarentena decidieron crear la cuenta de Instagram @cronicas_les, donde transmiten su programa en vivo #laventanitales. Ahí hablan de todo lo que en la década pasada no pudieron hablar, por culpa de una cosificación transversal que sigue perpetuando el estereotipo de lesbiana como alguien para el uso erótico de los hombres, según explica Francisca.

Carmen concuerda, y opina que “la hipersexualización masiva del lesbianismo nos afectó, y de haber sido distinta la información que aprendimos desde chicas, no solo hubiese sido más fácil entenderse como pareja fuera de un estereotipo, sino que probablemente podríamos haber salido del closet mucho antes. Para mi, todo partió con una de las primeras veces que escuché la palabra lesbiana en el colegio, cuando un profesor me dijo que a los hombres les encantaban, y que no había nada mejor que ver a un par de mujeres juntas”.

Es que el lesbianismo entendido desde la pornografía, el medio masivo más rápido y accesible para quien lo buscara en Internet en ese tiempo, “es uno donde no se concibe que la figura del hombre en la relación sexual de las mujeres no es necesaria, provocando que uno de los primeros efectos que se produzcan al descubrirse como lesbiana sea el morbo por el simple hecho de serlo”, explica el estudio Hipersexualización del Sujeto Lesbiano: En el imaginario colectivo y su impacto en la vida cotidiana, realizado en 2018 por la socióloga catalana y Magíster en Intervención Psico-Social de la Universitat de Barcelona, Alícia Ardenuy.

“Cuando hablamos de pornografía, los cuerpos de las mujeres son un reflejo de que la sumisión hacia el hombre persiste, y desde ahí se puede comprobar que el lesbianismo no se entiende como una relación afectiva ni sexual, sino que principalmente para el placer masculino, uno del cual ellos pueden ser partícipes”, explica la autora. Por eso, cuando ellos ven la imagen de una mujer besando a otra, “bien podría provocar la sensación de una mujer que ya ha sido hipersexualizada, pero al cuadrado, transformando esta escena en algo exótico que llena sus expectativas de placer, control y apropiación”.

La psicoterapeuta feminista Valentina Valli Lauritano, ahonda en las razones de por qué se ha tomado el cuerpo de las mujeres lesbianas en pos del deseo ajeno, una de ellas siendo que “el lesbianismo es peligroso para la heteronorma. La tónica en la que se concibe, es una donde si la masculinidad tiene algo que no puede poseer o controlar, mejor lo cosifica, y lo convierte en un objeto de deseo propio quitándole su credibilidad”. Eso explicaría el hecho que las cifras publicadas en 2017 por la multimillonaria industria de PornHub, revelaran que el término más buscado en la página en todo el mundo era “Lesbian”, mientras que en Estados Unidos, “Lesbian Hardcore Scissoring”.

Carmen se dio cuenta de esta cosificación el día en que descubrió que era lesbiana. “Cuando le conté a mi mamá, ella me llevó a un psicólogo que me dijo que a mi me gustaban las mujeres porque estar con un hombre bueno para la cama era como ganarse el Kino, y que lamentablemente, yo aún no había tenido la suerte de ganarlo. Eso fue en el 2004. Después de que trató de hipnotizarme, le dije a mi mamá que ya no quería ir más. De todas formas, me marcó para siempre, y no podía dejar de pensar en que quizás él tenía razón, quizás era yo la que estaba mal”.

Alícia Ardenuy cuenta en su estudio que las consecuencias de esta invalidación constante se resumen “en un condicionamiento constante de sus vidas, incluyendo cómo mostrarse (o no) en público, cómo vivir la propia sexualidad y el miedo e inseguridad al mostrarse en el espacio, todo ello como resultado de reproducir una estructura que desplaza todo aquello que se sale de su paradigma”, a lo que hoy agrega: “Tu vivencia termina por transformarse en una especie de espectáculo para ellos”.

Ese “espectáculo” es el que también pueden esperar al mirar la pantalla, y que luego influirá en la autopercepción de las mujeres lesbianas. Nicole Rojas lo comenta desde el ejemplo de la pornografía lésbica, donde “todo toma una esencia de estar al servicio de un espectador. De hecho, se utiliza la triple x –XXX– porque es una referencia a los planos que se usan en el video, donde la primera es plano general, y la tercera es el primer plano. Estos “tiros de cámara” buscan mostrar la relación sexual íntima como una performance, donde entra una actriz que toma un rol bisexual, involucrando en su juego al hombre, con cuerpos estilizados y uñas largas, una que no responde ni siquiera a la verdadera esencia de este tipo de sexualidad”.

Así es como esta insistente femineidad heteronormada, que define a la imagen lésbica como objeto de deseo, va afectando poco a poco en la identidad de quienes lo viven realmente del otro lado de la pantalla. Francisca cuenta que varias veces les preguntaron “quién era el hombre y quién era la mujer” en su relación, algo que le provocó “vergüenza por sentirse como la más pasiva’ o la ‘camiona’, y que me recordaba a todo lo que sufrí con los crueles sobrenombres que me ponían por ser ‘ahombrada’. Eso te va mermando, porque te estás obligando a adquirir un rol que no es el que te acomoda para tener relaciones”.

Ambas relatan la historia de cuando el intento de cumplir estos estereotipos llegó a su máxima expresión. “Cuando partimos y comenzamos a tener relaciones sexuales seguido, decidimos comprar un consolador con arnés. Sabiendo que a ninguna le gusta la idea de la penetración, y que objetivamente no sentíamos ningún goce, decidimos comprarlo igual para experimentar. Lo usamos un par de veces, pero nos empezamos a dar cuenta que en vez de estar disfrutándolo, era terrible, y lo único que queríamos era que terminara”, cuenta Francisca.

A Carmen le afectó primero por sus experiencias anteriores. “Yo había tenido una historia de sexo con hombres donde el asunto de la penetración era una cosa de aguantar y esperar que terminara rápido. Eso me afectó un montón, y provocó que me costara mucho entregarme con la Fran sin superar esa sensación de ‘ya, dale, apúrate’”. Mientras que Francisca explica que se “sentía un poco culpable de no ser penetrada, porque todo el mundo lo cuestionaba, nos preguntaban cómo era posible llegar al orgasmo y parecía que sentían pena porque teníamos ‘mal sexo’. Después de ver que ambas odiamos el consolador –el cual tiramos a la basura–, fue la primera vez que nos sentamos a conversar sobre lo que realmente quería cada una”.

Valentina Valli dice que cuando el deseo se ve interferido por esta exigencia de la heterosexualidad obligatoria, “se siente como que la sexualidad lesbiana estuviese incompleta, y por eso algunas mujeres comienzan a buscar alternativas para llenar ese vacío con el uso de juguetes. Pero cuando se rompe la expectativa heteronormada con la que las mujeres se aproximan al lesbianismo, es cuando se encuentra el deseo real. Más que encontrarse con una angustia, esa es una oportunidad para descubrir la experiencia lésbica completa, y no lo que se ha dicho de ella”.

Y en esto la educación sexual temprana también tiene un rol muy importante. Según Nicole Rojas, “la sociedad sabe sobre sexualidad principalmente gracias a los mitos y a los pares”. Por eso llega Internet a suplir esa necesidad de conocimiento, donde la información habla de “un placer que ha quedado relegado a las masculinidades. Incluso se ha creado una especie de plano cartesiano de lo que debe ser: Lo masculino está arriba, a la derecha, lo femenino abajo, a la izquierda. Todas representaciones que se replican en los espacios donde la gente se está educando”. Por eso, encontrar alternativas donde la imagen no sea una barrera para la investigación del deseo es una posible solución. “La literatura erótica es una de ellas”, agrega Nicole.

Carmen y Francisca disfrutan de ello. De hecho, Carmen hoy es escritora, y está a punto de sacar su tercer libro, uno que apunta a una ficción sensorial, que juega mucho con el erotismo y las descripciones. “Algo mucho más entretenido que solo graficar el cuerpo de la mujer”, cuenta. Eso es también lo que ambas creen que le falta a los medios, porque como explica Francisca, “hay que contar más sobre la cotidianidad de las lesbianas para romper con estos estereotipos que vienen desde la ignorancia”. Todos los relatos como El Viaje de Anto, Al Otro lado de la Línea y Relatos de Rosario: Entre Dara y sus Cruces se pueden encontrar en la página www.cronicasles.com. Además, la socióloga Nicole Rojas recomienda la novela Taxi a París de Ruth Gogoll: “Una especie de ’50 sombras de Grey’, pero para nosotras”, dice.